"Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia"
Tercera ley de Clarke.
El túnel al multiverso es una tecnología desconocida y aún incontrolada. Los científicos no se ponen de acuerdo en sus bases teóricas. Pero sus efectos son bien conocidos en la institución que lo estudia gracias a los informes de los conejillos de Indias, ups, perdón, las personas que lo cruzan con destinos inesperados: Otras épocas, lugares e incluso mundos de fantasía, de novela o de cine.
Esta colección de extractos de esos informes hace hincapié en las vivencias más eróticas de la protagonista narradas por ella misma.
Ya no estamos en Kansas.
Debe ser una frase muy repetida últimamente, especialmente por mí. El túnel dimensional me dejó en una playa virgen de fina arena blanca, preciosa. El mar azul parecía infinito. A primera vista no se veía rastro de civilización alguna a mi alrededor. ¿Que tiene que hacer una chica del s. XXI cuando se ve en una situación así?.
Solo lo que parecían unos olivos tras la linea de la costa podrían indicar la presencia de agricultura y puede que de humanos cerca. Sabia que donde quiera que hubiera llegado no estaba preparada para ello.
Una camiseta de tirantes, un mini short vaquero y unas puñeteras sandalias eran todo mi atuendo. Ni siquiera me había pillado con una navaja multiusos, por no decir la nueve milímetros.
Mi duda era seguir la linea de playa o buscar una senda entre los olivos. Me decidí por la plantación por que quizá una choza de labradores o de pastores me permitiría pasar mas desapercibida que un jodido puerto populoso y un montón de marineros borrachos y salidos.
Por lo menos hasta poder cambiar mi atuendo por algo que no llamara la atención en esa época, fuera cual fuere.
Un poco mas adelante en el camino había vides y algunas parcelas de cereales. Lo que me confirmó por el tipo de cultivos que estaba en alguna parte de la cuenca del Mediterráneo.
Al fin divisé una columna de humo trepando al cielo sobre los cultivos y me acerqué con cuidado. Un pequeño huerto bien cuidado, algunos animales de granja alrededor de la choza, gallinas y ovejas encerrados en un corral hecho con estacas de madera.
Podía pertenecer prácticamente a cualquier lugar y época de un amplio espectro de siglos en esa zona geográfica.
Suponía que podría apañármelas con alguna versión del latín o del griego clásico. Menos mal que se me dan bien los idiomas. Estaba pensándolo cuando vi salir de la choza a una joven mujer para echarle unos desperdicios a las gallinas.
Su indumentaria tampoco me daba muchas pistas, una toga corta sujeta solo al hombro izquierdo que descubría sus fuertes muslos podía proceder de cualquier tiempo de la era clásica entre los campesinos pobres.
Sus bonitos pechos llenos y voluptuosos se meneaban libres de cualquier sostén bajo la fina tela de lino marcando la dureza de unos pezones muy deseables. A veces la teta derecha se escapaba de la tela.
Durante un rato me quedé como petrificada contemplando tan bonito espectáculo. Algo que nadie había visto en cientos de años. Por fin me decidí a presentarme.
Probé primero con el latín sin que hubiera ningún resultado. Pero en griego conseguí hacerme entender. Tuve que escribir algunas palabras en la arena con una ramita. ¡Ella sabía leer!. Bueno y mejor funcionó cuando ella corrigió bastante de mi pronunciación. Bueno, estaba claro que había ido a caer en Grecia.
Nadie excepto otro viajero del túnel había oído ese idioma, bien pronunciado al menos en siglos. Por suerte había cambiado impresiones con él días antes, en mi cama. El chico había aterrizado en Esparta y lo había pasado fatal y yo me dediqué a consolarlo.
Para no asustarla y explicar mi extraña apariencia le endiñé el cuento de que era una viajera de tierras lejanas. No parecía que ella se fuera asustar por casi nada pero la historia de la viajera me permitía darle una razón a mis errores, en el vestir, hablar y comportarme.
Y así por fin conseguí averiguar donde demonios había ido a caer. Era una chica culta para ser campesina y por los reyes y hechos que ella consiguió nombrarme conseguí situarme. Estaba en Lesbos hacia el s. IV antes de Cristo en pleno Egeo.
