Una familia sin tab...
 
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Una familia sin tabús

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José
(@quique)
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Registrado: hace 4 años
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                                   Pintando la mona

Juan era un joven de diecisiete años, moreno, de ojos negros, de estatura mediana y guapote de cara. Llegó a la casa de su hermano Javier, un cuarentón del montón, alto y muy fuerte, a ayudarle a pintar la casa, una casa de pueblo de dos plantas que había comprado por cuatro duros hacía unos meses, luego de estar veinte años en el Reino Unido, y que estaba restaurando. 

Eran las tres de la tarde y la temperatura dentro de la casa era alta debido al sol que pegaba fuera, ese sol plomizo que suele haber en el mes de agosto en Galicia. 

Javier estaba en cuclillas arreglando una pared con aguaplast, Juan, que llevaba puesto un mono, le dijo:

-Con este calor, seca todo de maravilla.

-Sí, pilla la lija y ayúdale a Elizabeth a alisar lo que he reparado.

-¿En qué habitación está?

-Está en la cocina.

Pilló la lija y fue a la cocina, allí vio a su cuñada en la misma posición que su hermano, solo que ella estaba enseñando la hucha de su gran culo. Isabel, que tenía veintiocho años y era rubia, alta, de ojos azules y preciosa, se puso en pie, y en un español regulín, regulán, y que yo escribiré en cristiano, le dijo:

-Está un día de playa.

-Es a donde iba a ir cuando me llamó mi hermano para preguntarme si os echaba una mano.

-¿Y has venido a echarme la mano?

Juan miró a su cuñada y se dijo a sí mismo que no le echaba una mano, que le echaba las dos, pero a ella le dijo:

-Sí, eso es lo que me dijo mi hermano que hiciese.

La miró de nuevo y supo que esa noche iba a caer una paja como un mundo de grande, y no me extraña porque Isabel vestía unos shorts vaqueros que mostraban sus largas y moldeadas piernas y una camisa blanca de Javier que llevaba anudada por encima del vestido. La camisa tenía cuatro botones abiertos y mostraba casi la totalidad de sus preciosas tetas, ya que no llevaba sujetador, por llevar, ni bragas llevaba. Sonriendo, le dijo a Juan.

-Siento que me estás desnudando con la mirada.

Juan, visiblemente nervioso, se puso a lijar.

-Habla en bajo que te puede oír mi hermano.

-Tu hermano sabe que te gusto.

Juan se sorprendió de la confesión.

-¡¿Qué?!

Isabel se puso en pie y Juan vio gotas de sudor en sus tetas.

-Que sabe que te gustaría follarme.

-Te va a oír.

Javier, en la puerta de la cocina, dijo:

-La estoy oyendo. -Javier entró en la cocina-. Una teta para ti y otra para mí.

-¡¿Qué?!

 -¿No fue eso lo que le dijiste a un amigo tuyo?

Juan tiró la lija al piso y se puso a la defensiva.

-Fue una conversación de borrachos.

Javier lo cogió por la parte de atrás del cuello y le apretó la cabeza contra las tetas de su mujer.

-Y que le echarías un polvo que la dejarías con la lengua fuera. 

-Suéltame.

Lo soltó.

-Venga, vete a por ella.

La seriedad de Javier lo estaba acojonando, pues cada puño de su hermano era casi como tres de los suyos. 

-Ya te he dicho que estaba borracho. Yo nunca le tocaría a tu mujer.

-Ya, por eso le dijiste a un amigo que le comerías el coño hasta dejarla seca.

Juan quería que lo tragara la tierra.

-Lo dije, pero...

Le volvió a coger la parte trasera del cuello, hizo que se arrodillara y luego le llevó la cabeza al coño de Isabel.

Ya no sabía ni qué decir.

-Fue la borrachera.

-¿Seguro que estabas borracho?

-Claro que sí.

-Pues los borrachos no mienten. Mira el bulto que hace su coño.

-No, que si lo miro me bajas la manopla.

