José, mi nombre real no te lo puedo decir porque estoy casada, tengo un hijo y soy una agente de la guardia civil, sí, a las picoletas también nos pica y la rascamos.
Me gustaría que publiques algo que me pasó, algo que te parecerá increíble, pero que fue tan real como la vida misma. Yo te lo cuento tal y como pasó y luego tú lo escribes con ese modo peculiar que tienes de escribir. Ahí va la historia.
En un bar de copas, a altas horas de la madrugada, le decía una prostituta morena, de estatura mediana, cabello corto y de unos veintidós años a una mujer casada, treintañera, y lesbiana a tiempo parcial:
-Yo, fuera de las horas de trabajo, solo follo con Lucero, es del gremio y me da todo lo que yo quiero, eso sí, tengo que pagar, pero vale la pena, pues me corro tantas veces como desee.
-Ese chapero debe follar de maravilla. ¿Cuánto cobra?
-Cien euros por una noche, a lo que hay que añadir dos latas de paté de pollo y un litro de leche.
-El paté de pollo es comida para perros.
-Es que Lucero es un perro, es un Terranova.
La mujer se extrañó.
-¡¿Follas con un perro?!
-Un perro te da los orgasmos más increíbles que puedas imaginar.
Yo estaba de paisana y en una misión, que era descubrir si se movía droga en en aquel local. Al estar sentada cerca de ellas y viendo que se estaba infringiendo la ley al explotar a un animal para asuntos sexuales. Interrumpí la conversación, al decir:
-Doy fe de eso, los mejores orgasmos que he tenido han sido con un perro. ¿Tomáis algo? Os invito.
Las mujeres me miraron, y me dijo la prostituta.
-Ya nos vamos a ir, pero gracias por la invitación, quizás otro día.
-Sería un placer volver a coincidir, aunque solo fuese para poder ponerme en contacto con el dueño de ese perro.
-¿Qué pasa con el tuyo?
-Se murió hace tres años, y no era mío, era de una amiga.
-Ven y siéntate con nosotras.
La mujer casada se levantó de la mesa.
-Yo me voy que puede regresar mi marido a casa. Gracias por hacerme tan feliz, Greta.
-Nada, mujer, es mi trabajo.
Se fue la mujer casada. Pedí dos ginebras con tónica, y mientras nos las traían le pregunté a Greta:
-¿Cuántas veces te llegaste a correr con ese perro?
-Siete. ¿Y tú con el de tu amiga?
-Yo, dos.
-No estaría tan bien adiestrado como Lucero.
-¿Qué es lo que hace mejor?
-Lo hace todo bien. Si le echas la lengua, te la lame con la suya, si te rascas el culo, te lame el culo, si te rascas las tetas, te lame las tetas. Si te rascas el coño te lo lame y no para hasta que te corres. Si quieres chuparle la polla, chupa un dedo. Si quieres que te folle le tienes que tirar de las orejas, y por último, si queres que pare le tienes que decir, "stop", ah, que se me olvidaba, después de cada trabajo bien hecho tienes que darle una galletita canina como premio, y cuando acabe de darte placer dale el resto de las galletas para que sepa que hizo un buen trabajo.
-Difícil acordarse de todo eso cuando estás en plena faena, menos lo del "stop", eso es fácil de recordar.
-Te lo llevan a tu casa con una bolsita colgada en la que van las indicaciones y unos patucos de lana gorda, por si los necesitas.
La camarera nos puso las bebidas en la mesa y se fue. Le pregunté a Greta:
-¿Cómo podría ponerme en contacto con el dueño?
-No sé ni cómo te llamas.
-Elvira.
-¿No serás de la pasma, Elvira?
Las picoletas sabemos mentir sin que se nos note.
-¿Tengo pinta de formar parte de esa tropa de mierda?
-Por tu manera de hablar, no.
-¿Me dices cómo me puedo poner en contacto con el dueño del perro?
-No es dueño, Elvira, es dueña., pero no te puedo poner en contacto con ella, para mi eres una extraña.