Ademas de belleza que poseía mucha, tenia inteligencia y conocimientos sobre los hechos de su tiempo. Me contó que estábamos cerca de un puerto donde atracaban galeras y mercantes de toda Grecia, Egipto y Fenicia. Así que el mar que se veia desde su puerta era el Egeo. Esto puede ser que me diera la opción de conocer a Safo.
Era la única personalidad importante que se me ocurría que pudiera estar por la zona. Durante la conversación admiraba su perfil griego, el escote insinuado en los pliegues de la túnica, los brazos desnudos, bronceados y fuertes.
La verdad, la Helena que tenía delante hubiera podido hacerle de modelo a Praxiteles. Quizá no botar mil barcos pero un par de galeras si que se hubieran movido por ella.
Por una de las sendas nos llegó el sonido de un silbido. Era su marido, Jason, que conducía por el ronzal un par de mulas con las que había estado trabajando un campo de cereal.
Su granja parecía bien cuidada y próspera. Se acercó al pozo, dejó caer la corta túnica que lo cubría quedando completamente desnudo. Sacó agua con un cubo de madera. No parece que hubiera ningún tabú sobre desnudez en esa cultura.
Se lavó el polvo y el sudor de la musculatura impresionante. Si habéis visto trescientos os haríais una idea, pero sus músculos se debían al duro trabajo del campo y no de un gimnasio pijo de Holliwood.
Un magnífico ejemplar de hombre, todo un macho griego, un verdadero hoplita. Pues cuando me invitaron a entrar en su casa vi sobre la chimenea colgados el escudo, el casco y la espada, todo en bronce bruñido lo confirmé. Pude admirar esas armas, no tras la vitrina de un museo, sino recién forjadas en una isla del Egeo.
Se ató a la cintura una simple tela de lino y por fin bien limpio se acercó a nosotras que habíamos mirado todo el proceso con cierta admiración. Al menos por mi parte, ella debía estar acostumbrada.
Aún estabamos en la puerta charlando y sin perdernos nada del espectáculo. Cogió a su mujer de la cintura y la besó profundamente dándole una buena ración de lengua a lo que ella respondió con entusiasmo.
Por debajo de la corta túnica pude espiar la mitad de las respingonas nalgas de la bella morena cuando el péplum se levantó en el abrazo. Detalle que aprecié aunque había pasado media tarde mirando sus torneados muslos.
Las miradas de ambos no habían dejado de espiar mi cuerpo. El vientre desnudo por la cintura baja de mis pantalones. El escote de la camiseta y lo pegado de la tela tan ajustada a mi piel que mis tetas se notaban perfectamente, los muslos desnudos.
Parecían extrañarse por mi indumentaria, desconocida en ese tiempo, lógico. Pero como me tenían por una viajera de lejanas tierras ese detalle se pasó por alto, como una cortesía más debida a un huésped. Su sentido de la hospitalidad consiguió que me invitaran a cenar e incluso a pasar la noche con ellos.
No es que me apeteciera dormir en un montón de paja lleno de pulgas pero mientras la entrada al túnel cuántico no volviera a alcanzarme no podria volver al s. XXI.
Tras lavarnos juntas ella y yo, lo que me permitió ver al natural sus tetas perfectas, y a ella admirar mi cuerpo desnudo, según dijo, pasamos al interior de la vivienda. Me prestó un paño de lino para cambiarme y dejar mis sudadas ropas a un lado. Me ayudó a colocarlo aprovechando para acariciar mi cuerpo en el proceso.
La cena, aunque sencilla a base de embutidos, queso y verduras frescas con aceite y vino elaborado en su propia casa fue muy sabrosa. Ayudé en lo que pude pero aparte de cortar y lavar los vegetales no pude hacer mucho más.
Ademas fue animada, eran agradables, buenos conversadores, inteligentes, simpáticos y pude practicar mi oxidado griego clásico. Me contaron chismes y cotilleos de la zona y las noticias que les llegaban de las ciudades estado.
Tras servir la mesa a lo que la ayudé, Helena se ató la túnica a la cintura dejándonos ver sus dos preciosas tetas. Me indicó que podía deshacerme de algo de ropa y aflojé el péplum imitándola desnudando mis peras sin problema, ya había confianza de sobra.
