La Libertad I_02
 
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Vaciar todo

La Libertad I_02

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laualma
(@laualma)
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Topic starter  

Me di la vuelta. Tenía la cama deshecha. Aparté al suelo las sábanas, y me llevé a la boca la mano que había profanado mi parte mas íntima. Me olí y me bebí (siempre me ha vuelto loca mi sabor, siempre que me hago un dedo acabo chupándomelo, y esa noche el flujo era muy copioso, creo que eyaculé abundantemente). Bajé de nuevo la mano para recoger más y volví a chupármela, una y otra vez, emborrachándome de mi propio sabor. Con la otra mano me aparté la braguita por detrás y me metí un dedo en el culo. Empecé a hacerme así otro dedo, mientras seguía recogiendo el flujo que salía por mi sexo para llevármelo a la boca… Creo que me quedé dormida así, porque desperté desorientada oyendo el camión de la basura, que pasaba siempre a la cuatro y pico, y no era ni la una cuando nos fuimos a la cama. Intenté recuperar el sueño, cuando por primera vez oí ruido en el salón: casi imperceptible, pero sentí como crujían los muelles del sofá cama, y luego el arrastrar muy, muy suave y cuidadoso de unos pasos por el suelo. Se movía con mucho sigilo, sin duda para no hacer ruido, supuse que para no desertar a mi hermana.

Era tanto el sigilo que solo tenía sentido si era él, que al mismo tiempo pretendería evitar que yo me despertara y me tapara al escucharle acercarse. Naturalmente, querría tentar la suerte para ver si me podía ver mientras dormida… con aquel calor y las señales más que evidentes que había estado dando yo durante toda la tarde, era impensable que no estuviera al menos en tetas… ¿Intentaría tocarme también? Yo estaba nerviosísima. Así, justo era al revés que lo que él debía de estar pensado: no había peligro de despertarme y que me tapara, porque ya estaba despierta, y al oírle deseé mostrarme todavía más. Porque caí en la cuenta de que si se asomaba a mi cama, en ese momento solamente me iba a ver las bragas y la espalda, lo que no estaría mal, pero en realidad ya me había visto así monotones de veces. Para esa época yo ya había llegado a hacer pasar como algo normal incluso eso, cuando en mi petición de masajes mañaneros, después de dormir en braguitas y camiseta, y aún en la cama, le pedía uno en la espalda. Y, como si fuera lo más normal, me quitaba la camiseta para ofrecerle mi cuerpo sin trabas, sin sujetador por supuesto: recién levantada, y con la mínima ropa, pantalón de pijama o incluso solo braguitas, aunque procuraba mantener las piernas y el culo cubiertos con las sábanas (pero siempre dejando ver el nacimiento de mis nalgas bajo unas bragas siempre demasiado pequeñas y siempre demasiado bajas, y a las que me preocupaba expresamente de no subir hasta arriba). La primera vez que hice algo así fue particularmente excitante, estábamos de viaje los tres en Roma, yo les había invitado para agradecerles un favor, sobre todo de él… pero claro, no le iba a invitar solamente a él, que es lo que me hubiera gustado hacer (y seguro que a él también).

Pero entonces eran todavía nuestras primeras aproximaciones, aunque la tensión sexual entre nosotros era ya muy alta, lo que nos hacía ser aún más atrevidos. Sobre todo a mí, que me salió una mañana pedírselo como lo más normal, un masaje en la espalda cuando todavía no había salido de la cama. Él accedió, y debió flipar cuando me vio quitarme la camiseta y mostrarle mi espalda al aire, sin nada más para cubrirme que la fina sábana y su propio cuerpo. Me desnudé el torso de forma rápida, y me aplasté contra el colchón para evitar que me pudiera ver nada, claro, y menos tocarme. Pero ese día noté por vez primera cómo se le puso dura la polla contra mi espalda… Él cumplió su parte, claro, me llevó a la gloria montado en mi espalda, y yo sentía su polla muy dura apretada contra mi cuerpo, masajeándome con ella casi más que con sus manos. Aquella vez llegué a confesarle que me daba más placer que cualquiera de los hombres con los que había estado… y nunca supe si fue realmente consciente de lo que le quise decir (hasta qué punto era consciente él, aunque tampoco yo, hablaba en futuro, sabiendo que era capaz de hacérmelo –todo, el amor, follarme- mejor que mis hombres pasados y futuros, y que de hecho acabaría haciéndomelo, y es que ese día de hecho casi me hizo correrme por primera vez…). Lo que sé es que ese comentario le hizo feliz, fue un viaje maravilloso aquél... pero dos pasos y ya le tenía allí, mucho tiempo más tarde, esa noche de verano en mi casa, entrando a mi habitación donde yo yacía casi desnuda en la cama… Me vi repentinamente atenazada por el pánico, quise girarme un poco más para dejarle ver mis tetas y no fui capaz. Oí los últimos pasos cuidadosos y arrastrados y su pararse delante de mi puerta, mirando (sin duda me miraba, porque no entraba en el baño). Pasó un buen rato que, por supuesto, se me hizo una eternidad; era imposible no oír la puerta del baño, solamente podía estar plantado en la puerta, mirando. Volví a intentar girarme, no sería inverosímil darme por completo la vuelta en sueños, aunque seguramente le dejaría helado del susto (pero después bien que  le merecería la pena), pero sentí entonces un fuerte dolor en la espalda, que empezó en la nuca y bajó por toda la médula espinal. Un dolor intenso y seco que me dejó absolutamente inmovilizada. Era totalmente incapaz de mover un solo músculo de mi cuerpo, ni siquiera las extremidades: estaba paralizada, atenazada por completo debido a un súbito ataque de pánico, que además de en el dolor de mi espalda pude notar también en el estómago, junto con una asfixiante sensación de sequedad en mi garganta (contrastando con mi alegre humedad genital).

