Forzada y desvirgad...
 
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Forzada y desvirgada en el monte

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José
(@quique)
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 Esta historia se desarrolla en los años setenta del siglo pasado, cuando las muchachas de las aldeas aún no tenían los ojos muy abiertos.

Hacía dos días que Álvaro había llegado de Francia, donde había estado trabajando en la hostelería durante veinte años.  En la taberna le habían hablado de un campo de fútbol que estaba en medio del monte. Se fue al monte a echar una ojeada a lo que habían hecho. Era un campo de tierra con dos porterías sin red.  Él estaba acostumbrado a jugar con los veteranos en campos de hierba en los que las porterías tenían red, pero bueno, para ser el campo de fútbol de una aldea, no estaba mal. Se sentó en una roca, una de las que había al lado izquierdo del campo, y dándole la espalda a un eucaliptal que estaba en cuesta arriba. Sacó un cigarrillo Ducados y lo encendió con su Clipper blanco. Por el camino que pasaba por el lado del campo, y que llevaba a otra aldea, vio venir a una muchacha que debía medir un metro sesenta, centímetro arriba, centímetro abajo. Vestía una chaqueta de lana de color gris, una blusa blanca y una falda verde, holgada, y que le daba por encima de las rodillas. Al pasar por delante de Álvaro, este le sonrió y le hizo un gesto con la cabeza a modo de saludo. La muchacha se detuvo, lo miró y le preguntó:

-¿Nos conocemos de algo?

-No, si te hubiera visto antes sería imposible olvidar tu preciosa cara.

La muchacha se puso brava.

-¡¿Me estás tirando lo tejos?!

-No, pero si te los estuviera tirando no te debía extrañar, estás muy rica.

La joven estaba maciza, su cara era redondita, sus labios eran carnosos, sus ojos azules y grandes y su largo cabello negro lo llevaba recogido en una cola de caballo. Siguió su camino, diciendo:

-Algunos no se dan cuenta de que ya les pasó el sol por la puerta.

A Álvaro, que era un hombre alto, doble, de ojos negros, nariz aguileña, de pelo negro y rizado, que vestía vaqueros y camisa blanca y que calzaba unos zapatos marrones, no le gustó el comentario.

-Por la puerta te la pasaba yo.

La muchacha se detuvo giró la cabeza, y le preguntó:

-¿Por qué puerta, y que me pasabas?

-Te pasaba la polla por la puerta del coño.

Si a él no le gustara el comentario, a ella le gustó aún menos el comentario de Álvaro.  Se dio la vuelta, llegó a su lado y le plantó una bofetada en la cara.

-¡Plasssss!

-¡¿Con quién coño te crees que estás hablando?!

-Con una engreída que merece una lección.

Álvaro tiró la colilla del cigarrillo en la tierra, le echó una mano a la cintura, la puso sobre sus rodillas, y mientras la muchacha pataleaba y le llamaba de todo, le levantó la falda y le calentó el culo con las bragas blancas puestas.

-¡Plasssss, plasssss, plassss, plasssss...!

-A ver si así aprendes a no levantar la mano.

Al ponerla de vuelta en la tierra, la muchacha le dio otra bofetada.

-¡Plassss!

-¡Mal nacido!

Álvaro se puso en pie. La muchacha vio que casi le quitaba dos cabezas. Se asustó y echó a correr entre los eucaliptos, monte arriba, él corrió detrás de ella, viendo sus preciosas nalgas y su cola de caballo ir de un lado al otro. La muchacha, a pesar de estar maciza, corría más que Álvaro, pero se metió en una maraña de retamas más altas que ella y de las que no había salida. Al verse acorralada por aquel bicho, le dijo:

-Perdón, perdón, perdón, se me fue la mano.

Álvaro no iba a desperdiciar la oportunidad de comerse un bombón.

-Dos veces, debe ser repetidora.

Se acercó a ella. La muchacha, con voz temblorosa, le preguntó:

-¡¿Qué me vas a hacer?!

-¿Tú qué crees?

La joven se lanzó en plancha contra las retamas, pero lo único que consiguió fue aplastar unas cuantas. En medio de las retamas había hierba verde, la típica hierba de primavera que crece en Galicia. Álvaro la cogió por la cintura, la tiró boca arriba sobre la hierba y le tapó la boca con una mano, la garganta con la otra, y con cara de pocos amigos soltó el farol.

-Si chillas te estrangulo y pasarán años hasta que descubran tus huesos. ¿Vas a chillar?