-¿Cuánto cobras por una hora?
Le extrañó mi pregunta.
-¡¿Quieres contratar mis servicios?!
No tenía pensado follar con ella. La enredaría hasta conseguir lo que quería.
-Sí, así dejaré de ser una extraña para ti.
-No me querría aprovechar de tu debilidad por los perros, pero estando tan buena como estás, sería un desperdicio no conocer el sabor de tu coño.
-¿Cuánto?
-Nada, vamos al servicio.
Me había metido en un callejón sin salida. Tendría que hacer un sacrificio. Me levanté para ir al aseo, Greta me dijo:
-Siéntate.
-¿Ya no quieres comerme el coño?
-Nunca te lo quise comer, solo te estaba probando.
-Ricé el rizo a riesgo de quemarme.
-¿Cuánto por cinco minutos en el aseo?
-¿Estás cachonda?
-Ya vine cachonda de casa.
Abrió el bolso, sacó dos tarjetas y me me las dio.
-La que tiene el nombre de Greta es la mía y la de Madame Camille es la de la dueña de Lucero. Yo te lo haré cuando mejor te venga, para disfrutar con Lucero vas a tener que esperar un mes, o algo más.
-¿Tan solicitado está?
-Sí, la lista de espera es larga, y eso es porque la mujer que folla con Lucero repite, y más de una vez.
-Ya me tardan esos orgasmos que me vais a dar.
-Discúlpame, tengo que ir a orinar.
Gloria se fue al servicio y yo, como una tonta, fui detrás de ella a retocarme. Nada más ponerme enfrente del espejo, me levantó la falda, me bajó las bragas, me magreó las nalgas como si fueran tetas y me lamió el culo.
-Te voy a dar un anticipo.
Le dio un repaso a mi culo que me dejó el coño encharcado, y luego otro a mi coño encharcado que me llevó a un delicioso orgasmo, y todo esto no le llevó más de tres minutos, y no se los llevó porque tenía una lengua prodigiosa.
Casi dos meses después llegó el día de Lucero, la noche, para ser más exactos. En bata de casa, abrí la puerta de un piso franco que habíamos requisado, y vi en ella a una mujer alta, de unos treinta años, con gafas de sol, rubia, aunque lo más probable era que llevara peluca. A su lado, y agarrado con una correa, estaba sentado un Terranova de color negro con el pelo muy brillante. Le di los cien euros a la mujer, y está sin decir palabra me dio a mí la correa para que metiera al perro en el piso.
Yo no había dicho en el cuartel nada de lo que me traía entre manos. Primero iba a confirmar que usaban a un perro con fines sexuales y económicos. La primera parte ya la habia confirmado.
Al llegar a la sala de estar le quité el collar al perro y con él salió la correa y el paquetito donde venían las indicaciones que me iban a servir de pruebas. El perro se sentó esperando órdenes. Leyendo las indicaciones, y sin darme cuenta, me rasqué el culo. Lucero metió su cabeza debajo de mi bata y lamió el interior de mis muslos. Me revolví y le dije:
-¡Stop!
El perro se volvió a sentar, pero ya tenía la mitad de su rojo glande fuera del prepucio. Le miré para él y dije:
-Eres caliente como un perro. ¡Qué coño estoy diciendo! Eres un perro.
Leí lo que tenía que hacer para que me lamiera el coño y esta vez, queriendo, me rasqué el coño a ver que hacía. Lucero metió la cabeza dentro de la bata y me lamió los muslos hasta llegar al coño, coño que me lamió por encima de las bragas.
-¡Stop!
El perro paró de lamer, se volvió a sentar y se quedó mirándome, le dije:
-Ya no me hacen falta más pruebas. A tu explotadora la voy a llevar esposada al cuartel cuando venga a recogerte.