Aunque creo que quería hacerlo, el nerviosismo me impedía moverme. La tensión era insoportable, ya que seguía sin notar movimiento alguno ni escuchar ningún ruido. ¿Habrían sido imaginaciones mías los pasos? ¿Un sueño? Tal vez, tan sólo un deseo... Luchando contra mi cuerpo, abrí -siquiera entorné- los ojos. Por aquel entonces tenía el pelo larguísimo, no sé qué demonios habría hecho aquella noche, pero lo debía tener ocultándome el rostro casi por completo. Debido a ello, mi visión quedaba también estorbada por los mechones de pelo que me cubrían la cara, permaneciendo por ello oculta, pero al mismo tiempo ciega. Mientras acostumbraba mi vista a la luz de la noche, que hasta podría decir que era considerablemente elevada (afortunadamente, para mí y para él… por motivos directos e inversos: ver y ser vistos, ofrecer nuestros cuerpos y disfrutar del del otro). Y ello gracias no sólo a las farolas y la elevada iluminación nocturna de ciertas partes de Madrid, sino a la hermosa luna llena que brillaba esa noche en el cielo ¿Sería acaso esa luna llena la que había desatado, una vez más, mi desmedido apetito sexual? Mis ojos se libraban también de la torpeza visual de los despertares, por lo que me decidí a abrirlos casi de par en par, constatando la seguridad que me daba el resguardo de los mismos detrás de mi larga cabellera. Pude comprobar así, calmando mi frenesí (aunque en absoluto mis nervios) que, efectivamente, allí estaba él.

En calzoncillos: otra vez esos gloriosos calzoncillos negros que tanto y tan bueno decían de su anatomía íntima, proclamando a gritos lo que vanamente trataban de ocultar, marcando con precisión y doble morbo las nalgas y el abultado paquete. El resto estaba desnudo, sin camiseta: allí estábamos los dos, en mi habitación, vestidos sólo con braguitas yo y calzoncillos él. ¡Si pudiese moverme! Pensé… siquiera un milímetro, si el pánico y la angustia no me lo impidiesen, ¡todo podría pasar en ese mismo instante! Porque él tenía que estar casi tan nervioso como yo, o más. Y no sabía que estaba despierta y deseándole: sin duda sus dudas eran totales, por su mente pasaría la imposibilidad de darme explicación alguna si yo despertara en ese momento y le preguntara qué hacía allí. Si tan solo hubiera sabido que yo no le diría nada… Aunque, a pesar de mis muchas ganas, sabía que todo aquello era una locura, y realmente me tentaba levantar la cabeza y pedirle, seria pero no molesta, que saliese de allí inmediatamente. Igual daba, a pesar de todo, allí seguíamos. Él deleitándose con la visón, por limitada que pudiera ser. Sin duda disfrutando con mi culo, perfectamente marcado a través de las bragas, y mi espalda desnuda que, perdiéndose por los lados en mis costados, dejaría adivinar el inicio de los pechos que tanto deseaba verme. Me di cuenta de que no estaba en el pasillo, ni en la puerta, sino "dentro" de mi habitación, y moviéndose muy lentamente, avanzando, sin duda tratando de conseguir un resquicio por donde ver un poco más, algo más de mi piel, de mi cuerpo, de lo que ya conocían sus manos, y sus ojos, incluso su boca, que en el fondo ya era mucho… disfrutando de cada segundo y de cada milímetro de mi piel desnuda, desnuda tan sólo para él esta noche (sentí que se me erizaba el vello de la espalda y de los brazos al constatar tan brutal sensación de intimidad; esto siempre me pasa las primeras veces con cualquier persona, me excita profundamente la intimidad inicial, el acto de la primera entrega, de desvelar lo hasta entonces oculto, lo prohibido, como un regalo a la otra persona). Lo tenía a los pies de la cama, inclinado hacia mi cuerpo, atento al mínimo movimiento en la casa y en mi cama, al menor ruido.