Levantó el brazo, y con el puño el alto, le dijo:

-¡La manopla te la voy a bajar si no lo miras!

No le quedó más remedio que mirar.

-¿Es eso lo que quieres comer?

A Juan se le fue el miedo a llevar y sacó el coraje.

-¡Sí, joder, sí! Yo no tengo la culpa de que te casaras con una mujer que está tan buena.

Javier se enfureció.

-¡Larga de mi casa, antes de que te caiga una ostia, desgraciado!

Le dio un empujón y lo echó hacia la puerta de la cocina.

Juan se levantó y se fue de la cocina, avergonzado y con la polla morcillona.

Cuando Juan salió de la casa, Javier, empotró a Isabel contra la pared y le comió la boca. Isabel, agarrando su polla, y le dijo:

-Me dio mucho morbo tener la cabeza de tu hermano entre mis tetas y su boca cerca del coño.

-Normal en ti.

  -¿Por qué lo has humillado?

-Para que aprenda a comportarse.

-¿No has sentido morbo?

-No.

-No te creo. Tienes una erección como hace tiempo que no te la veo.

-Sabes que la violencia me excita.

-Entre otras cosas. Fóllame.

La levantó en alto en peso y la arrimó a la pared. Isabel le agarró la polla, la puso en la entrada de su coño y le dijo: 

-Fóllame despacio.

Javier la folló como le había dicho. Isabel, con los brazos alrededor de su cuello y entre besos, fue hablando con su marido.

-Ahora necesito una polla dentro de mi culo.

-¿La polla de quién?

-De quien tú quisieras... Acelera.

Apuró las clavadas.

-Esto no es Dublín, ni Londres, aquí la gente en lo sexual está muy atrasada.

-Siempre habrá alguien... Dame duro que ya me corro.

La folló a toda ostia. Isabel, sacudiéndose una cosa mala, se corrió.

Al acabar de correrse comenzaron a bajar jugos por el interior de sus muslos. Isabel le dijo a su marido:

-Cómeme el coño.

Javier la puso en el piso, y en cuclillas le trabajó el coño... Al rato, Isabel, con la espalda apoyada en la pared y los ojos cerrados, le dijo:

-¿Quieres saber quién imagino que me la come?

-No.

Poco después le dijo:

-Méteme un dedo en el culo.

Mojó el dedo medio de su mano derecha en los jugos del coño, se lo metió y le folló el culo con él, al tiempo que le lamía el clítoris.

-¿Quieres saber quién imagino me está dando por el culo mientras tú me lames el coño?

-No, no quiero oír su nombre.

Como se imaginaba en quien estaba pensando, le dijo:

-No es tu hermano.

-¿Quién te la mete en el culo?

-Tú.

-Eso tiene fácil arreglo.

Isabel comenzó a temblar y dijo:

-¡Me corro!

Entre gemidos y temblores se corrió en la boca de su marido.

Al terminar de correrse, le dio la vuelta, la empotró contra la pared, se la metió en el culo, y follándoselo, le dijo:

-¡Toma, maricona!

Javier no le pudo decir nada más porque en nada le llenó el culo de leche.

Esa noche, estando en la cama, le dijo Isabel a su marido:                                                    

-Echo de menos hacer tríos y cambiar de pareja.

-Y yo, pero aquí no puede ser.

-¿Me quieres decir por qué?

-A ver como te lo explico, Elizabeth, en este pueblo, si le hablas a alguien de cambiar tu pareja con la suya, te entierra una hacha en la cabeza, o te corta el cuello con una hoz, depende lo que tenga a mano.

-¡Qué brutos son!

-Brutos e idiotas, porque lo que yo recuerdo es que los hombres se follaban a las mujeres de sus vecinos para sentirse más machos, y los vecinos follaban con las suyas por el mimo motivo.

-Eso era pura hipocresía.

-Y lo sigue siendo.

-Pues yo me niego a follar solo contigo.

-Como te tengo que decir que en este pueblo es más fácil que encuentres oro en el río que hacer un trío.

-Estás equivocada, sé de una chica la que le va el chorizo y la almeja.

