Quiero ver como te ...
 
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Vaciar todo

Quiero ver como te corres otra vez, mamá

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José
(@quique)
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                                       Lucía y Pablo

Se llama Pablo, su color de piel es trigueña tirando a morena, su cabello lo tiene ondulado y hasta los hombros, sus ojos son color café, sus labios gruesos, tiene en trasero marcado, mide un metro ochenta, su polla es de un tamaño promedio y está relativamente en forma.

Su hermana Lucía es de piel trigueña clara, su cabello es negro, ondulado, teñido con mechones rojos vino, sus ojos son de color café, tiene las tetas grandes, voluptuosas, su cintura es fina, sus muslos y su trasero son gruesos, carnosos, y mide un metro setenta y ocho. 

Sara, su madre los tuvo que criar sola. A pesar de tener una buena relación con ellos, se pasaba todo el tiempo trabajando, apenas la veían los fines de semana. Pablo y Lucía estaban unidos y eran cómplices, se cubrían en todo lo que hacían y casi nunca se peleaban.

Con el paso de los años cada uno empezó a tomar un rumbo diferente. Ella, favorecida por la genética, tenía toda la facilidad para relacionarse con los chicos que quisiera, cosa de la que Pablo se enteraba por terceros.

Por la escuela corrían chismes de todo lo que ella hacía, con quien se acostaba, las cosas que hacía y lo buena que era en eso. Pablo, por su parte, pasó una especie de crisis existencial, ya que cada cosa nueva que oía sobre su hermana lo sumía en un estado de excitación. Esto lo llevó a buscar porno incestuoso en internet, y poco a poco se fue metiendo en ese mundo con sus relatos y sus historias. Conoció a mucha gente en internet, sobre todo por el sitio Omegle (que lamentablemente ya no existe) todos le hablaban de sus relaciones incestuosas, cosa que no hacía más que alimentar el morbo por su hermana.

Sus ganas por ella siguieron aumentando hasta el punto que hizo lo típico que hacen los adolescentes, usar su ropa interior para masturbarse. Ella usaba bragas y tangas, las cuales a él le gustaba agarrar y oler para masturbarse, a veces hasta usaba sus medias.

Así pasaron a adolescencia hasta que salieron del colegio. A veces, cuando Pablo no encontraba las bragas de su hermana, usaba las de su madre, pero de eso os hablaré más adelante, si me acuerda.

Pablo al dejar el colegio entró a trabajar en una veterinaria como bañador de perros. Su sueldo era un poco superior al mínimo, no era mucho, pero ayudaba a su madre con los gastos de la casa. Lucía, por otro lado, no se decantaba por una carrera o un empleo, por lo que se quedaba en casa la mayoría del tiempo viviendo del dinero de a madre y, por lo tanto, del de Pablo.

En todos estos años Pablo no había tenido una vida sexual inactiva, pero tampoco era promiscuo. Siempre le gustó entablar un lazo antes de llevar a alguien a la cama, quizá fue por el gusto adquirido al incesto. Tuvo un par de novias, pero aun así no dejó de fantasear con su hermana.

Más tarde empezó a salir con una mujer de su trabajo. Era una madre soltera diez años mejor que él y que era groomer (peluquera canina) y le estaba enseñando más cosas de aquel trabajo.

A pesar de la relación con esta mujer, Pablo seguía usando la ropa interior de su hermana y de su madre, pero sobre todo las de su hermana. El pasar de los años lo hizo descuidado, y eso era porque creía que su hermana y su madre no se daban cuenta de que les cogía la ropa interior.

El uso de su ropa interior se incrementó una temporada en que su hermana parecía haber perdido el pudor respecto a su actividad sexual, pues cada noche oía gemidos que venían de su habitación, y cada noche la voz masculina era de un hombre diferente.

Una tarde que estaba Pablo en su cama vestido solo con sus slips, disfrutando de su día libre de trabajo, Lucía entró en la habitación sin tocar a la puerta, cubierta solo con una toalla y con unas bragas manchadas de semen en la mano. Con cara de mala leche, comenzó a regañarle.

-En esta casa el único con polla eres tú. ¿Cómo te la puedes pelar pensando en mí?

Pablo se sentó en la cama y le mintió con descaro.

-Puede ser de alguno de los que follan contigo en esta casa.

-Ninguno de ellos usa mi ropa interior para masturbarse, tienen mi cuerpo.