Me preguntaba una vez más si se decidiría a algo cuando, de repente, vi cómo se llevaba la mano a su glorioso paquete, empezando a tocarse la polla por encima de la tela, apretando y estrujando, duro. Sus dedos se deslizaban hacia abajo por un lateral, cogiendo el paquete por la parte inferior, se cerraban en torno a los huevos, levantando la polla hacia arriba. La noté enorme, más grande por momentos. Sin duda se estaba empalmando. ¡¡¡Se estaba empalmando otra vez conmigo!!! Me estremecí pensándolo… me volvía loca, en parte porque llevaba tiempo deseando volver a verle así conmigo, después de lo de la vez anterior. Aunque bien sabía que, naturalmente, Guille se debía de empalmar conmigo con relativa frecuencia, al fin y al cabo bien sabía que se masturbaba con mis bragas siempre que tenía ocasión. Sabía que yo le ponía… ¡Ahhhhh! ¿Qué me pasaba? Temblé. ¡Qué calor! O qué mareo, o qué falta de aire… Noté cómo me iba, en un desvanecimiento. Un vacío… ¡Me estaba corriendo! ¡Pero no podía ser! Mi cuerpo comenzaba a temblar ¡¡Mi cuñado tenía que salir de allí ua!! ¡Inmediatamente! Aquella orden no pronunciada martilleaba mi cabeza, mientras él seguía magreando y magreando su sexo por encima de la tela hasta que, de repente, se dio la vuelta y corrió al cuarto de baño. Sin duda iba a terminar cómodamente lo que acababa de empezar. Tentada estuve de saltar a la puerta del baño a escuchar cómo se corría, porque sabía fehacientemente que se la estaba haciendo, pero todavía seguía sin poder moverme. Físicamente estaba paralizada, y además me moría de pánico pensando que podría abrir la puerta en cualquier momento. Si hubiese estado más inteligente, habría pensado rápidamente que habría sido una opción hacerse la encontradiza, como si fuese al baño por la noche, desnuda pues no merecía la pena ponerme la camiseta estando mio habitación al lado. Yo no tenía por qué saber que él se había despertado, que estaba allí, justamente allí... Y lo bueno es que acababa de verle entrar a mi cuarto a mirarme dormir desnuda mientras se frotaba la polla ¿todavía tenía dudas de que me follaría esa misma noche si yo decidía, por fin, entregarme a él? Si mi hermana no estuviese... Pero no, no, no soy tan valiente, o al menos no lo era entonces para maldición mía, para desgracia suya y de tantos antes (ahora tampoco diría que soy valiente, sino más bien despreocupada, inconsciente e… indecente). Y esa noche tampoco fue una excepción en cuanto a no decidirme. Únicamente conseguí bajar una mano, la derecha, la más alejada de la puerta, de manera que que él no se diera cuenta si se volvía a asomar, hasta mi sexo: de sólo tocarlo noté como si me meara: Llegué incluso a pensar si no me estaría meando de verdad.¡Era irreal eyacular así! Un chorro largo, continuo y caliente. Noté las sábanas empaparse bajo mi cuerpo, el olor a sexo que me rodeaba cuando, de repente, oí la cisterna.

Otra vez el dolor en la espalda, la parálisis total, la puerta que se abría, sigilosamente, y otro olor a sexo masculino envolviéndome. El baño estaba demasiado cerca y él sin duda había entrado demasiado cargado. Me pregunté si él me habría olido a mí también. Mi coño apestaba a zorra en celo. Otra cosa que me pregunté, al escucharle salir, fue por qué había sido tan idiota de no darme al menos la vuelta en la cama para que pudiera verme por fin las peras. ¿Era ésa una manera de agradecer a quién acababa de hacer saltar el semen por mí en mi baño?

Era curioso, al notar su olor, éste se me fundió y se me confundió rápidamente con el mío. Me resultaban extrañamente similares, cosa que nunca me había pasado con un tío (y aún menos con una tía, de hecho entre mis amigas solo Lucía tiene un olor que realmente me resulte agradable, aunque es tan ácido… quizás también una antigua excompañera de piso, Sandra Bergerot, sí, su olor sí me ponía a mil…) Pero claro, una cosa era que un olor sexual me gustara más o menos, y otra cosa que el de mi cuñado me resultara tan brutalmente parecido al mío… Le vi asomarse de nuevo, recolocándose la polla dentro del calzoncillo, moviendo su paquete cuando, de repente, se escuchó un ruido seco en el salón. Guille se giró rápido y desapareció sin hacer ruido. Yo me quedé inmóvil, muerta. Un rato largo esperando oír algo, pero a duras penas percibí el crujir de la cama y el deslizar de unas sábanas contra su cuerpo desnudo, y ahora sin duda caliente también. Caliente por mí. Yo le había calentado; pero estaba de nuevo en la cama, y nada había ocurrido... ¡Ay si mi hermana no hubiese estado allí!

Esperé un rato hasta que la sensación de pánico se ablandó, y me giré entonces con cuidado, bajándome las bragas empapadas para meterme un dedo en el culo y otro en el coño, y me pajeé. Lo hice largo y suavito porque necesitaba relajarme y liberar tensión, pero sin la angustia de hacer ruido y ser descubierta …ahhhhhhhh… Entre suspiros hondos no dejaba de pensar en el orgasmo que había tenido antes: sin siquiera pensar en tocarme, me había corrido de pura excitación. Ciertamente, pocas situaciones de mayor tensión sexual había vivido, y eso que mi vida entonces ya estaba bien colmada de sexo atípico. Tensión sexual la de esa noche, sí. Y tensión no resuelta, lamentablemente. Pero es que no podía ser, me decía, me repetía una y otra vez para tratar de convencerme, mientras me corría nuevamente. De nuevo eyaculando largo, la cama tenía que estar empapada. Me corría tratando de no pensar en él, en su polla dura bajo su calzoncillo frente a mi cara. A la mañana siguiente iba a tener que ver qué hacer para quitar el olor a pescado del colchón… Por fortuna me estaba quedando nuevamente dormida.