La muchacha se tragó el farol. Con el miedo reflejado en sus ojos, negó con la cabeza. Álvaro dejó de taparle la boca y de apretarle la garganta y comenzó a desabotonar su blusa.

-A ver que tienes aquí debajo.

Lo que tenía eran un sujetador de color blanco y debajo de él unas tetas medianas, redondas, duras, con areolas rosadas y gruesos pezones.

-Son las tetas más bonitas que he visto en toda mi vida.

La muchacha se había callado y no tenía pensado hablar.

-Di algo.

Tuvo que hablar, y fue para decir:

-Tu mujer se va a enterar de esto.

-Estoy soltero.

Lanzó una trola a ver si sonaba la flauta.

-Déjame ir, y a pesar de ser un viejo, dejó que me rondes.

La flauta no sonó.

-Tengo treinta y ocho años, de viejo nada y de aquí no sales sin follar.

Le cogió los gruesos pezones, con las yemas de dos dedos de la mano derecha y dos dedos de la mano izquierda, y los frotó con ellos.

-Deja de temblar que así no vas a gozar de lo que te haga.

-Ni quiero gozar, ni podría gozar.

-¿Por qué?

 -Porque tengo miedo de lo que me puedas hacer después de disfrutar de mí.

-Después de gozar de ti te voy a acompañar a casa, que ya está cayendo la noche y de noche el monte es muy peligroso.

-¡A mí me vas a decir que el monte es muy peligroso estando en la situación  en la que estoy!

-Si no te resistes te juro que no te voy a hacer ningún daño.

-Ya me lo estás haciendo.

Le echó las manos a las tetas y acariciándolas tiernamente, le lamió los pezones.

-Me refería a no hacerte nada malo.

-¿Lo qué me estás haciendo crees que es bueno?

-Joder, estabas más guapa calladita.

Le dio un beso en los labios. La muchacha no retiró los suyos. Le quiso meter la lengua en la boca, pero los dientes no la dejaron entrar. No forzó la máquina. Volvió a por sus bellas tetas, y le dio un pequeño gran repaso. 

Ya había caído la noche. Se oía cantar a los grillos y a algunos pájaros nocturnos y los iluminaba la luz de la luna.

-Si no fuera porque te estoy forzando, el ambiente sería el ideal para hacer el amor.

-Si no fuera porque me estás forzando, no estaríamos en este ambiente.

Le quitó la chaqueta, la falda y después los zapatos y las bragas, unas bragas que estaban encharcadas de flujo vaginal. Se las puso enfrente de la cara, y le dijo:

-Tú no quieres, pero tu cuerpo está pidiendo a gritos una corrida.

-Mi cuerpo es mi cuerpo, y mi pensamiento es mi pensamiento.

Álvaro le separó las robustas  piernas, hizo que flexionara las rodillas. Vio su coño peludo, se acomodó, y con la punta de su lengua, y muy lentamente, lamió el clítoris de abajo a arriba durante más de cinco minutos. En los tres o cuatro minutos finales, Álvaro notó unos minúsculos movimientos de pelvis, pero no le arrancó ni un solo gemido. Al final su cuerpo se arqueó y temblando, ahora de placer, se corrió en su boca echando un pequeño torrente de jugos viscosos, jugos que Álvaro se tragó.

-Estás, rica, rica, rica.

La muchacha había quedado espatarrada. Álvaro se desnudó. Al verlo desnudo y con la polla tiesa, exclamó:

-¡Esa cosa es muy grande y muy gorda!

Álvaro se mosqueó porque tenía una polla normalita.

-¡Cachondeos los justos!

-No estoy de cachondeo, tienes una polla inmensa.

-Para ti la perra chica.

Álvaro la puso boca abajo. se metió entre sus piernas, le echó las manos al vientre, le levantó el culo hasta que la muchacha se puso a cuatro patas y luego le besó y le lamió el culo, después le pasó la lengua entre las redondas nalgas y le lamió el ojete, se lo lamió, despacito, muy despacito, al tiempo que le magreaba las tetas. El siguiente paso fue lamer su coño y su ojete, pasando por el periné. Luego le frotó la polla en el ojete.

-¡Ni se te ocurra meterla en el culo!

Le metió la puntita.

-No la metas más.

Le metió la mitad del glande y le preguntó:

-¿Quieres correrte con sexo anal?

-¡No, no quiero correrme contigo, y menos así! Sácala.

La sacó, le lamió el coño media docena de veces y después le enterró la lengua en él otras tantas.

-¿Y así?

