Blas, un cincuentón de pelo cano, ojos negros, de estatura mediana..., un hombre resultón, estaba en la consulta de un médico amigo suyo, que le decía:
-Lo que te conviene es dar todos los días un paseo por la orilla de la playa, de una punta a la otra.
-Son más de dos kilómetros y a pleno sol...
A Blas lo acompañaba su hija Consuelo, una morenaza de veinte años, voluptuosa..., un pibonazo, que lo había llevado al médico porque Blas tenía su auto en el garaje, y porque su madre, que tenía una pierna escayolada, no se fiaba de él. Consuelo le dijo:
-Así también bajas tripita...
Lo de la tripita mosqueó a Blas.
-¿Tripita? Yo no tengo tripita, ni tripona, estoy plano, Consuelo.
El médico volvió a lo suyo.
-Si no quieres ir de día, vete por la noche.
-Sí, como si fuera un vampiro.
-En tiempos lo fuiste. La noche era tuya.
-Lo fuimos. La noche era nuestra, pero ya llovió lo suyo desde esos tiempos.
-Sí que llovió. Volviendo a lo tuyo, lo importante es que tus pies descalzos caminen sobre el agua y la arena y que respires brisa marina, eso mejorará tu circulación.
-Pues habrá que caminar.
-¿Algo más, Blas?
-Sí, actívame las pastillas en la farmacia, pero ponlas de 100 miligramos.
El médico no dijo nada del aumento de dosis, porque si lo hacía Consuelo se enteraría para qué eran las pastillas.
Al salir de la consulta, y de camino al aparcamiento, le preguntó Consuelo a su padre:
-¿Para qué son las pastillas que le has mandado activar?
-Esas no son cosas tuyas.
-Le tengo que contar a mamá todo lo que pasó en la consulta del médico, lo de las pastillas, también.
No le podía decir que las pastillas eran de sildenafilo.
-Cuenta, no creo que ella te cuente para que son.
No le costó adivinar para qué eran las pastillas.
-Me temo que ya sé para qué son. ¿Ya no te funciona bien el pajarito?
A Blas le molestó el comentario
-Tú dame el coño otra vez, ya verás si funciona o no.
-No digas estupideces, ahora estoy casada.
-Una estupidez es llamarle pajarito a una polla homologada.
-Sé de sobras lo que tienes.
Blas le cogió una mano a su hija y se la llevó a la polla.
-¿No la echas de menos ahora que tu marido está lejos?
Consuelo se cabreó.
-¡No se te vuelva a ocurrir hacer lo que has hecho y menos en medio de la calle! Podría vernos alguien.
No era el caso, pues el padre y la hija eran los únicos que caminaban por aquella callejuela. Blas le preguntó:
-¿Cuántas pajas te has hecho esta semana?
-Si mi marido no estuviera trabajando en Madrid, no tendrías tanta lengua.
Se siguió metiendo con su hija.
-Después de una semana sin polla, una como la mía...
-¡Eres un cabrón, homologado!
-Digas lo que digas, tú necesitas una polla.
Consuelo se hartó de su padre.
-Aún vas a acabar regresando a casa en el coche de San Fernando.
-¿Es una amenaza, chochito dulce?
-¡¿Qué me has llamado?!
-Chochito dulce.
Consuelo se hartó.
-¿Ah, sí? Pues ya sabes en qué coche regresas a casa.
Regresó en el coche de San Fernando, o sea, un ratito a pie y otro andando, que en el fondo era lo que quería para así tomar unos vinos.
Consuelo, que vivía en la casa de sus padres desde que se había ido su marido a trabajar a Madrid, al llegar a casa le contó a su madre todo lo que le había dicho el médico, pero no le habló de las pastillas.
Un par de días después, a eso de las once de la noche, Blas y Consuelo estaban sentados a la mesa de la cocina con un par de limonadas delante. Le decía Consuelo a su padre:
-Debías saber la respuesta de mamá, una mujer en su estado no tiene ganas de fiesta.
-Pues no debía haber estado tan cariñosa conmigo todo el día, uno se imagina cosas y hace lo que no debe.
-¿Qué ha hecho?
-Si te lo digo vas a pensar que te estoy tirando los tejos otra vez.