-¿Quién te pareció bisexual?

-Tu sobrina Sandra, la novia de tu hermano.

-¿En qué te basas?

-En la manera en que me mira, sé que me desea.

-Si tú lo dices... Vamos a dormir que mañana tenemos que seguir trabajando.

-¿Sabes una cosa?

Javier le dio la espalda a su mujer.

-¿Qué cosa?

-Que me voy a follar a tu sobrina Sandra y luego, si quieres tú y si quiere ella, haremos un trio.

-Por mí no habría problema.

-¿Y un trío con tu hermano ni te lo planteas?

-No, es más, no creo que sepa follar.   

                  

                                     Dos meses antes.

 

Verónica, una tía de Javier y de Juan, que le faltaba un suspiro para llegar a los sesenta y cinco años, y que llevaba veinte años viuda, venía de la fuente con un cántaro en la cabeza y dos cubos de agua en las manos. Juan le quitó los cubos de las manos.

-Gracias, Juanito.

-De nada, tía.

Verónica, que llevaba puesta una pañoleta gris, un vestido gris que le llegaba a los tobillos y que calzaba unos zapatos negros, de camino a su casa, le preguntó:

-¿A dónde ibas?

-A ver a Sandra, pero puede esperar.

-Es muy guapa y como dice el refrán: Cuanto más prima más se le arrima

-De arrimar nada.

-¿Por qué dices eso?

-Porque no le arrimo nada.

-¿Qué os pasa? Sabes que yo no ando con cotilleos, conmigo te puedes desahogar.

 -Pasa lo que pasa.

-¿Te deja que la beses?

-Sí, pero no me deja pasar de ahí.

-Después de el tiempo que lleváis juntos, eso no es normal

-No sé si es normal o no, pero Sandra es así

Llegaron a casa de Verónica, ella puso el balde en el piso y él los cubos.

-¡¿Quieres decir que nunca te ha dejado tocar sus tetas?!

-Ni las tetas ni nada.

Verónica cambió de tema, momentáneamente, para bajar el suflé.

-¿Quieres flan?

-No quiero dejarla sin él.

-Siéntate a la mesa que he hecho flan para un regimiento.

Se sentó a la mesa y Verónica volvió a lo de antes.

-Querrá llegar virgen al matrimonio, eso dice mucho de ella, pero si nos calientan, las mujeres lo damos todo.

-¿Qué es lo que le hay que hacerle a una mujer para que lo dé todo?

-Esas son cosas que no te puedo decir yo, soy tu tía.

-O sea, que yo le cuento mi vida, y a la hora de la verdad no me ayuda.

-Es que me sentiría muy sucia hablando de esas cosas contigo, Juanito.

-Si no me va a ayudar, quédese el flan.

Juan hizo amago de levantarse. Verónica tenía ganas atrasadas de sentir una polla entre sus piernas y no quiso dejar pasar a oportunidad de tenerla.

-Está bien, te ayudaré... Verás, Sandra es como todas las chica de su edad, besándola, magreando sus tetas, jugando con los dedos y la lengua en su coño y en su culo querrá follar contigo.

-Si no me deja tocarla. ¿Cómo voy a hacer todo eso?

-Hay una manera simple, pero efectiva.

-Dígame cuál es.

-Te lo diré con un juego.

-Juguemos.

Puso dos cucharas y dos platos con cantidad de flan encima de la mesa. Se sentó en una silla y enfrente de su sobrino, y le dijo:

-Imagina que soy Sandra. Tú quieres más que besos y yo no te dejo. 

-Eso no lo tengo que imaginar.

-Ven y méteme mano en las tetas.

Fue, le metió mano y le cayó una ostia en toda la cara.

-Soy una chica decente.

Juan quedó cortado.

-¿Qué hago?

-Échame la mano a la garganta.

Le echó la mano a la garganta.

.-Aprieta y dame una bofetada en la cara.

Hizo lo que le dijo.

-¡Plassss!

Verónica le devolvió dos. 

-¡Plassss, plassss!