-Tampoco, no quiero correrme contigo.

Le dio un par de lamidas al coño y le metió y le sacó la lengua dentro del ojete varias veces.

-¿Quieres que siga?

-No, no quiero que sigas.

-¿Por qué mientes?

-¿Por que eres tan pesado?

Lamió de abajo a arriba a toda mecha y la muchacha se volvió a correr en su boca entre tremendas convulsiones.

Al acabar de correrse, Álvaro, le frotó la polla en los labios del coño. Se la quiso meter, pero no le entró. La joven le dijo:

-¡Me vas a romper!

-¡¿Eres virgen?!

-Sí.

-Ponte boca arriba.

Hizo lo que le había dicho. Mirándola a los ojos, le preguntó:

-¿¡Es que nunca te has jugado tu sola?!

La muchacha, mirándole para la polla, le respondió:

-No voy a responder a esa pregunta.

-Entiendo. ¿Quieres que te desvirgue?

-¡¿Me lo preguntas?! Creí que me estabas forzando.

-Y estoy, pero desvirgar a una mujer es una cosa muy seria. 

-¿Y comerle el coño no lo es?

Más claro no le podía decir que quería que la desvirgara.

-¿Entonces sí?

Volvió a hacerse la decente.

-Entonces, no, lo que quiero es irme para mi casa que si llego después de las diez me castigan un mes sin salir.

-Ya te inventarás algo.

-Además de eso, ahora tengo más miedo que antes.

-Si piensas que te va a doler, te equivocas, eso sí, tienes que relajarte, si te pones tensa, entonces sí que te dolerá.

-¡Si tienes un monstruo en vez de una polla! ¡¿Cómo no me va a doler?!

-Tú relájate y deja que la cosa fluya.

-No podré relajarme.

Álvaro le puso la polla en los labios.

-Chupa.

-No sé chupar.

Se la frotó en los labios.

-Yo te enseño como hacerlo.

 -No quiero que me enseñes.

-Mamar una polla relaja mucho.

-A mí me daría asco.

Le cogió una mano, se la llevó a la polla, hizo que la empuñara y luego se la movió de abajo a arriba. La muchacha vio como subía el prepucio y como del meato del glande salía líquido pre seminal.

-¿Te estás corriendo?

-No, cuando me corra lo sabrás. Lame la cabeza.

-Ni lo sueñes.

Álvaro mojó el dedo medio de la mano derecha y se lo metió en el coño. Entró justo, que era como le entraba a la joven cuando se masturbaba. Lo que no hacía ella al jugar sola era el "ven aquí", por eso le encantó desde el segundo uno.

-¿Qué me estás haciendo?

-Te estoy masturbando, lo sabes de sobras. Masturbándote voy a ir abriéndote el coño poco a poco para que no te duela cuando te la meta.

-Me va a doler igual.

-No te dolerá, cuanto más corrida estés más fácil será la penetración.

Álvaro la masturbó, le dio picos y le comió las tetas, bien comidas. Cuando la muchacha sintió que se iba a correr, le dijo:

-No, no, no quiero correrme.

Álvaro aceleró el "ven aquí" y la joven se corrió como una bendita.

Al acabar de correrse, le dijo Álvaro:

-Es una delicia ver como te corres, lo que no sé es porque no has gemido.

-Porque gemir, gimen las putas.

-Gemir, gemir de verdad, gimen las mujeres, los gemidos de las putas son fingidos.

-Encima vas a putas.

-Fui a putas, uno fue joven y alocado.

-Loco aún sigues estando.

Con cuidado, le metió dos dedos dentro del coño y la quiso besar con lengua. La muchacha sentía la lengua de Álvaro recorrer sus labios, pero no abría la boca ni para hablar, pues si la abría se la metía dentro. Los dos dedos, despacito, se movieron dentro de la vagina, alrededor y hacia los lados. La vagina se fue dilatando hasta dejar que los dedos entraran y salieran de ella sin dificultad. Comenzó de nuevo el "ven aquí". La joven estaba tan caliente que decidió colaborar.

-Me voy a dejar, pero para que al acabar no me hagas daño.

Cerró los ojos, le cogió la polla, se la masturbó, abrió la boca y sacó la punta de la lengua, Álvaro, se la lamió y se la chupó. Al rato la joven ya le devolvía los besos y gemía. Álvaro dejó de besarla y le dijo:

-A ver si te gusta.

Mojó en el coño el dedo medio de la mano izquierda, se lo metió en el culo y luego, mientras se lo metía y se lo sacaba, volvió a besarla. La muchacha, al rato, le dijo:

-¡No sigas que me corro!