-Serían catorce veces, en una semana. ¿No te importó antes y te importa ahora?
-Ahora es diferente.
-¿Qué es lo que ha hecho para ser diferente?
-Me tomé una Viagra sin consultar a tu madre, y por lo que se ve no tiene ganas de fiesta.
-Entiendo. ¿Y ahora que vas a hacer?
-Pues a ver si me despisto paseando por la playa, porque dentro de media hora la voy a tener como una piedra.
-¿Y la erección cuánto te dura?
-Horas, pero también podía quedar en casa. Si te animas...
-Chillo mucho al correrme y con mamá... ¡Pero qué estoy diciendo! Ni harta de vino me animaría.
La noche estaba estrellada y la luna se vestía de cuarto creciente. Ya pasaba de las doce de la noche cuando Blas llegó al aparcamiento de la playa. Salió del auto y se fue a la arena, allí recogió los bajos del pantalón, se quitó las sandalias, las cogió en su mano derecha y luego comenzó a caminar por la orilla. Había caminado unos cien metros cuando vio a lo lejos a una mujer nadando. La mujer vino nadando hasta donde no la cubría y luego, con las gafas y el tubo de respirar, con unas aletas puestas y sin bañador, llegó caminando hasta la orilla. Blas, en lo primero que se fijó fue en sus grandes tetas, con encogidas areolas oscuras y pezones de punta, luego se fijó en sus largas y robustas piernas, y por último en su coño, un coño muy peludo. La mujer, viendo como le miraba para el coño, se quitó las gafas, con ellas el tubo de respirar y le dijo:
-Buenas noches, papá.
Le miró para la cara y vio que era Consuelo. Mirándola de abajo a arriba y de arriba abajo, le dijo:
-Buenas, buenas, buenas, pero que muy buenas noches. ¿Quieres que te seque?
Consuelo le miró para el bulto que tenía en el pantalón.
-Quiero que me seques por fuera y por dentro.
Se quitó las aletas, las recogió y echó a andar hacia donde tenía la toalla, la ropa y el calzado. Blas fue detrás de ella mirándole para su fenomenal culo hasta que Consuelo llegó al pequeño malecón donde empezaba la playa y donde estaban sus cosas.
Le secó el cabello con una toalla. Al acabar, con el cabello alborotado, y estando los dos de pie, Consuelo, le plantó un beso en los morros. Mientras le comía la boca, le echó una mano a la polla, y acariciándola le preguntó:
-¿Cuánto tiempo hace que no te la chupan?
-Tú fuiste la última.
Le quitó la camisa, se puso en cuclillas y le bajó el pantalón. La polla quedó mirando al frente.
-¡Qué rica se ve!
Agarró la polla con su mano derecha, la elevó, y mientras lo masturbaba, le lamió y le chupó los huevos, luego lamió la polla de abajo a arriba por todos los lados, después metió el glande en la boca, y sin dejar de masturbarlo, se la mamó... Pasado un tiempo, paró un momento de mamar y le preguntó:
-¿Te sigue gustando como la chupo, papá?
-Sí. ¿Quieres que te devuelva el favor?
Se puso en pie.
-Quiero.
Blas acabó de quitarse los pantalones y con ellos se quitó los zapatos. Se arrodilló delante de su hija, y con las rodillas clavadas en la arena y las manos en su cintura, comenzó a comer su coño salado. Se lo comió enterrando la lengua en su vagina, luego la sacaba e iba lamiendo hasta el clítoris, clítoris que después de lamerlo, chupaba.
-Echaba de menos que me comieran así el coño.
Los autos pasaban por la carretera con las luces de sus faros encendidos, pero no los podía ver porque los ocultaba el malecón. Quienes estaban viendo como le comía el coño eran las gaviotas, aunque estaban más interesadas en un banco de sardinas que perseguían media docena de delfines porque se fueron todas de pesca.
Comiéndole el coño, Consuelo, se dio la vuelta y se inclinó para que se lo comiera por detrás. Blas le comió el coño y el culo... Tiempo después, a punto de correrse, le dijo:
-Quiero bañar tu polla con mi corrida, papá.