¿Por qué te masturbas pensando en mí?

No se lo podía negar más.

-Son cosas que pasan.

No pareció que la molestara la respuesta.

-¡¿Cuánto tiempo llevas haciendo pajas a mi cuenta?

-No te gustaría saberlo.

-Me guste, o no me guste, me lo vas a decir.

Se lo dijo.

-Hace años.

-¡¿Años?!

-Sí, años, y últimamente me mato a pajas por las noches mientras tú follas.

Le dirigió una mirada pícara y Le preguntó:

-¿Cuánto dinero tienes?

Desconcertado, le preguntó él a ella:

-¿Por qué me preguntas eso?

-Porque todos los que han estado en mi cama han tenido que pagar.

Su confesión lo dejó a cuadros.

-¡¿Qué? !¿Eres...?

-Sí, soy una meretriz. ¿Por qué crees que a mamá no le importa que no estudie?

-Pensé que era porque eres su favorita.  ¿Y no te reprocha que trabajes de puta?

-No porque ella no trabaja de freelancer como nos había dicho.

-¿De qué trabaja?

-¿De qué va a ser?

-¡No me digas que mama es una...!

-Sí,  te digo. Bueno, ¿qué? ¿Tienes dinero para pagar por aquello con que llevas años fantaseando?

-Claro que tengo dinero.

-Ahora vuelvo.

 Se fue de la habitación contoneándose.

Un par de minutos más tarde volvió a la habitación vestida con un sujetador blanco de encajes, que resaltaba sus grandes tetas, unas medias bancas sujetas a un ligero también blanco y unas bragas con encajes, que por supuesto también eran blancas. Era una lencería fina, preciosa, pero para preciosa, ella, que posando sensualmente, le dijo:. 

-Esta es una de mis ropas de trabajo.

Acarició la polla, y le dijo él a ella:

-Muy sexi, ven aquí.

Fue y se echó al lado de su hermano en la cama.

-Son cien dólares por una hora, sin besos en la boca.

-Pensé que serías más cara.

-Con besos en la boca serían ciento cincuenta, y si te follo yo a ti, serían cincuenta dólares más.

-Sigues siendo barata. 

Pablo se sentó en la cama. Tenía una hora para hacer con su hermana todo lo que quisiera.

-Eres preciosa.

-Lo sé.

Le dio un pico en los labios.

-Preciosa y creída.

-Ya son ciento cincuenta dólares.

Tenía que rentabilizar los besos. La punta de su lengua se deslizó entre los labios de su hermana, muy lentamente, luego entró en su boca, lamió su lengua y comenzaron a darse un beso que duró un par de minutos. Al dejar de besarse en la boca, le quitó el sujetador y vio las areolas rosadas y los gordos pezones de sus grandes tetas, besó y lamió pezones y areolas, al tiempo que dos dedos de su mano derecha apartaban las bragas hacia un lado y acariciaban su coño. Estaba mojada. Lucía no necesitaba mucho para calentarse. Lamió sus pezones y areolas y chupó sus esponjosas tetas mientras los dedos entraban dentro de su vagina y comenzaban a masturbarla. El silencio fue total mientras bajó lamiendo su vientre. Se entretuvo unos segundos lamiendo su ombligo y luego bajó a su coño. Le sacó los dedos de la vagina y después le quitó las bragas. A continuación le metió y le saco la legua del coño, lo hizo varias veces. Luego, con la punta de la lengua, lamió su clítoris, lentamente. Poco después sintió como el glande de su clítoris se rozaba con su lengua, y no su lengua con él, y eso era porque Lucía estaba moviendo la pelvis de abajo a arriba y de arriba a abajo. Al acelerar Pablo los movimientos de su lengua, paró ella de mover la pelvis. Luego arqueó su cuerpo y mientras se corría, de su garganta salieron una cadena de gemidos desgarradores. Pablo había oído sus gemidos al correrse, pero nunca había gemido tan alto, ni tanto tiempo. 

Cuando dejó de beber de ella, tenía un empalme brutal. Lucía le agradeció el brutal orgasmo que le había dado mirando el reloj y diciendo:

-Te quedan treinta y ocho minutos.

Se arrodilló delante de ella, la cogió por la cintura, ella se abrió de piernas y le metió la cabeza de la polla dentro de la vagina. Lucía no gimió mientras la polla iba entrando en su vagina, ni luego, cuando le dio caña, ni después, cuando se corrió dentro de ella.