Cogí el paquete de las galletitas caninas encima de un mueble, lo abrí y le di una. Luego me fui a la ducha para quitarme lo pegajoso de la lengua del perro. Al quitar las bragas vi que las tenía mojadas, no mucho, pero mojadas estaban. Me metí debajo de la ducha. Al enjabonar las tetas recordé las lamidas y me entró un calor... ¡Qué calor me entró! Cuando enjaboné el coño, froté el clítoris y me entraron ganas de dame una alegría, pero me contuve. Quite el jabón de encima con los chorros de la alcachofa, después me sequé y luego salí del cuarto de baño cubierta con una toalla. Lucero estaba echado en el piso y se lamía el rojo glande que salía de su prepucio. Le dije:
-¡Quién pudiera hacer lo que haces tú!
Siguió lamiendo la polla. Yo me empecé a calentar y me dije a mi misma:
-Acabaré masturbándome.
Fui a la cocina, cogí unos pistachos, me senté a la mesa, me eché un vaso de vino tinto,y mientras comía y bebía tuve una conversación conmigo misma.
-Podías dejar que te lamiera el culo y el coño.
-No digas tonterías, Elvira.
-Estás a solas con el perro, el animal vino a lo que vino. ¿Por qué no?
-Porque es un animal y porque tu eres una representante de la ley y además tienes un marido.
-¡Va! Por unas lamidas no pasa nada.
-Pasa que te correrías.
-Y nadie se va a enterar.
-Eso es muy cierto.
Mis dos yos ya se habían puesto de acuerdo.
-¿Entonces, sí?
Acabé el vino.
-Sí, pero solo lamidas, que te conozco.
Salí de la cocina, arrimé la espalda a la pared de la sala de estar y dejé caer la toalla. Lucero no se movió.
-Joder, que morbo siento con esta situación.
Me giré y quedé cara a la pared. Me rasqué el culo, separé las piernas y después separé las nalgas con las manos. Lucero echó a andar, al llegar a mi lado lamió mi ojete con su enorme lengua e hizo algo que no esperaba, lamer también mi coño.
-¡Qué rico se siente!
Poco después ya no podía más. Me di la vuelta, separé las piernas, arrimé la espalda a la pared y puse el coño a disposición de Lucero.
-Lame.
Lucero se volvió a sentar y se quedó mirando para mí. Vio mi coño totalmente rasurado, mis tetas redondas, medianas, tirando a grandes, con areolas marrones y pezones cojonudos, vio mi estrecha cintura, vio mis anchas caderas, y su glande se estiró. El animal había reaccionado como un hombre. Le volví a decir:
-Lame.
Lucero no se movía. Entonces recordé lo que tenía que hacer para que me lamiera el coño.
-Te adiestraron bien.
Me rasqué el coño. Lucero me dio una sesión de lengua que me hizo correr como una perra y no pude evitar decir:
-¡Que coriiiidaaaa!
Me había corrido como una fiera, pero Lucero seguía lamiendo. Sabía que le tenía que decir "stop" para que parara, pero no lo hice hasta que no lamió la última gota de mi segunda corrida.
-¡Brutales, me has dado dos orgasmos brutales!
Le di dos galletas. Luego de comerlas, el perro se echó sobre el piso. Ya tenía casi todo su glande rojo fuera del prepucio y era un señor glande, era más grande y más gordo que la polla de mi marido. Le miré para él, vi que lo estaba lamiendo y me pregunté:
-¿A qué sabrá el glande de un perro?
Volví a la cocina, abrí la nevera, pillé un cucurucho de helado, luego me fui a su habitación y lo comí en la cama. Al rato tenía al perro sentado delante de la puerta de mi habitación. Toque mis tetas y le pregunté:
-¿Quieres lamerlas, Lucero?
El perro se echó en el piso, levantó la cabeza y se relamió.
-Estoy buena. ¿A qué sí?
Lucero puso la cabeza en el piso y me miró. Chupé un dedo para que me lamiera las tetas. Subió de un alto a la cama, colocó sus patas a ambos lados de mi cuerpo y me dio el culo. Me di cuenta de que me había equivocado de orden, le había dado la de que me diera la polla a chupar. Al tener su culo delante supe que tenía que tirar del glande hacia atrás y chupárselo, o decirle "stop.
-A ver a qué sabe.