Se echó boca arriba sobre la toalla, flexionó las rodillas, se abrió de piernas, y esperó a que le clavara la polla.
Blas, empalmado como un burro, se echó encima de Consuelo. Se la clavó hasta las trancas y después le dio trallazos hasta que sintió las uñas de su hija clavarse en sus nalgas, su coño bañándole la polla, y oyendo como gritaba:
-¡¡Me muero de gusto!!
No se murió, no. Nada más acabar de correrse, se puso encima de su padre, se estiró sobre él y ríete tú de a caña que le había dado Blas.
-¡Te voy a machacar!
El culo de Consuelo subió hasta casi dejar la polla fuera de su coño y luego bajó como un montacargas al que se le rompen los cables de sujeción... Le dio coñazos para dejarlo desfondado, para romperlo, para hacer de él un guiñapo, pero la que se desfondó fue ella.
-¡Me corro, papá, me corro!
Al correrse quiso besarlo, pero era tanto el placer que sentía que lo que hizo fue babearlo. Salían babas de su boca y de su coño para descarrilar un tren.
Al acabar de correrse, se la quitó, la cogió por la cintura, le llevo el coño a su boca, y le limpió el coño de babas. Consuelo, sintió que le podía venir de nuevo. Le agarró los pelos a su padre para que no se le escapase, frotó su clítoris contra su lengua y poco después, sofocada como si hubiera corrido una maratón, le dijo:
-¡Te voy a ahogar, te voy a ahogar, te voy a ahogar...! ¡¡Te ahogo!!
Se corrió como una cerda. Blas la volvió a poner debajo de él, y magreando sus tetas y lamiendo su coño de abajo a arriba cada vez más prisa hizo que se corriera de nuevo.
Sin darle tiempo a recuperarse, le separó bien las piernas, se arrodilló delante de ella, le echó las manos a la cintura y la levantó hasta ponerle el coño enfrente de su polla. Luego la ensartó y le dio con ganas atrasadas. Como el coño de Consuelo lubricaba una barbaridad, al ratito, la polla comenzó a echar las babas fuera, y estas bajaron hasta el ojete. Consuelo echó un brazo por debajo de su cuerpo y luego metió el dedo medio dentro del culo y se lo folló con él. Aquello era una provocación en toda regla. Blas le quitó la polla del coño y pringada de babas le tocó el dedo con ella. Consuelo sacó el dedo del culo. La polla iba a ocupar el lugar del dedo. Se la metió despacio, pero del tirón. Luego la folló para romperle el culo, pero lo que consiguió fue correrse él y que se corriera su hija.
Quiso follarle el coño de nuevo, pero vio que Consuelo estaba exhausta. Lo que hizo fue mamarle las tetas con mucho mimo, o sea, rozó los pezones con la punta de la lengua, hizo círculos sobre las areolas, le mamó las tetas con sutileza y acarició su coño mojado con tres dedos. Cuando su respiración se normalizó, la besó con la misma sutileza que le había trabajado las tetas, lo hizo metiendo la lengua en su boca, despacito, y luego buscando su lengua, para lamerla y chuparla y darle la suya a lamer y a chupar. Besándola, le metió dedos dentro de la vagina y la masturbo. Cuando Consuelo sintió que se iba a correr, le dijo a su padre:
-Quiero dártela en la boca.
Blas se echó boca arriba. Consuelo se sentó sobre su cara, y cuando Blas le enterró la lengua en el coño, la mujer movió su culo hacia delante, hacia atrás, hacia los lados y alrededor. El resultado final fue una corrida de la que quedan grabadas en la memoria por lo copiosa y por su fuerza y duración.
Consuelo, luego de recuperar fuerzas, se puso a cuatro patas sobre la toalla. Blas le dio champú de huevos dos veces, champú de huevos para el pelo del coño, y champú de huevos para el de bigote, que aunque depilado, bajo la nariz lo tenía, pero bueno, ella también le dio a él champú, champú de coño para su polla.
Y aquí lo dejo, panda, hasta otra.
Quique.
Descubre
Relatos Eróticos Relatos Eróticos Relatos Eróticos Relatos Eróticos Relatos Eróticos Relatos Eróticos Relatos Eróticos