Me recordé que tenía que subirme las bragas, aunque dudé si dejarlas así. Pero, temerosa como siempre, volví a tumbarme boca abajo. Casi casta para él, todo lo que podía, ¿o más bien todo lo puta que me atrevía, pero es que nunca era suficiente, nunca lo adecuado? Sabía que ofrecer después de su visita la visión de mis tetas al aire sería aún más peligroso que antes, si cabe. Después de su incursión, lo más probable era que fuera ella quien se despertara, y no que él repitiera,  por pura probabilidad. Sin embargo, creo que ni siquiera me dio tiempo a dormirme de nuevo cuando noté una corriente de aire que me hizo estremecer y sentí un golpe casi imperceptible contra mi colchón.

Abrí los ojos y, tras la cortina de mi cabellera, que nuevamente me ocultaba, vi de nuevo el paquete de Pablo. Esta vez estaba plantado justo en mi cara, perfectamente delante de mí. Sus robustas piernas peludas se perdían en el calzoncillo negro, que ahora venía ya deformado por la erección que ni podía ni trataba de ocultar. Quise pensar que estaba soñando, era demasiado. Porque llevaba desde que se fue pensando en ese paquete, mientras me pajeaba, mientras me corría, mientras intentaba dormirme… Noté mi pezón izquierdo, el de su lado, apretándose duro contra el colchón. ¡Mierda! Un poco que me hubiese girado, siquiera mínimamente y él podría haberme visto. Su erección era brutal, debía estar empalmado al máximo. Empezó a frotarse y frotarse mientras me miraba. Allí seguía yo, pequeña, mínima, o tratando de parecerlo. Aunque su cipote hinchado me daba muestra de lo enorme que él me vería, pero yo moría de miedo. De miedo y de placer. Quería hacerlo con él, y no sabía cuánto más iba a  aguantar. Se frotaba y se frotaba, y al estrujarse de esa manera, con la polla empujando la tela hacia afuera, su testículo izquierdo acabó por asomarse, hinchado y peludo, por la pernera del calzoncillo que no era capaz de mantener su posición. Pero igual él seguía frotándose: se estaba masturbando ahora como si nada delante de mí, aunque fuera por encima de la tela. Pero masturbándose para mí, por mí, al fin y al cabo. Aceleró el ritmo. Se estaba excitando, me estaba excitando, aunque yo ya no tenía fuerzas ni para pensar en correrme. Le oía jadear levemente. Su mano rebuscaba frenéticamente, parecía que quería el contacto directo con la piel de su verga, y empezó a rebuscar por el hueco de la pernera por donde escapaba el testículo. ¡Por favor, que como se la saque se la como!, temblé.  Su mano izquierda separó la parte superior del calzoncillo, la derecha entró dentro, noooooo, se masturbaba allí, dentro, sin sacársela, casi respiré aliviada. Pero la violencia de la paja hizo que el maltrecho calzoncillo casi no sirviera de nada. Por la famosa pernera me parecía ver la piel del tronco de su sexo… ¡Sí! ¡¡¡Casi le estaba viendo la polla empalmada mientras se pajeaba!!! No, no podía ser… yo ya no podía contener mi mano… Estaba tentada, a punto de decidirme, pero no… además él tampoco se había atrevido a sacársela del todo. Era todo demasiado peligroso, estábamos al borde del abismo… Pero ella, ella estaba demasiado cerca, estaba allí, con nosotros...

Y de repente todo volvió a acabar. Se movió, sigiloso pero rápido. Volví a oír la puerta del baño, y al poco la cisterna. Creo que esa vez fue directo a la cama. Sin duda había ido demasiado lejos. Creo que me dormí casi al instante. Naturalmente, no dejé de pensar en su polla, sintiendo con ello que me venía un orgasmo que nunca terminaba de llegar... Un nuevo ruido a mis pies, pero por la claridad ya casi era de día. Yo no me había movido ni un milímetro, y menos iba a hacerlo entonces. Sólo en la oscuridad de la noche podía haber llegado a atreverme, y no lo hice, así que con el amanecer ya encima me consideré incapaz de todo movimiento ¿Estaba de nuevo allí? Todo empezaba a ser más real, una vez que la luna ya no bañaba nuestros cuerpos desnudos con su luz. Eché un temeroso vistazo, el paquete y la mano, nuevamente. Cerré los ojos y traté de tranquilizar mi respiración. De repente, noté las caricias en las plantas de los pies: ¡me los estaba tocando! Estaba allí, yo casi desnuda, todo tan real bajo la luz del alba.

Era su tercer ataque de la noche, y por primera vez aventuraba un contacto directo y claro. Desde siempre me volvía loca su forma de tocar mis dedos, las plantas de mis pies. Reconocería su manera de tocarme entre millones. Sentía de nuevo esa sensación de orgasmo contenido que me invadía en como sueños. De repente, cesó el masaje y noté una presión más blanda, ligeramente húmeda y cálida, como un leve aliento. ¿Me los estaba besando? Un estremecimiento me recorrió de pies a cabeza, reverberando por todo mi cuerpo. Noté una humedad más mojada, más espesa, más caliente. ¿Era su lengua, me estaría chupando los pies? No era posible... La sensación era muy rara, alternaba una presión húmeda con otra seca, caliente, suave, como si frotase su lengua y luego su cara pero... ¡él tenía barba! No era capaz de entender. Siguió así por un momento, mojando las plantas de mis pies y masajeándolas con alguna parte de su anatomía que no era capaz de distinguir. No eran sus dedos, seguro. ¿Quizás sus palmas? Al poco paró, y en seguida le noté marchar, y escuché abrir el cierre de los puestos del mercado enfrente de mi casa, lo que quería decir que eran casi las siete. En breve  iba a tener que levantarme.