Lucía volvió a mirar el reloj. A Pablo le estaba jodiendo que lo hiciera, por eso le dio caña brava... Al rato vio que se iba a correr, paró de darle cera y le dijo:

-Fóllame tú a mí.

Lucía comenzó a mover la pelvis de abajo a arriba, de arriba a abajo, hacia los lados y alrededor. Follaba de miedo. Pablo quiso aguantar, pero viendo su maravilloso cuerpo y viendo su negra pupila clavada en su pupila, no se pudo aguantar. Se volvió a correr dentro de ella. Lucía viendo la cara de placer de su hermano al correrse y sintiendo su leche dentro de ella, tampoco se pudo aguantar. Levantó su pelvis casi hasta la boca de Pablo, y luego se derrumbó sobre la cama y se corrió en posición fetal.

Esta vez Lucía no miró el reloj. Pablo cogió un cigarrillo encima de la mesita de noche, el encendedor, lo encendió y le echó una calada. Lucía le dijo:

-¿Y mis doscientos dólares?

-Píllalos en mi cartera, está en el cajón de arriba de la mesilla de noche.

Cogiendo el dinero, le dijo:

-Por cierto, valías para gigoló. Tienen una polla que no es grande ni pequeña, un cuerpo bien formado, eres alto, guapo y tienes aguante.

-Ya tengo trabajo.

-Lo sé, pero con tu porte podías ganar en un mes lo que ganas ahora en un año.

                                    Sara

Sara, que era una cuarentona, de un metro setenta y seis de estatura, de ojos negros, cabello marrón que llevaba en una media melena, y que era maciza. Estaba de pie con el culo arrimado a la encimera de la cocina y tomando un café cuando llegó Pablo de trabajar. Al entrar en la cocina le dijo su madre:

-Siéntate que tenemos que hablar.

Se sentó en una de las sillas que había en la cocina.

-Tú dirás.

-Me contó tu hermana que ya sabes a qué nos dedicamos. ¿Quién te dio el chivatazo?

Pablo se dio cuenta de que su hermana no le contara lo del polvo que habían echado. No iba a ser él quien se lo dijese. Le mintió.

-Una clienta de la veterinaria.

-¿Te afectó mucho saberlo?

-No, con parte del dinero que has ganado en ese trabajo nos has criado.

Sara acabó el café, se giró, y poniendo la taza en el fregadero, le dijo:

-También me contó que te quieres meter en este mundo.

-Quiero.

Se dio la vuelta y lo volvió a mirar.

-Tienes un trabajo, no necesitas vender tu cuerpo.

-Un trabajo donde gano una miseria. Quiero prosperar.

-Este trabajo es muy duro, hijo, y más para un hombre.

-Tengo polla para dar y regalar, que es lo que he hecho hasta ahora. Es tiempo de que cobre por hacerlo.

Sara empezó a quitarle las ganas de ser puto.

-¿Serías capaz de comerle el coño, el culo y las tetas decaídas a una mujer de ochenta años?

-No soy escrupuloso.

-Tendrías que hacer que se corriera, y eso te pondría llevar mucho tiempo, y lo más probable es que la polla se te bajara, eso si se te levantaba.

-Yo duro lo que haga falta, y sí, se me levantaría.

-Eso está por ver. Te voy a hacer una prueba, si la pasas te recomiendo a mis clientas bisexuales.

-¿Cuándo?

-Ya te lo diré, primero tengo que hablar con una amiga mía. Es una cuarentona como yo, casada y con mucho vicio.

Pablo le entró a su madre.

-¿Y por qué no me haces tú la prueba?

-Porque aunque sea una puta, también soy tu madre.

-A mí me gustas más tú que cualquier otra mujer. Llevo años...

No lo dejó terminar la frase.

-Haciéndote pajas con mi ropa interior.

Pablo se sorprendió.

-¡¿Lo sabías?!

-Sabía, pero no me sentía con autoridad moral para llamarte la atención.

Pablo le rogó.

-Anda, hazme tú la prueba.

Sara vio la oportunidad de que su hijo no vendiera su cuerpo, el precio era muy alto, pero lo iba a pagar.

-Te haré la prueba, pero tienes que júrame que si no la pasas, jamás serás un puto.

-Te lo juro.

-Baja los pantalones y los calzoncillos y empieza a ponerla dura.