Álvaro dejó de follarle el culo y de besarla y se puso boca arriba sobre la hierba.

-Ven, pon tu coño en mi boca, frótalo contra mi lengua y córrete.

-Si hago eso, voy a cubrir tu lengua con las babas de mi corrida.

-Es lo que quiero que hagas.

La muchacha estaba tan excitada que no se lo tuvo que pensar, puso sus rodillas en la hierba y el coño sobre la boca de Álvaro y él le volvió a meter el dedo en el culo. La muchacha frotó el coño contra la lengua. En nada, dijo:

-¡Qué corrida voy a echar!

 Ni diez segundos tardó en descargar.

-¡Me corro en tu boca!

Se corrió gimiendo como una posesa y entre tremendas convulsiones.

Al acabar de gozar se quitó de encima, se echó boca arriba sobre la hierba, tapó la cara con las dos manos, y dijo:

-¡Qué vergüenza! 

-No tengas vergüenza, lo que acabas de hacer es lo que desearían hacer muchas mujeres y no se atreven a pedírselo a sus novios o a sus maridos.

La volvió a besar.

-Es que me he dado cuenta de que soy una puta.

-No eres una puta, eres una ricura de mujer.

-Voy a perder la virginidad con un hombre al que no amo, soy una puta.

-¡Y dale con lo de puta! Mira, si no quieres perder la virginidad, chúpamela, me corro y luego si nos hemos visto no nos acordamos.

La muchacha tenía ganas de más tema y le ofreció el culo.

-Soy una puta. Sé que soy una puta porque tengo ganas de que me la metas en el culo.

Aunque sabía que no hacía falta, le dio cera.

-Por eso no eres una puta, eres una mujer que quiere experimentar, y vas a experimentar, aunque primero te tengo que abrir el culo como te abrí el coño. ¿También quieres que te desvirgue el coño?

-El coño déjalo como está que puedo quedar preñada.

-No estoy tan loco como para arruinarte la vida.

-Pero loco estás, por las dudas...

-¿Qué?

-¿Me juras que no te vas a correr dentro?

-Te lo juro.

-Entonces, cuando llegue el momento, ya veremos.

Se puso a cuatro patas. Álvaro le lamió el coño y el culo, un tiempo, después le folló el ojete con la punta de la lengua, y tiempo después, cuando le frotó la yema de un dedo en el ojete, la muchacha, le dijo:

-Métemela ya.

-¿En el culo?

-No, en el coño.

Le frotó la cabeza de la polla entre los labios del coño y después le metió y le sacó la punta de la polla, al tiempo que le magreaba las tetas. De la punta pasó a meter y sacar la mitad del glande, y poco más tarde le medio el glande entero. Lo metió y lo sacó la tira de veces y luego le metió la mitad de la polla. Follándole el coño con la mitad de la polla, le dijo la muchacha:

-Toda, métemela toda.

Se la metió hasta al fondo del coño y luego la folló despacito. Pasado un tiempo, le dijo ella:

-Apura un poquito más.

Aceleró, pero a la joven no le llegaba.

-¡Más rápido, más rápido!

Le agarró la cola de caballo, tiró con fuerza, y comiéndole la boca, le dio a mazo. La muchacha, exclamó:

-¡Me corro!

Se corrió cómo una loba. Álvaro, al acabar de correrse la muchacha, le preguntó:

-¿Quieres ahora el anal?

-Deja que descanse un poco.

Dejó que descansara, pero no dejó que se enfriara. Le sacó la polla del coño y luego le lamió los jugos de la corrida, después lamió el ojete y se lo folló con la lengua. Entre lamidas y folladas, la muchacha se puso a tono de nuevo.

-Ya estoy lista, métemela en el culo.

Se la metió en el culo igual que se la había metido en el coño, despacio y a poquitos... Al tenerla toda dentro, la folló con la misma delicadeza con que se la había metido. Lo malo fue que viendo como entraba y salía la polla del coño, no pudo aguantarse y se lo llenó de leche. La muchacha, sintiendo la polla latir dentro de su culo, se frotó el clítoris con tres dedos, y le dijo:

-¡Me quiero correr, me quiero correr, me quiero correr...!

Se corrió con una fuerza brutal, tan fuerte le vino que le fallaron los brazos y las piernas y cayó sobre la hierba con los brazos y las piernas abiertas.