-Tienes que apretar más, como si me quisieras asfixiarme y dar con más fuerza.

Juan ya estaba empalmado. La estranguló y le dio dos tortazos de los buenos.

¡¡Plasss, plassss!!

-¡O te estás quieta o te doy una paliza que no te va a reconocer ni tu madre!

Verónica, como no podía hablar levantó el dedo pulgar en señal de que lo había hecho bien. Le quitó la mano de la garganta.

-Esa es la actitud que debes tener.

Juan, poniendo cara de pocos amigos, le dijo:

-Empieza a desnudarte.

-Antes tienes que hacerle cosas.

Le dio otras dos bofetadas.

-¡¡Plasssss, plasssss!!

-¡Qué te desnudes, coño!

-Que soy tu tía, Juanito.

-No estoy ciego.

-A ver, Juanito, si me fuerzas no te diré que le debes  hacer a Sandra para que se corra.

Juan volvió en sí y fingió que había estado actuando todo el tiempo.

-Se creyó que la iba a forzar, ¿Verdad? Eso significa que ya estoy preparado para ella. ¿Me dice como hacer que se corra?

-Me ibas a forzar, cabrón, reconócelo.

Julio bajó la cabeza.

-Es que me puse muy caliente y...

-¡¿Te pongo?!

-¿Le digo la verdad o la mentira?

-La verdad.

-Me pone como una moto.

-Si soy una vieja.

Ya la tuteó.

-Ya quisieran algunas chavalas tener las tetas que tienes tú.

Verónica no le dio más vueltas.

-Échale la llave a la puerta.

Juan se levantó. Fue a la puerta, la cerró con llave y volvió a la mesa.

-Con las bofetadas y el intento de violación me he calentado.

-¡¿Vamos a follar?!

-Si, pero, ahora desnúdate, que antes de enseñarte a satisfacer a una mujer tengo ganas de hacer algo.

 Se desnudó. Tenía un cuerpo fibroso, pero a Verónica lo que le gustó fue la polla.

-Tienes un buen nabo.

Verónica le cogió la polla con la mano derecha y comenzó a meneársela. Luego la metió en la boca y se la devoró con ganas atrasadas, con ganas muy, muy atrasadas. Gimió al mamarla como si le estuviera él mamando el coño a ella. 

-¡Qué rica está! Dura, echando aguadilla...

Puso la polla hacia arriba y masturbándolo le lamió y le chupó las pelotas.

-Preciosas y llena de leche.

Disfrutó de la polla cuanto quiso, y el resultado final fue que Juan le llenó la boca de leche, leche que Verónica se tragó.

Al acabar de tragar, se limpió la boca con el dorso de la mano, y luego le dijo:

-No hay nada tan sabroso como la leche calentita.

Después de limpiarse, Verónica echó las manos a su moño, y enseñando los negros pelos de las axilas, se lo soltó quitando las horquillas. El cabello blanco y negro le cayó como una cascada por delante y por detrás. Juan le dijo:

-Si ahora eres así de bella, de joven has debido ser una maravilla de mujer.

-Déjate de cumplidos y ataca.

-¿Cómo?

-Comienza desnudándome.

Verónica se puso en pie. Le quitó el vestido y vio SU sujetador negro, sus bragas negras, sus medias sujetas con unas ligas rojas, los pelos de sus piernas encima de las ligas y su piel blanca como la leche. Le quitó el sujetador y vio sus tetas, unas tetas grandes y caídas, con areolas de color castaño oscuro y tremendos pezones.

-Agárralas por debajo y magréalas como magreas las de tu novia.

Le magreó las tetas mirándole para ellas.

-Así no se magrean unas tetas, debes amasarlas como se amasa el pan.

-¿Y como se amasa el pan?

Le quitó las manos y le enseñó cómo se hacía y luego las amasó él.

-Ahora, sin dejar de amasarlas, lame mis pezones y mis areolas y luego mama las tetas.

Era un buen alumno.

-Bájame las bragas.

Le bajó las bragas, le quitó las medias y se quedó en cuclillas delante del coño peludo.