Sacó la polla y comenzó a menearla. Sara se quitó la ropa. Tenía las tetas grandes y algo decaídas, su coño estaba depilado y su cuerpo era fibroso. 

-Vamos a ver si vales.

Se arrodilló delante de su hijo, le cogió la polla y mirando hacia arriba, jugó con él más de cinco minutos, en los cuales le mamó el glande, saboreándolo como si fuese un caramelo, metió toda la polla dentro de la boca, le lamió los huevos y se los chupó, lamió la polla de abajo a arriba y de arriba a abajo... Al final le mamó la polla a toda pastilla para que se corriera, pero Pablo no se corrió.

Sara se puso en pie, se echó sobre la mesa, se abrió de piernas y le dijo:

-A ver como comes un coño.

Pablo lamió desde el ojete hasta el clítoris con la lengua plana, apretándola contra el coño y mirando a su madre a los ojos. Sara quería que se corriera para que no pasara la prueba, por eso le dijo:

-Sigue meneando la polla para que no se te baje.

Meneando la polla, le clavó la lengua en el ojete unas veinte veces y en la vagina otras tantas. Luego volvió a lamer de abajo a arriba. Sara sintió que se iba a correr.

-¡Para, para, ya es suficiente!

Pablo sonrió y le dijo:

-Te ibas a correr ¿Verdad, mamá?

Le mintió.

-Para nada. A ver como comes las tetas, y sigue meneándola.

Sin tocarle las tetas con las manos, lamió y chupó sus pezones y sus areolas. Sara estaba tan cachonda que ya se tiró al monte.

-A ver como follas.

Se la clavó de una estocada y le dio a mazo mientras se miraban a los ojos. Sara quería correrse, pero también quería que su hijo se corriera antes y no pasara la prueba. Le dijo:

-¡Córrete, córrete!

La que se corrió fue ella.

-¡Me has dado!

Se corrió como una perra, cosa que no hacía, con un hombre, desde más de un año.

Estaba acabando de correrse y tenía el ojete cubierto de jugos, cuando la quitó del coño y se la clavó en el culo.

-Quiero ver como te corres otra vez, mamá.

Le echó las manos a las tetas. Dándole caña en el culo, le apretó los pezones y le tiró de ellos. Sara volvió a mirar a los ojos a su hijo. Llevó la mano a la boca, pasó la lengua por cuatro dedos, luego estos cuatro dedos volaron sobre el clítoris y al rato, cuando Pablo se corrió dentro de su culo, se volvió a correr ella. Se corrió con tanta fuerza que ni gemir pudo, solo babeó y se convulsionó como si estuviera sufriendo un ataque de epilepsia.

A acabar de gozar, Pablo, tuvo que ayudar a su madre a incorporarse y luego, al ponerse en pie. La tuvo que sujetar para que no se cayera, ya que las piernas no le paraban de temblar. Luego le preguntó:

-¿He pasado la prueba, mamá?

-Menos de trescientos dólares no cobres, hijo. 

                          Unos meses más tarde

Beatriz y Eugenia eran dos hermanas veinteañeras, casadas, fuertes y de clase alta. Eugenia llevaba dos años casada y ya había engañado a su marido con un hombre, con una mujer, haciendo un trío con dos mujeres, haciendo un trío con dos hombres... Le había metido los cuernos, pero  bien metidos. 

Beatriz era lo opuesto a Eugenia, llevaba tres meses casada, era la señora de su casa, decente, y aburrida, que todo hay que decirlo.

Una tarde estaban en bikini en el jardín del pazo de Beatriz, tumbadas en dos hamacas y le decía Eugenia:

-Te queda bien ese bikini rojo.

-Y a ti te sienta bien el blanco. ¿Ya has visto a papá y a mamá?

-No, ni quiero verlos.

-¿No les vas a perdonar nunca que te echaran de casa?

-No.

-Debías hacer un esfuerzo, si te echaron fue porque eras un pendón desorejado.

-¡Cómo se nota que no fue a ti a la que echaron! 

-Yo nunca fui como tú.

Eugenia no tenía ganas de seguir hablando de sus padres.

-Hablemos de otra cosa menos escabrosa.

-¿De qué quieres hablar?

-De follar.

-Andas caliente.

-Ando, aunque a mí al follar ya nada me llena del todo

-¿Quieres decir que ya nada te sorprende?

-Eso no lo puedo decir porque la semana pasada me sorprendieron.