Había tentado la suerte en este tercer intento, mi cuerpo bullía como una olla a presión, y reventó en el preciso instante en que me di cuenta de que… ¡me había estado tocando los pies con su polla erecta! Ahora conozco tan bien ese tacto, porque me lo hizo mil veces tiempo después, en la época en que  follábamos sin parar para tratar de recuperar el tiempo perdido. Nunca le pregunté, pero sé bien que no pudo ser de otra cosa. Esa humedad... El orgasmo que me había perseguido durante horas por fin estallaba. El muy cabrón me había hecho correrme dos veces sin siquiera tocarme un pelo del coño.... Esa noche comprendía que el placer sexual no era algo exclusivo del acto físico de follar, sino que se podía alcanzar de muchas otras maneras… al fin y al cabo, los propios masajes de Guille me habían llevado en muchas ocasiones a sentir un placer sexual desbordante… y aquella noche, yendo más allá, mi vientre y mi cuerpo había reaccionado, sencillamente, frente a otros estímulos sesoriales, visuales, auditivos y olfativos.

Pero, sobre todo, lo que mayormente había operado en mis explosiones orgásmicas fue el deseo como tal, el deseo incontrolado e incontrolable de algo que, de manera autoimpuesta, me tenía absolutamente prohibido. El morbo, el deseo de ese placer prohibido, habían sido capaces de provocarme un placer mayor que la mayoría de los polvos que me hubieran echado antes, especialmente pensando que ese placer no había hecho sino desatar un deseo todavía mayor y que ya no sabía cómo iba a ser capaz de contener. Pese a todo, complacido por fin mi cuerpo, me dormí plácidamente, por fin, el poco tiempo que me quedaba antes de que sonara el despertador, arropándome con la sábana, cuando le escuché salir de baño esa última vez. Pero la noche había pasado y, con ella, nuestro momento.

En el fondo, tonta de mí, me quedé con una cierta sensación de victoria. Quizás no había sido por fortaleza, ni mucho menos, sino por miedo, vale… pero había resistido. Vana sensación, naturalmente: la siguiente semana me la pasé con la cabeza dando vueltas todo el día, demolida por constatar que mi única victoria definitiva sería cuando le tuviera por fin dentro de mi cama, entre mis piernas… ¡Pero bueno! ¿Qué me pasaba?

 

Mi mente trató de volver al presente, al salón de mis tíos, a la extraña situación que estaba viviendo con mi primo Pablo. Y digo extraña porque, al estar solos de esa manera tan nueva, se había manifestado entre nosotros una brutal familiaridad, una intimidad inesperada que estaba provocándome intensos calores. Evidentemente, que hubiera caído justamente en ese momento en mis particulares divagaciones mentales sobre cómo llegué a tener sexo con mi cuñado Guille, tenía un claro significado. Las mismas sensaciones de deseo brutal y prohibido que tuve con Guille, estaban empezando a aflorar ahora con Pablo. Deseo y calor. Intimidad y deseo. ¿Porque qué fue antes? ¿El deseo, la intimidad, la calentura…? Seguramente el orden con Pablo estaba siendo más bien intimidad-calentura-deseo, me resistía a admitirlo, siquiera a pensarlo… pero la situación se me estaba yendo un poco de las manos ¿Por qué… a qué venía ahora recordar todo lo de Guille, por qué precisamente estando allí con Pablo? Guille, no podía evitar pensar en él, era incapaz de concentrarme en Pablo, y con esa maldita y estúpida película… la cabeza se me iba sin poder evitarlo.

Ya he dicho que Guille jamás usaba calzoncillo debajo del pijama. Y no es solo que me lo dejara ver de vez en cuando, es que también me lo dejaba sentir en alguno de sus masajes mañaneros. Me ponía los pies entre sus muslos, cerca de su sexo. Yo allí podía sentirle, a veces, eran solo sutiles rozamientos sobre la tela… Recuerdo esa mañana, la recuerdo tan claramente… ya después de desayunar hacíamos el vago, remoloneando. Yo hasta volví a la cama, que ese día no era más que un colchón en el suelo de su salón. Le pedí el masaje, como quien pide algo a lo que tiene el derecho que da la costumbre. Hacía más bien frío porque, para variar, esa vez era todavía invierno. Me tumbé en la cama con una gruesa chaqueta, y tapada a medias con las sábanas, boca arriba. Ese día no pretendía más que eso, un sencillo masaje de pies. De los de Guille, vale, que no es poco, porque siempre que se lo proponía acababan teniendo un alto índice erótico, al menos para mí. Aunque cuando eran simples masajes también te llevan a la gloria, al puro placer físico por el placer físico. En esas mi hermana se fue a duchar, mientras nosotros seguíamos tranquilamente a lo nuestro, y cuando volvió se puso a hacer sus cosas por ahí. Guille vio la oportunidad, esa ventana de intimidad por la que pudo colarse otra vez en mi deseo. Primero estuvo un rato largo esmerándose con mis pies.