Tiré para atrás y vi todo el pollón que tenía. Lamí la punta de aquella cosa llena de venas y comenzó a soltar gotitas de líquido. Lo masturbé antes de meter la polla en la boca, y masturbándolo apareció el bulbo del final, ese que deja al perro enganchado a la perra cuando se lo mete. Lo masturbé y se la mamé como si fuera la polla de un hombre, y como un hombre se corrió, aunque no echo leche, echó un líquido opalescente, opaco y salado, supe que era salado porque probé un poquito.
Al acabar de correrse bajó de la cama y miró para las galletas. Cogí una y se la di. Vi la cama mojada donde se había corrido el perro y en donde había estado yo, pues mi coño también había goteado.
Me senté en la cama y me rasqué las tetas. De otro salto se metió en la cama, y dándole al rabo me lamió las tetas, luego eché la lengua fuera y me lamió la lengua... Mi coño pedía una polla a gritos, pero también tenía miedo de que me metiera el bulbo y que me desgarrase el coño. Me arriesgué, le dije "stop". Él bajó de la cama y yo me puse atravesada en ella con las piernas abiertas y los pies apoyados en el piso, de otro salto subió a la cama, vino mi lado y le tiré de las orejas.
Lucero puso las patas sobre la cama y a ambos lados de mi cuerpo. Le dio al culo hasta que la punta de su polla entró en mi coño. Me miró y después le dio al culo, pero no a todo gas y seguido como dan los perros. Me dio a todo gas, pero tres o cuatro segundos, luego paró y me miró como pidiendo algo, y una galletita no era, era otra cosa. Saqué la lengua y lamiéndomela me siguió follando. El gran hijo de perra sabía latín, pues cada vez me dio más profundo. Yo sentía el bulbo hacer tope en mi vagina..., esta se fue dilatando y en uno de los traca traca, me lo metió. Al rato, mirándome a los ojos, con la lengua fuera y babeando sobre mis tetas, se corrió dentro de mi. Fue ver achinarse sus ojos y correrme yo, y no de cualquier manera, me corrí con tanta intensidad que casi pierdo el conocimiento.
Estuvimos pegados un tiempo, en el que Lucero se corrió tres veces más y yo dos.
Al sacar el bulbo de mi coño lo hizo despacito. Después se bajó de la cama en busca de su recompensa. Al enderezarme para darle su premio sentí salir de mi coño una cantidad ingente de jugos.
-¡Cómo tengo el coño! Parece un bebedero de patos.
Me levanté de la cama y le dije:
-Te has ganado tu recompensa.
Le di tres galletas y después fui a buscar los patucos de lana gorda y se los puse. Quería que me follara como a una perra, o sea, a cuatro patas. Nunca pensé que fuera tan puta, pero lo era. Allí estaba rascando el coño, el culo y la espalda para que me lamiera. Quería correrme a lametada limpia... Sintiendo aquella enorme lengua lamer mi coño, mi ojete y mi espalda, me fui poniendo perra, tan perra me puse que me acabé corriendo. Al correrme, Lucero, me lamió el coño como si estuviera bebiendo agua.
Al acabar de correrme, eché las manos hacia atrás y le tiré de las orejas. Lucero me agarró por la cintura con sus patas y esta vez me folló como follan los perros, a mil por hora. Me corrí antes de que el bulbo entrara dentro de mi coño... Al rato estábamos pegados. Sentí a Lucero correrse dentro de mí y también como sus babas caían en mi espalda. Moví el culo alrededor y al rato nos corrimos los dos.
Ya me había llegado, pero no le podía decir "stop", porque si me quitaba el bulbo de golpe me iba a romper el coño, así que tuve que esperar a que se corriera de nuevo dentro de mí y que después sacase el bulbo despacito.
Al bajar Lucero de la cama, abrí el paquete y le puse todas las galletas en el piso. Luego le puse su otra comida y la leche para que no le faltara nada de noche.
No denuncié a la dueña de Lucero. No podía privar a las mujeres de un amante tan bueno.
Quique y la picoleta.
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