-¿Quién te sorprendió?

-Expertos.

Beatriz pensó que le estaba mintiendo.

-Si no me lo quieres decir no me lo digas, pero no me mientas.

-No te miento. Eran expertos, aunque un poco caros.

Llegó la doncella, que era una veinteañera, morena y guapa, les puso dos margaritas, sonrió al oír lo que había dicho Eugenia y luego se fue. Reanudaron la conversación.

-¿Ahora pagas por sexo?

Eugenia echó un trago de margarita, y luego le respondió:

-Era mi primera vez, pagando, y fue porque me los recomendó una amiga que tenemos en común.

-¿Qué amiga?

-No seas chismosa. Sabes, esos tres te abrirían los ojos. 

-Tú no sabes lo que dices.

-Y tú no sabes lo que te pierdes.

-¿Qué me pierdo?

-¿Te has corrido con tu marido follándote el culo?

-No digas barbaridades.

-¿Te has corrido en su boca?

Beatriz se tomó el cóctel margarita de una sentada.

-Otra barbaridad.

-¡¿Pero qué coño te hace Eusebio?!

-Me monta y me da placer.

-¿Y tú lo montas a él?

-No soy una libertina.

-Llevas una vida de mierda, con un hombre de mierda... Ya hueles a mierda.

A Beatriz no le gustó el comentario.

-¡A mierda olerás tú!

Eugenia le acaricio una pierna y con voz melosa, le dijo:

-¿Te acuerdas cuando fuimos al pueblo a invitar a la prima Enriqueta a mi boda y jugando en el campo me enseñó como salar tu coño?

Le quitó la mano de la pierna.

-¡No vuelvas a tocarme!

-Te mojaste una barbaridad. Imagina que en vez de frotarte el coño con hierbas te hubiese lamido el coño. Seguro que te hubieras corrido cono una perra.

-Sí, seguro.

-A mí me lo lamió en el pajar y me corrí. ¿No me crees?

-Sí, te creo porque os vi. ¿Adónde quieres llegar?

-A que te animes a que te follen las tres piezas que me follaron a mí.

-Ni harta de vino me dejaría follar por tres putos.

-Te lo pasarías en grande

-Yo ya lo paso en grande con mi marido.

Se giró hacía ella y le puso el dedo medio sobre un pezón. Beatriz le dio con su mano en la de su hermana.

-Te dije que no me tocaras.

-Sabes que siempre te he tenido ganas.

Le puso el mismo dedo sobre el otro pezón. Beatriz le volvió a dar con su mano en la de su hermana.

-Sí, lo sé, como sé que siempre has estado enferma.

Eugenia vio que su hermana tenía el bikini mojado justo enfrente del coño.

-No será hoy, no será mañana, pero te acabaré follando, Beatriz.

Beatriz se puso alta.

-¡Ya has hecho que me llegara la leche a las tetas!

Eugenia no perdía la compostura.

-Y la humedad a tu coño.

Beatriz sabia que su coño había lubricado, pero no contaba que la humedad traspasara la braga de su bikini. Al tocar su coño y ver que los dedos se le mojaban, perdió la compostura.

-¡Vete de mi casa!

Eugenia se puso en pie, y vistiéndose, le dijo:

-Si cambias de opinión y...

-¡Qué te calles y te vayas!

Esa noche, Beatriz buscó a su marido, lo encontró y se corrió, pero quedó con ganas de que le comiera el coño, de que se la metiera en el culo, quedó insatisfecha. Se fue al cuarto de baño, y fantaseando con tres amigos de su marido se corrió dos veces más. Al regresar al dormitorio ya su marido dormía. Llamó a su hermana, que esa noche dormía sola.

-Dime, Beatriz.

-A lo que me has dicho, sí.

-¿Con quién?

-Contigo, no.

-Entiendo. 

Eugenia iba a contratar los servicios sexuales para un sábado por la noche, un sábado en que su marido y el de su hermana estuviesen juntos en viaje de negocios.   

                                      Los ladrones 

Beatriz estaba sentada en un sofá de cinco plazas en la sala de su pazo. Llevaban puesto un vestido de noche de color negro, de tiras y de muslo dividido. Calzaba unos zapatos negros de tacón de aguja, y llevaba puesta una gargantilla, reloj, pulsera, tres anillos y pendientes de oro. 