Yo me mantenía despierta, con los ojos abiertos, hablando con él o simplemente mirándole. Quizás si hubiese cerrado los ojos, él hubiese intentado algo más, pero ya digo que ese día no tenía ganas, o eso quería decirme a mí misma. Digamos que, de alguna manera, en aquel momento no lo necesitaba. Cierto que contacté con su polla un par de veces, quizás tres. No sé si fue él, quizás sí fui yo. Tampoco intenté evitarlo ni apartarme, lo reconozco. Pero, en realidad, él tampoco se recreó en ello. Podía parecer casi fortuito, aunque tenía clarísimo que no lo era, con Guille nunca lo era (fuese de él, mía o de ambos la iniciativa). En cualquier caso, él continuaba el masaje sin parar, con lo que el tocamiento se quedaba, para bien o para mal, en lo que en apariencia formal debía de ser: un roce fortuito; aunque con los pies desnudos y mi sensibilidad y tacto excitados por el masaje, podía reconocer las formas y temperaturas mucho mejor de lo que nadie podría imaginarse. Vamos, que no llegué a excitarme pero era plenamente consciente de la situación, de lo que había tocado. Por supuesto que no me desagradó lo más mínimo hacerlo, claro. Y eso a pesar de mis dudas eternas, de mis pudores y barreras autoimpuestas…

Había ciertos límites que no podía sobrepasar, y estaba claro que ciertos límites familiares eran, precisamente, los más infranqueables. Igual pensé entonces que lo más prudente era parar. Parar el masaje y dejar de una vez de tontear con él, de bordear situaciones que no tenían ningún futuro. Igual yo estaba pensando en eso, y quizás con ello algo cambió en mi mirada, o quizás simplemente él se cansó de disimular lo que deseaba desde que me empezó a dar el masaje. Quizás sencillamente se calentó, o me calenté, no sé. El caso es que se le acabó el repertorio, quizás el interés, empezó a repetir movimientos, el masaje empezaba a alargarse, yo pensé que iba a parar, aunque de repente yo no quería ya que parara. Pero no lo hizo. Siguió estirando y estirando el momento, a mí ya no me daba tantísimo placer, pero todavía me daba gusto, suficiente como para preferir seguir. Igual también fue solo la pereza de levantarme. Sí, tuvo mucho de dejadez, en ese momento en realidad cualquier estímulo externo, por pequeño que hubiera sido, una llamada de teléfono, ganas de hacer pis, me habría decidido a pararle y levantarme. El caso es que los dos seguíamos, mudos, ya como perdidos, pero incapaces de parar. Incapaces de separarnos… No me daba cuenta, pero la tensión se estaba acumulando, inevitable.

En una de esas, él levantó un poco más mi pie derecho, que era el que estaba recibiendo el masaje y, al hacerlo, se reacomodó, ya que estaba sentado en el suelo. Ese inocente movimiento dejó la planta de mi pie izquierdo en contacto abierto, directo y completo con su paquete. Pude notar perfectamente su polla a media erección. ¡Increíble! Bueno, sólo unos momentos antes la estaba rozando, y la noté muy pequeña y blanda, y ahora estaba mucho más grande y, aunque no dura, sí se le notaba más firme, sensiblemente empalmada. Sentí entonces que empujaba su cuerpo hacia delante, pero yo no moví ni un milímetro mi pierna, la dejé apalancada, apoyada contra su miembro. Quería notarle, necesitaba notarle, calibrar el estado, tamaño y calor de su miembro. ¡Ohhh! pude percibir con claridad cómo se iba hinchando poco a poco. ¡Ohhhh no! estaba teniendo una erección en toda regla, y yo estaba notando cómo le venía, cómo le crecía la polla. Nunca había sentido una erección tan rápida, impetuosa y caliente con una polla: le engordaba y engordaba por segundos. Y cuanto más crecía, más presión hacía contra mi pie. Y cuanto más presión hacía contra mi pie, más se excitaba aquello y más crecía, y así más y más… solo él manteniendo el empuje por un lado y yo por otro. En el medio, su miembro, empalmándose contra mi pie, empalmándose por mí…

Cuando me di cuenta, el masaje había parado y sólo estaba la presión. Sentí el inevitable horror, la parálisis de los miembros y el mareo, cuando me di cuenta de que frotaba su cuerpo, precisamente allí, contra mi pie, que sujetaba con fuerza en su entrepierna. Otra vez había vuelto a pasar, sin querer reconocernos abiertamente la verdad, Guille y yo nos volvíamos a deslizar juntos por la resbaladiza pendiente del deseo prohibido. Tuve como una pérdida de conciencia, y cuando me recobré él seguía masajeando como si nada. Y hablábamos, seguíamos hablando sin parar. Dicen que las tías podemos hacer dos cosas a la vez sin problema: soy perfectamente consciente de que aquella vez pude mantener en todo momento una fluida conversación (de la que no recuerdo absolutamente nada). Desvanecida primero, luego ultra concentrada en sentir cómo cada milímetro de su polla iba engordando y ganando cuerpo, multiplicando su tamaño, volumen y temperatura bajo su presión contra mi pie… Pero al final no pude más, y me centré precisamente en esa única sensación. Le vi entonces dudar. Yo me había quedado callada, concentrada en "aquello". Así que rápidamente saqué un tema de conversación, para hacerle ver que todo iba bien. ¡Y tan bien! “Aquello” ya estaba bien duro, y empezaba a ponerse extra duro, y muy caliente. En realidad, estaba ya tan empalmado que yo no podía mantener la postura sin hacer fuerza, e imaginaba que podía estar haciéndole daño.