-¿Dime cómo se hace para comer un coño?

-Te voy a enseñas, pero en mi cama.

Lo cogió de la mano y fueron a la habitación, allí, Verónica, echada boca arriba sobre la cama, vio como se desnudaba su sobrino y luego como se metía en la cama. Flexionó las rodillas y le dijo:

-Mete y saca la lengua de mi coño.

Le metió y le sacó la lengua en la vagina unas quince veces. Luego Verónica abrió el coño tirando de los pelos hacia los lados. Juan vio su vagina abierta.

-Lame de abajo a arriba presionando la lengua contra el coño.

Lamió la tira de veces.

-Ahora levántame el culo y lame mi ojete, luego entierra la lengua dentro, sácala, sube, entiérrala en mi coño y después sigue subiendo y lame y chúpame la pepa.

Puso cara de no entender nada.

-¿La que?

-Esta -se la señaló con un dedo-, esta es la pepa.

Le comió el coño como le había dicho, y ni tres minutos tardó en echarle las manos a la nuca, frotar el coño contra la lengua y exclamar:

-¡Me voy a morir!

Del coño de Verónica salió una especie de pompa de jugos cremosos hecha de jugos que cubrieron la lengua de Juan y que luego se tragó.

Al acabar, Verónica, quedó espatarrada sobre a cama, con los brazos abiertos y tirando del aliento.

-¡Cómo me corrí! 

-Eso quiere decir que lo hice bien.

-Lo has hecho de lujo.

-¿Me enseñas ahora a follar un como es debido?

-Deja que descanse un poquito.

Un par de minutos después le dijo:

-Vamos a seguir con el misionero. Ponte entre mis piernas y mete y saca despacio.

Juan se puso en posición y comenzó a follarla. Verónica le cogió las manos y se las llevó a las tetas.

-Magrea mis tetas mientras me follas.

-De paso quiero darte un beso.

-Espero que sea más de uno y que sea con lengua.

Después de la tira de magreos y de besos, le dijo Verónica:

-Ahora, cuando la metas, frota tu pelvis contra mi pepa.

La folló como le dijo y Verónica comenzó a gemir.

-Así es como le gusta a una mujer. 

-Y a un hombre.

Poco después acabó la lección.

-Con toda dentro de mi coño frota cada vez más aprisa.

Al hacer lo que le había dicho, Verónica, que también estaba moviendo su pelvis de abajo a arriba y de arriba a abajo, le echó las manos al culo. Lo apretó contra ella y movió la pelvis a toda ostia. Juan exclamó:

-¡Me corro, tía, me corro!

-¡Yo también me corro, Juanito!

Juan se corrió en el fondo de del coño de su tía y Verónica le baño el coño de leche, mientras le clavaba las uñas en las nalgas y le chupaba la lengua con fuerza.

Luego de correrse quedaron los dos boca arriba y sonrientes. Verónica le dijo:

-Ya sabes como hacer que se corra una mujer comiéndole el coño y follándola en la posición del misionero. Ahora te voy a enseñar a follar en la posición del perro.

-He oído hablar de ella.

Se puso a cuatro patas. Sus grandes tetas quedaron colgando. 

-Agárrame por las tetas y métemela de un zurriagazo.

Juan le echó las manos a las tetas y se la clavó de un trallazo.

-¡Ahhhh! Esto empieza bien.

-Me alegra saberlo. 

-En esta posición hay que dar con violencia. Quiero sentir tus huevos chocar contra mi coño. Quiero que me lo rompas.

Estrujando sus tetas le dio lo que no está en los escritos, le dio, pero nada, Verónica, gemir, gemía, pero no se corría. Viendo que no le venía, le dijo a su sobrino:

-Seguro que me corro si me la metes en el culo.

Juan no se lo pensó dos veces, la sacó del coño, y pringada de jugos cremosos se la metió en el culo. Verónica no había mentido, poco después se corrió como una vaca, aunque ella echó la leche por el coño, leche, jugos pastosos, o como le quieras llamar. Al correrse se desplomó y encima de ella cayó Juan, que se corrió dentro de su culo.