La sala, que estaba amueblada a todo lujo, tenía una chimenea con unos leños ardiendo, pues a pesar de ser verano la noche era muy fría, y entre paredes de piedra, el frío se nota mucho más.

Esperaba visita. Ya habían dado las doce. Llevaba dos horas esperando. Habló sola:

-¿Echamos otro pelotazo, Beatriz?

Fue al mueble bar con un vaso de tubo, que tenía una raja de naranja dentro y le echó mano a una botella de vodka que estaba por la mitad. Fue en ese momento cuando irrumpieron  en la sala Sara, Lucía y Pablo. A Beatriz no le dio tiempo a nada. Pablo se abalanzó sobre ella y le tapó la boca con su mano, Sara y Lucía se pusieron enfrente de ella.

Pablo le preguntó:

-¿Dónde está la caja fuerte?

Al quitarle la mano de la boca, temblado, le respondió:

-No tengo caja fuerte.

Lucía le metió una torta que le puso la cara del revés, luego quitándole la gargantilla, le preguntó:

-¡¿Dónde está la caja fuerte?!

Beatriz, sin dejar de temblar y con los ojos llorosos, volvió a responder:

-No tengo caja fuerte.

Lucía le quitó todas las joyas que llevaba encima y las metió en una bosa de tela, luego Sara sacó una faca española, le cortó los tirantes y el vestido cayó al piso. Beatriz quedó en bragas y sujetador. Después, Sara, poniendo cara de mala, le preguntó:

-¡¿Dónde está, coño?!

-No tenemos.

Le cortó el sujetador y las bragas y quedó en cueros. Lucía se sentó en un sofá. Los tres vieron sus grandes tetas, con areolas oscuras, pezones gordos y largos y su coño totalmente rasurado. Beatriz asustada, le preguntó:

-¡¿Qué me vas a hacer!

-Dejarte el cuerpo como un mapa de carreteras si no me dices donde tienes la caja fuerte.

Sara se calló la boca y escondió la faca porque oyó que alguien había entrado en casa. Era Eugenia que no pudo esperar hasta el día siguiente par saber como le había ido a su hermana. Al llegar a la sala y ver a Beatriz desnuda y a los otros vestidos, pensó que estaban a punto de irse. Le dijo a su hermana:

-Voy a la cocina a tomar un vaso de leche del refrigerador, llámame cuando se haya ido la tropa.

Lucía se levantó del sofá y se puso detrás de Eugenia. Pablo se puso delante. Eugenia sonrió y le preguntó a su hermana:

-¿Te sorprendieron, Beatriz?

-No has debido venir, Eugenia. Estás en peligro.

Sintiendo como Lucía le restregaba las tetas en la espalda y como Pablo le arrimaban cebolleta, le dijo a su hermana: 

-En peligro están ellos, en peligro de ser follados.

Beatriz estaba sofocada.

-¡No es un puto, ni son dos putas, son ladrones y van armados!

Sara volvió a mostrar la faca, Eugenia, al ver a Sara con el arma en la mano caminando hacia ella, quiso zafarse de Pablo y de Lucía, pero no pudo. Se encontró con una navaja en el cuello, una polla clavada en su cintura y unas tetas pegadas a su espalda. Sara le preguntó:

-¿Dónde está la caja fuerte?

-No sé de qué me hablas.

Le rajó el vestido de arriba a abajo y luego el sujetador y las bragas. Con la punta de la navaja rozando una teta, le dijo:

-¿Dónde está?

Eugenia cantó por bulerías.

-En la pared de la habitación de mi hermana.

Sara miró para Beatriz con muy mala hostia, luego la cogió por un brazo y la empujó hacia delante.

-¡Tira!

Pablo y Lucía le quitaron la ropa rota a Eugenia. Luego Lucía le dio un cachete en las nalgas y se fueron todos a la habitación de Beatriz. En nada los ladrones tenían un buen botín de dinero y de joyas, pero querían más. Lucía le dijo a su madre:

-¿Las follamos?

-Déjate de tonterías y vámonos, no hay jugar con fuego, puede venir su marido.

Pablo se puso chulo.

-Si viene su marido le doy por el culo.

-Seguro, tú le das por culo a todo lo que se mueve.

Lucía siguió a lo suyo.

-Deja que juegue con las dos.

Sara cedió.

-Un rato, un rato y nos vamos.

Beatriz y Eugenia estaban sentadas en el borde de la cama y parecía que no las tenían todas con ellas.