Sobradamente empalmado como para penetrarme hasta el culo, recuerdo que pensé. Deslicé un poco el pie hacia la izquierda. Su verga reaccionó entonces como un resorte, sin duda buscando salida. Fue brutal, la sentí enorme y muy, muy dura, empujando contra el arco de mi pie. Yo no sabía qué hacer, quería más, pero no pensaba o no podía moverme. Aunque en realidad, hacía rato que la cosa se me había escapado ya de las manos, o de los pies, y había perdido contacto… apenas notaba su calor y el tacto de la tela, y no sabía cómo recuperarlo, aunque quería hacerlo a toda costa. Entonces él, supongo que deseando ardientemente lo mismo que yo, y además mil veces más excitado -yo todavía no había empezado siquiera a mojar, y eso era raro en mí, aunque reconozco que estaba entre muy nerviosa y muy desconcertada, ya que aquella vez no no lo había buscado en absoluto, ni casi me lo esperaba; cierto que estaba algo caliente, pero inicialmente fue en realidad más por sorpresa que por excitación, a pesar de que era mi primer contacto real con su polla, y la primera vez además que sentía cómo se ponía cachondo, de cero a cien, además por contacto físico directo conmigo ahí...- él realizó un nuevo reacomodo de postura, pasando de sentado sobre sus piernas flexionadas, cambiando el apoyo alternativamente para no cansarse, a sentarse cruzando las piernas y colocando mis pies encima, en medio, acercándolos a su cuerpo.

El derecho lo mantenía en vilo con su masaje, pero el izquierdo lo levantó expresamente del suelo, donde había ido a parar cuando empezó a moverse para sentarse mejor, para llevarlo justamente allí, a su entrepierna. Mmmmm… me relamía de deseo de sentirle otra vez. Sin embargo, en lugar de su polla, noté una extraña maniobra de su mano, sintiendo el envés de la misma y los nudillos en la planta del pie, moviéndose, como si me estuviera dando un extraño y nuevo tipo de masaje, hasta que salió de allí y comprendí. Se había recolocado la polla, sin duda le estaba reventando el pantalón. Alguna vez había visto a algún chico así, cuando están totalmente cachondos se la levantan, o se la estiran hacia los muslos, poniéndosela pegada a su cuerpo para que no les reviente el pantalón, calzoncillo, bañador o la ropa que lleven (a esas alturas hasta los había visto con bragas y vestido de mujer, jijiji...) Todo para poder disimular algo la trempada. Uuuuhhh, me moría de ganas de levantar la cabeza para ver cómo lo hacía, para ver si era tan evidente el bulto como imaginaba, si se le marcaba aquello en la ropa. Pero, naturalmente, fui del todo incapaz, así que seguí en todo momento con la cabeza apoyada sobre la almohada mientras manteníamos una sorprendentemente cabal conversación.

Hablando, mirándonos a la cara después de haberle tocado la polla y haberle puesto cachondo. Me daba miedo que cualquier movimiento extraño acabase con la magia, ¿se la habría colocado para arriba o par abajo? Necesitaba sentirle otra vez… Y, entonces, lo hizo: ¡zas! Tomó mi pie izquierdo por el empeine y lo colocó allí, tal cual, apoyándolo con firmeza contra su verga. No puedo con esa palabra, verga, me resulta demasiado excitante, una polla es una polla, aunque esté empalmada y sea preciosa, tiene algo de basto, de soez, de sucio… pero la verga es una maravilla, el falo, la tranca, puro sexo, para follar, para joder, ser penetrada por ese trozo de carne completamente dura, enorme, caliente, ardiente, empapada, con el glande jugoso y brillante. ¡Joder, sí! Si estaba así, si la tenía hacia arriba como parecía, entonces debía de estar a punto de salírsele de su pantalón. Y ¡otra vez zas! Había aplastado mi pie derecho también contra su miembro erecto, empalmadísimo no cabía duda. Lo podía sentir, tocar, estaba ardiendo. Notaba también sus blandos testículos, tensos, hinchadísimos: tenía apoyados en ellos los talones de ambos pies, al menor movimiento basculaba sobre ellos, masajeándoselos.

Mientras, el duro, anchísimo, largo y calentísimo tronco quedaba aprisionado entre mis dos pies, presionando contra su abdomen, el glande pujando por salir, llegando casi hasta mis dedos, que inconscientemente yo trataba de encoger para atrapárselo. El muy animal me tenía cogidos los dos pies por los empeines, y antes de que yo pudiese pensar siquiera en la posibilidad de pajear aquella gloria con mis pies (¡lo pensé! lo reconozco, pero… ¿cómo pude pensar una barbaridad semejante? pero es que era evidente, y él también quería… ¡y tanto que quería!), antes o al tiempo de que yo lo pensara, él empezó a hacerlo, me empezó a masajear precisamente allí. Apretándose ambos pies contra la polla tiesa, con toda normalidad. ¡Mierda! Ahí sí que me di cuenta de que había rato que me estaba poniendo cachonda. Los pezones me hervían en el brutal roce con la camiseta, exageradamente hinchados.