Al acabar de correrse, se la quitó . Estaba limpiando la polla con el calzoncillo cuando la joven se echó encima de él y lo tumbó sobre la hierba. 

-¡Te voy a comer vivo!

La muchacha había pasado de estar media muerta a estar muy viva, y de mosquita muerta a tigresa. Le comió la boca, le lamió las mamilas y le chupó la polla, de aquella manera, pero se la puso dura de nuevo. Después lo montó, agarró la polla, la puso en la entrada del coño, bajó el culo y lo folló. Estaba como loca. Su culo se movía hacia delante y hacia atrás a toda mecha. Gemía, le comía la boca, le tiraba de los pelos... La muchacha estaba desatada. Álvaro había sacado de ella la fiera que llevaba dentro, y esa fiera lo estaba devorando. La muchacha había perdido todo su pudor. Álvaro, viendo a aquel ciclón, le ayudó a que descargara metiéndole un dedo en el culo. Ni treinta segundos tardó en decir:

-¡Me corro, me corro, me corro!

Cuando se bajó de su montura no tenía fuerzas ni para vestirse, pero mal y como pudo, y sin levantarse, se puso las bragas.

-¿Ves cómo era una puta?

-Ya quisieran las putas follar como me has follado tú. Por cierto. ¿Cómo te llamas?

-Come castañas, ¿Y tú?

-Saca virgos.

-No te había visto antes por estos lares, saca virgos.

-He estado veinte años en Francia. ¿Quieres venir a mi casa algún día?

Lo interrumpió.

-Si alguna vez quisiera estar contigo sería aquí.

-¿Te avergonzaría que te viesen en público como un hombre de mi edad?

-No, tantos años no creo que me lleves, pero no te veo como pareja, si acaso me valdrías para echar un polvo de vez en cuando.

-Vale, el sábado que viene, a las diez, estaré aquí, si apareces, bien, y si no apareces, me hago una paja pensando en ti y me voy.

-No la hagas nada más llegar, por si me animo y acudo a la cita.

Luego de vestirse la acompañó hasta que aparecieron las luces de la aldea.

Antes de llegar a casa se sacó un zapato y rompió el tacón. Al llegar a la cocina con el zapato en la mano y cojeando, le preguntó su madre:

-¡¿Qué te ha pasado, Laura?!

-Que metí un pie en un agujero del camino.

-¿Te has hecho mucho daño?

-No, y ya casi me pasaron las molestias.

El padre de Laura, que estaba tomando un vino tinto sentado a la mesa de la cocina, le dijo a su mujer:

-Las cosas malas nunca vienen solas.

Laura le preguntó a su madre:

-¿Qué le pasa a papá?

-Que ha vuelto su hermano de Francia y le tiene que pagar el usufructo de veinte años de  la parte de tus abuelos.

-¿Y no tiene con que pagarle?

-No.

-¿Y qué pasa si no le paga?

-Hace veinte años que tu tío no le habla a tu padre. Ese se queda con esta casa, los animales y las huertas. La ley está de su parte.

Laura no quiso saber nada más, se fue a su habitación, intranquila por lo de la casa y lo demás y sabiendo que acababa de follar con su tío, un tío que no se hablaba con su padre.

Había llegado el sábado. Pasaban de las diez de la noche. Laura, vistiendo una falda negra, con una cazadora y una blusa a juego, se metió entre las retamas y vio a Álvaro sentado sobre la hierba fumando un cigarrillo. Le preguntó:

-¿Sabes quién soy?

-Eres un bombón.

-Soy tu sobrina, la hija de tu hermano Adolfo.

Álvaro quedó de piedra. Quiso levantarse, pero, Laura, que calzaba unos zapatos negros con poco tacón, le puso un pie sobre el hombro, y le dijo:

-Ni te muevas de donde estás.

Álvaro mirando para las piernas y para las bragas blancas de su sobrina, le preguntó:

-¿Le vas a decir a tu padre lo que te hice?

-No, pero tú le vas a perdonar el usufructo de todos estos años.

-No se lo iba a cobrar. No lo necesito.

-¿Por qué llevas veinte años sin hablarle?

-Si estaba fuera no podía hablarle.

-¿Ni escribirle?

-Como le iba a escribir. Si he estado veinte años sin venir a España fue para no verlos delante.

-¿Verlos? 

-Si, no tenía ganas de ver a tu madre ni a tu padre.

-¿Que pasó entre mi padre, mi madre y tú?

-Pregúntaselo a ellos.

Empujó con el pie.

-Te lo estoy preguntando a ti.