Ambos parecieron admirar el gesto y la belleza de mis formas que alabaron en voz alta. Yo ya había admirado el trabajo de la granja y de la bien cuidada casa pero ellos empezaron con mi cuerpo. Yo también les halagaba a ellos, lo que me resultaba fácil y sincero.
Solo son verdades, la musculatura de luchador y los rasgos finos que él tenía. Y ella, bueno, sus pechos perfectos que aún no habían amamantado, su cadera generosa, los afinados muslos musculosos por el trabajo, y su carita, bueno, a esas alturas estaba deseando besarla.
A los postres, algo con mucha miel y almendras, ellos comenzaron a besarse y acariciarse demostrando su amor ante la invitada. A la que estaban poniendo los dientes largos. La suave tela de lino que cubría la polla se empezaba a levantar y en cuanto Helena se dio cuenta de ello le agarró el rabo ya duro a su marido.
Esta vez dejándomela ver a mí. El nudo se soltó y quedó completamente desnudo ante nosotras. Sin pudor, como algo natural. Mirándome a los ojos con un gesto me pidieron que me reuniera con ellos.
Con la misma naturalidad que hasta entonces habían mostrado en todo acariciaron mi piel, besaron mis labios. Yo pude disfrutar de sus cuerpos no sobre el tan temido montón de paja sino en un lecho del vellón de sus ovejas, cubierto de suaves pieles.
Helena fue la primera que se acercó a mí. Supongo que pensaron que me daría más confianza. Sus tiernos besos al principio fueron leves y dulces. Pero viendo que le correspondía y que mi lengua buscaba la suya se hicieron mucho más lascivos.
Sus tetas atraían mis manos con poderoso magnetismo y por fin pude acariciar los duros pezones. Pronto noté en las mías unas manos fuertes. Jason por fin se había decidido y desde mi espalda había puesto sus manazas en mis tetas. Su poderoso torso pegado a mi espalda y empezaba a notar su polla griega buscando el griego.
Acorralada entre los dos no tenía escapatoria ni la quería. Sus pieles frotándose con la mía me estaban calentando. Menos mal que los únicos seres vivos de las cercanias eran sus gallinas y corderos, eran los únicos que podían oír nuestros gemidos y suspiros.
Helena ya buscaba con los dedos el clítoris, para entonces tenía el coño encharcado y estaba mojando su mano. Con la palma de la mano en los labios de mi vulva alcanzaba a acariciar el glande de Jason.
Con ternura lo fue guiando a mi interior. Estaba tan excitada que se abrió paso en mi xoxito de una sola vez. Helena se recostó sobre las suaves pieles abriendo los poderosos muslos. Lamí sus axilas, besé sus pechos y el vientre bajando por su cuerpo.
La postura hacía que yo quedara a cuatro patas. Por fin tenía ante mí la delicada vagina. A cada empujón del hoplita en mi cadera mi lengua posaba por los labios de su chica, los del dulce coñito, e intentaba penetrarlo con ella. Sus gritos llenaban la choza, y los míos no solo por que tenía la boca muy ocupada. Jason me estaba follando con fuerza, ternura y firmeza pero no muy deprisa justo como me gusta.
Entre el diu y las vacunas no tenía que tomar ninguna precaución extra así que le animé a seguir hasta que me llenó con su semen y eso que ya me había corrido un par de veces. Helena también había disfrutado lo suyo, pero estaba dispuesta a un poco más.
Obligó a su marido a no sacarla de mi coño y reptando de colocó debajo de mi cuerpo. Con su linda cabecita bajo nuestros sexos ensamblados. De inmediato noté su lengua juguetona en mi clítoris y según la polla iba perdiendo su dureza lamía el semen y los jugos que escurrían de mi interior y del glande de su esposo. Yo aproveché para darle las últimas lamidas a su xoxito.
Al final me dormí entre los brazos de los dos cariñosos griegos. El suave vellocino sobre el que dormíamos me acariciaba tanto como sus manos.
A la mañana siguiente, tras cumplir con los trabajos de la granja, Helena me llevó al mercado del puerto. Aunque me había dejado uno de sus péplum para que pasara más desapercibida. Nunca habría imaginado lo sensual de aquella sencilla prenda.