Lucía y Pablo se pusieron en pelotas. Sara se sentó donde había estado sentada su hija. Lo que menos esperaban Beatriz iba a suceder. Lucía cogió una zapatilla que asomaba debajo de la cama y le dijo a Beatriz:

-¡En pie que empieza la fiesta!

Beatriz le dijo:

-No me toques con eso que tengo la piel muy fina y me quedarían las marcas.

Le dio un golpe en la espalda con la zapatilla, que tenía un peluche de conejo y e piso rojo de goma.

¡En pie, coño!

Beatriz se puso en pie y calló como si estuviera muda.

Lucía, acariciando la zapatilla, le dijo:

-¡Arrodíllate y cómele el coño a tu amiga!

-No es mi amiga, es mi hermana.

Le dio con fuerza en una nalga.

-¡Por mí como si fuera tu madre! ¡¡Cómele el coño!!

-No voy a comerle el coño a mi hermana, eso es de depravados.

-Ese es mi hermano, me lo come y me lo follo, y no somos depravados.

-¡Ala, coño! La madre puta, la hija puta y el hijo un puto y un hijo de puta.

No debió decir aquello.

Sara, la agarró, le dio la vuelta, la echó boca arriba sobre la cama, le puso una mano en la espalda, le cogió la zapatilla a Lucía y le dio con ganas en ambas nalgas.

-¡¡Plasssss, plassss, plaaaas, plaaaaas!

-La legua tiene buena casa.

Eugenia no aprendía.

-La verdad jode.

Jodía, jodía.

-¡¡Plasssss, plaaaas, plassss plassss, plasssss, plasssss, plassssss!!

-Una palabra más y te dejo el culo como un chuletón.

Beatriz no callaba ni debajo del agua.

-¡Vete a la mierda!

Le iba a dar, pero Pablo, que estaba empalmado como un burro le levantó cogiéndola por las caderas, y sin más le clavó la cabeza de la polla en el culo. A Beatriz le dolió.

-¡Hijo de puta!

Se la siguió metiendo hasta enterrársela toda. 

-¡Me has roto el culo! 

-Esa era la idea para que te callaras, pero parece que has comido lengua.

Con toda la polla dentro del culo empezó a follárselo. Eugenia siguió protestando hasta que le comenzó a gustar, en ese momento volvió la muda. Pasado un tiempo giró la cabeza y Eugenia vio que tenía los ojos mirando hacia el centro, como si fuera bizca. Pensó que se estaba corriendo y se puso de un cachondo subido. Lucía y su madre, que miraban como Pablo le follaba el culo, también estaban cachondas. Lucía le separó las piernas a Eugenia, sin que esta ofreciera resistencia, y luego le lamió el coño encharcado de jugos, lo hizo lamiendo de abajo a arriba, lentamente. Sara, que aún tenía la zapatilla en la mano, la tiró al piso y subió a la cama, le echó las manos a las tetas a Eugenia, se las juntó, se las mamó y Eugenia ya no necesitó más. Se corrió en la boca de Lucia. Lucía sintiendo como se corría Eugenia, le clavó la lengua en el coño, lo hizo para sentir sus contracciones.

Al acabar de correrse Eugenia, Pablo puso a Beatriz sobre él, la puso sin quitarle la polla del culo. El coño estaba abierto como una flor y babeaba como un caracol. Lucía fue a por él y con poco más de una docena de lametadas, Beatriz se corrió como una cerda.

Quedaron las dos espatarradas sobre la cama. Pablo y Lucia se vistieron y luego se se fueron los tres con las joyas y con el dinero.

                                          Beatriz y Eugenia

Después de haberse ido los ladrones, Beatriz se tranquilizó. Desnuda y sentada sobre la cama le dijo a su hermana:

-Me he quedado sin joyas y sin dinero en casa, pero lo importante es que estamos vivas.

-Las joyas y el dinero están en la cocina.

Beatriz la miró con extrañeza.

-¿En la cocina de quién?

-En tu cocina. La madre, la hija y el hijo, eran los que pagué para abrirte los ojos. ¿A qué son buenos en lo suyo? 

Beatriz fue a la cocina y vio la bolsa de tela donde habían metido las joyas y el dinero, la abrió y allí estaba todo. Regresó a la habitación con las joyas y el dinero. Le dijo a su hermana.

-¡Serás desgraciada!

-¿Es qué nunca habías fantaseado con que te asaltaban y te violaban?