-Vale, te lo diré. Tu madre era mi novia y me dejó por tu padre, por eso me fui para Francia... ¡A ver si en vez de mi sobrina eres mi hija!

Laura le quitó el pie del hombro.

-Tengo diecinueve años, no puedo ser tu hija.  

-Es un alivio saberlo.

Le quitó las bragas y le olió el coño profundamente.

-Huele a gloria bendita. Te lo voy a devorar.

-No vas a devorar nada. Soy tu sobrina.

-Una sobrina con la que ya follé.

-Ni tú sabía que yo era tu sobrina, ni yo sabía que tú eras mi tío.

-¿Solo has venido por lo del usufructo?

-Sí, solo por eso.

Álvaro, decepcionado, le dijo:

-Pues ya puedes volver por donde has venido.

Laura le dio la vuelta al calcetín.

-A ver, a ver. ¿Ahora no debías forzarme de nuevo?

A Álvaro se le dibujó una sonrisa en los labios.

-¡Serás puta!

-¡¿Ves, ves como cuando decía que era una puta tenía razón?!

-Voy a hacer que te corras hasta por las orejas.

Quiso levantarse, pero Laura le puso las manos en los hombros para que no lo hiciera.

-Esta vez será a mi manera.

Se desnudó, le echó las manos a la cara, se inclinó y le puso el pezón de la teta izquierda entre los labios.

-Chupa.

Le lamió y chupó el pezón y la areola y después le mamó la teta. Al rato, Laura, le puso el otro pezón en la boca. Álvaro no llegó a lamerlo, le echó las manos a la cintura y le comió el coño con voracidad. Laura le echo las manos a los pelos y tiró.

-¡Aún no quiero correrme, espera, espera, espera!

Siguió lamiendo como si el coño fuese una tarta de crema y Laura explotó. 

-¡Tramposo!

Le fallaron las piernas, y corriéndose, cayó sentada sobre la hierba.

Álvaro se desnudó y sin dejar que se recuperara, le frotó la polla en los labios. Laura abrió la boca y le lamió y le mamó la polla, además de masturbarlo. Luego fue él quien le puso un pie en el hombro y la echó hacia atrás sobre la hierba. 

-Aquí no manda nadie. Aquí nos vamos a correr los dos como si fuéramos perros.

-Así se habla.

-¿Quieres ponerte encima de mí o prefieres estar debajo?

-Primero debajo.

Se echó encima de ella, le metió la polla en el coño, y mientras se besaban, la folló, despacio al principio, a medio gas después, a toda hostia al final. Cuando Laura no pudo más, le dijo:

-¡Me voy a correr!

Paró de follarla, le magreó y le mamó las tetas, luego bajó al coño y le enterró la lengua en él varias veces. Laura, entre gemidos, le dijo:

-Me va a venir.

La puso boca abajo y le lamió el ojete. Al rato los gemidos le avisaron de que se iba a correr, la puso boca arriba, se arrodilló sobre la hierba, la cogió por la cintura, la levantó y le clavó la polla en el coño.

-Fóllame bonita.

Laura lo folló subiendo y bajando la pelvis. Pasado un tiempo, sus ojos se cerraron, echó la cabeza hacía atrás y corriéndose, dijo:

-¡Que puta soy!

Al terminar de sacudirse y de gemir, sacó a polla del coño y le dijo:

-Ahora dame por el culo.

El ojete ya estaba lubricado con los jugos que había echado el coño. En la misma posición de antes se la clavó en el culo. La polla había entrado apretada, pero como un tiro. Álvaro la sujetó con el brazo izquierdo, chupó el dedo pulgar de la mano derecha y acto seguido le frotó el clítoris con él. Laura le dijo:

-¡Fóllame duro, fóllame duro!

Le folló el culo como le había pedido y al rato se corrieron juntos, él con un tremendo temblor de piernas y ella entre gemidos y convulsiones.

Al acabar de correrse, Álvaro quiso fumar un cigarrillo, pero Laura no le dejó. Se sentó en su estómago y le dijo:

-Aquí no se fuma, aquí se juega.

Le puso el coño en la boca.

-Come, tito, come.

Comió, se corrió y luego regresaron cada uno a su casa, pues Laura tenía el tiempo contado.

Una vez, que estaban follando en el monte, Laura, le propuso irse con él a trabajar a Francia, y el que se venia definitivo para España, se fue definitivamente con ella para Francia. Allí siguen.

Quique.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El relato fue modificado hace 3 semanas 3 veces por José

   
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