La verdad es que era más trasparente de lo que solía vestir habitualmente. Mis pezones se marcaban en la fina tela y los pliegues de la falda mostraban mis muslos a cada paso. Pero como todas las mujeres vestían así no llamábamos la atención.
Paseábamos entre los puestos del mercado, viendo las mercancías procedentes de todo el mediterráneo y más allá. Telas, especias, artesanía, herramientas, incluso armas y joyería, pero yo no tenía dinero ni nada para intercambiar por que hasta el trueque estaba permitido.
En una colina cerca del pueblo se levantaba un templo. No era ni muy grande, ni muy impresionante pero allí estaba con sus columnas dóricas y los frisos policromados. No era el Partenon pero me valía. Nos dio tiempo hasta hacer una pequeña ofrenda a Afrodita, la diosa patrona de la ciudad. Al teatro ya no pudimos entrar pero pude verlo cuando pasamos a su lado.
La actitud de la gente era desinhibida. Se acariciaban y metían mano sin recato. Aprovechando el calor reinante las ropas iban sueltas mostrando más partes del cuerpo de las que en nuestro siglo XXI sería normal ver por la calle. Los pechos de las mujeres, los torsos de los hombres y hasta los culos de los jovencitos que los hombres acariciaban sin problema.
Mi escasa ropa se la había regalado a Helena y Jason. El minishort le quedaba de miedo a la portentosa cadera de la griega. Como la tela no duraría muchos años no le daría un susto de muerte a un arqueólogo contemporáneo. En previsión de algo así me había acostumbrado a no llevar nada de plástico. Por una parte, una lástima, me hubiera gustado comprar alguna chuchería como recuerdo y por otra a mi regreso todo se lo quedaría la "institución".
Al acercarnos a la orilla pude contemplar los trirremes de guerra atenienses, los panzudos mercantes fenicios, las galeras egipcias. Siempre me da rabia no poder llevarme el móvil o al menos una cámara. Tener que guardar esos detalles en la memoria y tener que dibujarlos después es un coñazo.
Viendo lo bien que me había defendido con ella en su lecho Helena me guardaba una sorpresa. Me condujo a una bonita casa en el pueblo. Allí conocí a Safo en su cama hicimos el amor mientras Helena nos contemplaba y no tardó en unirse.
Tras una breve introducción que me hizo la granjera Safo me recibió entre sus brazos. Las túnicas tardaron segundos en caer y poco más en llevarme a la cama.
Bajo los atentos ojos de Helena la poetisa se tumbó sobre mí en un sesenta y nueve para demostrar a la chica extranjera sus habilidades buco linguales. Desde luego le correspondí saboreando su dulce coñito.
Un momento más tarde teníamos a Helena sobre nosotras lamiendo y acariciando toda la piel que pudiera alcanzar. Justo sobre mis ojos veía su lengua lamiendo el ano de Safo.
La dos griegas me dieron un montón de orgasmos esa tarde calurosa junto al Egeo. Las chicas sabían lo que hacían acariciaron, besaron y lamieron todo mi cuerpo. Y yo me dediqué a darles placer a las dos.
Caminando de vuelta entre los olivos solo me dio tiempo a un rápido beso a Helena antes de que el túnel me devolviera a casa. Las luces debieron impresionarla pero en una cultura donde los dioses interactuaban con los hombres constantemente no creo que causara un gran revuelo. Fue uno de los viajes más cortos, apenas un par de días, pero de los que más disfruté.
Todavía sostenía un manuscrito de Safo en la mano, poemas inéditos, cuando llegué ataviada con el péplum y las sandalias. Menos mal que el túnel me dejó cerca de mi casa y aún así la gente me miraba por la calle. ¿He dicho ya que las tetas se notaban mucho en esa tela tan fina? No hay dinero para pagar esos poemas o el manuscrito, claro que tampoco me los iban a pagar.
La organización que estudia esos viajes, la "institución", se queda con cualquier cosa de valor histórico o arqueológico que los viajeros podamos traer. Desde luego las prendas me las quedo. Serán un bonito recuerdo de la chicas griegas.
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Larga y próspera vida
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