-Yo no soy como tú.

-¿A qué ha tenido su morbo?

-Eres una cabrona.

-¿Lo hacemos tú y yo? Me quedé con ganas.

-No voy a hacer nada contigo.

-Deja que te haga una paja y que luego te la coma, así no tendrás que masturbarte cuando yo me vaya.

A Beatriz le cambió el tono de voz.

-No estaría bien, somos hermanas de sangre.

Eugenia salió de la cama, fue al lado de su hermana y le dijo:

-En este momento somos dos mujeres que están desnudas en una habitación.

-Pero no dejamos de ser hermanas.

Le echó las manos a la espalda y acariciándosela le dio un beso con lengua.

-Lo vamos a pasar genial.

-No debíamos hacerlo, la sangre...

-La sangre me está hirviendo.

La volvió a besar. Beatriz dejó caer la bolsa de tela al piso y ya le devolvió el beso. Luego de comerse bien las bocas, Eugenia hizo que Beatriz volviese a la cama. Beatriz se sentó en el borde y se echó hacia atrás apoyándose con los brazos en la cama. Eugenia le echó las manos a las tetas. Magreando la teta izquierda, lamió y chupó la teta derecha, y magreando la teta derecha, lamió y chupó la teta izquierda. Beatriz comenzó a gemir y a arquear el cuerpo. 

Al dejar de lamerle las tetas, se volvieron a besar con lengua. Luego le lamió los pezones y las areolas y más tarde bajó besando y lamiendo hasta llegar al coño. Beatriz se echó de espaldas en la cama. Eugenia le dio un beso en el clítoris, le metió dos dedos de la mano derecha dentro de la vagina y la masturbó, al tiempo que le lamía el glande erecto de su clítoris. Beatriz comenzó a gemir como loca sin medicación. Le cogió los pelos a su hermana y tirando, le dijo:

¡Me corro, Eugenia, me corro!

Se corrió sacudiéndose una cosa mala y gimiendo como una posesa. 

Al acabar de gozar le sacó los dedos del coño y lo lamió para dejárselo limpio de jugos, pero cuanto más se lo lamía, más le gustaba y más se mojaba. Eugenia viendo que su hermana se podía correr otra vez, le dijo:

-Ponte a cuatro patas.

Se puso a cuatro patas. Su culo era espectacular. Eugenia le lamió y le folló el ojete. Beatriz comenzó a gemir de nuevo. 

Estuvo un tiempo dándole lengua en el ojete...  Cuando el coño ya goteaba le metió dentro el dedo pulgar de la mano derecha con la yema hacia abajo. Beatriz sintiendo la lengua entrar y salir de su ojete y el dedo entrar y salir de su coño, se volvió loca. Folló ella el dedo y la lengua moviendo su culo de atrás hacia delante y de delante hacia atrás y se corrió. Al correrse su coño se convirtió en una fuente de jugos que dejaron la cama perdida.

Quedó un buen rato sin fuerzas para hacer nada. Cuando hablo fue para decir:

-Eres muy buena en la cama.

-¿No me vas a devolver el favor?

-Yo no te lo pedí. 

-O sea que me vas a dejar con ganas de correrme.

Beatriz se hizo la importante.

-Como no me pegues... Pero no creo que tengas coño a pegarme.

Se sentó sobre sobre el vientre de su hermana y le dio cuatro bofetadas, se las dio con la mano derecha, de banda a banda y con fuerza.

-¡¡Paffff, pafff, paffff, paffff!!

-¿Me comes el coño o te quieres que te dé más?

A Beatriz le había dolido.

-Te lo como, te lo como.

Le puso el coño en la boca.

-Saca la lengua y lame.

Sacó la lengua y lamió, y no le lamió solo el coño, también le lamió el ojete cuando se lo dio. Eugenia iba a durar muy poco. Cuando sintió que se iba a correr, echó las manos a las tetas, y magreándolas movió el culo a toda hostia, lo movió de atrás hacia delate y de delante hacia atrás y se corrió en la boca de su hermana. 

-¡Bebe, golfa, bebe!

Cuando acabó de correrse salió de la cama y le dijo:

-Tienes que prestarme un vestido, el mío me lo destrozaron.

-Pensé que te ibas aquedar aquí esta noche.

-Si me quedo no vas a dormir mucho. 

-Eso espero.

Quique.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El relato fue modificado hace 4 meses 4 veces por José

   
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