Juan quería más guerra. Verónica llevaba muchos años sin follar y aún quería más guerra que él, así que, al rato, le agarró la polla morcillona, le dio unas mamadas y se la puso dura. Luego subió encima de él, agarró la polla con su mano derecha, la frotó en el coño, bajó el culo y la polla entró hasta el fondo de su coño. Lo folló subiendo y bajando el culo y moviéndolo alrededor.

-En esta posición la mujer es la que manda y el hombre el que obedece.

-Pues a mandar.

Verónica puso las palmas de sus manos sobre el pecho de su sobrino y comenzó a follarlo moviendo el culo hacia delante y hacia atrás y frotando el clítoris contra su pelvis a un ritmo elevado. Pasado un tiempo, cuando ya estaba bien cachonda, se inclinó, sacó un poco la polla, le dio las tetas a mamar y le dijo:

-Fóllame duro.

Juan le echó las manos a la cintura y le dio a romper.

-¡Sigue así, sigue así que ya me corro!

Siguió y se corrieron los dos como dos cerdos.

Juan, cuando ya habían descansado, le dijo:

-Ahora quiero echarte un polvo haciéndote todo lo que me has aprendido a hacer.

Verónica quiso descansar un poco más viendo lo que se le venía encima.

-¿Nos comemos el flan para reponer fuerzas?

-Lo que tú digas, tía.

 

                                    Un alumno aventajado

 

Verónica estaba con las rodillas flexionadas y las piernas abiertas de par en par, Julio, encima de ella, le había cogido las tetas por debajo y las magreaba, las lamía y chupaba sus pezones y areolas. Luego dejó las tetas y fue a por el coño. Le levantó el culo con las dos manos, le lamió el ojete, se lo folló con la punta de la lengua... Después le metió y le sacó la lengua de la vagina. Verónica arqueó el cuerpo, movió ligeramente la pelvis y gimió en bajito. A continuación le lamió y le chupó el clítoris. Los gemidos de Verónica se hicieron escandalosos. Juan le preguntó:

-¿Te vas a correr?

Casi susurrando, le respondió:

-Sí.

Juan dejó de chupar el clítoris y se lo lamió con la puntita de la lengua. Al ver que levantaba la pelvis buscando su lengua y gimiendo sin parar, lamió haciendo paradas. Así la tuvo un par de minutos, luego le abrió el coño con dos dedos y vio que tenía la entrada de la vagina cubierta de jugos cremosos. Le enterró la lengua en el coño, se tragó los jugos y luego lamió de nuevo su clítoris. De la garganta de Verónica salió un grito de placer.

-¡Arrrrg!

La corrida que echó épica, corrida que Juan se tragó con lujuria.

Al acabar de correrse, la besó con lengua. Después de besarla, Verónica, que era perra vieja, se echó boca abajo para que le comiera el culo, pero Juan, que estaba empalmado como un burro, tenía otros planes. Le levantó el culo, se la clavó en el coño y le dio a mazo, sin conciencia, le dio a romper y se corrió dentro de su coño, luego la sacó y se la metió en el culo. 

Verónica se llevó las manos al coño y se masturbó mientras Julio le volvía a dar sin conocimiento.

Gemía ella como una puta con el placer que sentía  y sudaba él cómo un cerdo al ametrallarla. Buscaban los dos lo mismo, y tiempo después lo encontraron. 

-¡Córrete conmigo, Juanito!

Le siguió dado a mazo y entre gemidos, jadeos y convulsiones, se juntaron sus corridas.

Al acabar de correrse, Juan, ya no podía más, pero como le quedó la boca dulce y a ella también,  volvería a repetir varias veces ese mes. Juan aprendería a masturbar a una mujer y varias cosas más, antes de darle a Sandra lo suyo.

Y aquí lo dejo, por hoy.

Quique

 

 

 

 

 

 

 

                                                         

El relato fue modificado hace 3 semanas 2 veces por José

   
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