Claro, pero eso él no podía verlo, porque yo llevaba puesta una gruesa chaqueta de lana con la que, por cierto, empezaba a ahogarme. Pero noté también cómo se me encharcaban las bragas en torno a mi coño, que ardía como si se estuviese quemando en el infierno. Me conocía y si aquello seguía, pronto acabaría mojando directamente el pijama… y eso sí que lo iba a ver él muy claramente. ¡Mmmmmm, qué cabrón! No sé cómo había sido capaz, pero se estaba haciendo una paja con mis pies. O quizás podríamos decir que ¡yo le estaba haciendo una paja con los pies! Pues, desde luego, no pensaba hacer nada para detener aquella locura, me dije. Pero de verdad que no sé de qué maldita manera había logrado calentarme, hasta tal punto que para entonces yo no deseaba otra cosa que seguir haciéndole esa paja hasta el final, seguir sintiendo ese trozo de carne ente mis pies y no dejarle separarse nunca de mí. Mientras lo hacíamos, yo imaginaba que se corría brutalmente, eyaculando en grandes cantidades, de manera que la lefa se le escapaba rezumando por la tela de su pijama y empapando mis pies, directamente, quemando mi piel...

Pero ¡mierda! Noté justo entonces cómo era más bien yo la que estaba soltando un reguero de flujo, que me escurría por la raja del culo, bañando mi ano... ¡Ahahhah, pero qué gusto! Entonces el muy cabrón empezó a hacerme algo en los dedos de los pies. Él sabía que me encantaba que lo hiciera cuando me masajeaba. Pero esta vez, al cogérmelos me los bajó rodeando su glande. Y sí, estaba empapado, efectivamente estaba empapado, noté la tela de su pijama mojadísima, resbalando sobre la caliente piel del glande, cuya forma se reconocía a la perfección bajo el tejido húmedo...

Él seguía masturbándose usando mis pies, más y más, moviéndose al compás, utilizando los movimientos y la presión de su cuerpo para acelerar la paja sobre su polla. Yo exploté de calor, lancé lejos la chaqueta mostrando mis peras hinchadas con los botones de mis pezones amenazando con rajar la tela, me las tenía que estar viendo perfectamente debajo de la tela, por el sudor y lo hinchadas que estaban por la excitación... yo llevé allí mis manos, apretándome los senos y dejando escapar los pezones duros entre mis dedos para que asomaran bajo la tela…

Nos quedamos al borde aquella vez. Por increíble que parezca, sé que nos quedamos al borde. No sé quien paró ni por qué. Yo por notar que había empezado a comportarme como una puta, o él al ver que me comportaba como una puta. Yo por miedo o él por estar de verdad a punto de estallar, por notar demasiado cerca o demasiado peligrosa la presencia de ella. O quizás sonó un teléfono, no sé, seguramente fue eso, mi madre que siempre es tan inoportuna… Tan sólo le recuerdo a él tratando de llegar a una silla, medio agachado, intentando disimular lo imposible de disimular: la enorme mancha en la entrepierna que se levantaba por el empuje de su verga apuntalando la tela desde su interior. Y yo sudada, empapada la camiseta, las bragas y no sabía si hasta los pantalones. Sentía que mis tetas se transparentaban como si fuese una de esas fiestas de la camiseta mojada a las que siempre quería llevarnos Nuria...

Sí, porque Guille no dejaba de mirármelas, como yo no dejaba de mirarle la polla, hasta que todo se volvió demasiado espeso y demasiado escabroso como para poder soportarlo. Me volví a poner la chaqueta, cabreada con él, conmigo misma, jadeando. Intentando aparentar que no pasaba nada, que no había pasado nada; iniciando, para no ponerme a llorar, una conversación intrascendente y estúpida con mi hermana, que entonces trajinaba en la cocina. Guille, viendo que poco más íbamos a hacer ya ese día, sin duda tan confuso como yo o más, vista mi soez actitud del final y necesitado de una válvula de escape más que urgente, se levantó, diciendo que por fin se había decidido a ducharse.

Frente a mis ojos pasó, sin tratar de ocultarse para mí, aquel tremendo tronco tieso empujando su pantalón, con aquella mancha oscura que evidenciaba nuestra caída, mi caída, lo que habíamos hecho, lo que había hecho… ¿Por qué iba a disimular la mancha? Sólo yo podía verla, y ver la erección que sus pantalones no podían ocultar. Pero había sido justamente yo quien le había provocado esa erección, y esa mancha de semen, o como quiera que se llame lo que sale antes que el semen, masturbándole hasta casi hacer que se corriera, hasta casi correrme yo misma... Cruzamos una rápida mirada. En sus ojos descubrí más rencor que deseo, y comprendía que había sido yo, y solamente yo, quien había detenido aquella locura.

Tenías que entenderlo, Guille, no podíamos, no podíamos traspasar esa barrera. Aunque los dos lo desáramos… Yo lo deseaba. Si antes de conocer mi coño como es debido, Guille ya había estado a punto de hacer que me corriera con ese masaje, y de hecho lo consiguió dos veces seguidas sin tocarme en ese otro episodio de sus visitas nocturnas a mi cama... Joder, ¿cómo no iba a desear llegar hasta el final con él? Pfffffff, me costaba calmarme. Tenía calor y sudaba, pero no quería quitarme la chaqueta, deseaba que saliese ya del baño, aunque tardaba en empezar a ducharse, no se escuchaba el agua... ¡Estúpida! ¡Sin duda él estaba acabando lo que yo había empezado! Claro, necesitaba serenarse primero; estaba segura de que le había dejado al borde. Bueno, seguro que no iba a tardar mucho en correrse: sólo tocarse una vez, acordándose de mí, debería bastarle... Y, efectivamente, al poco oí la sonar el agua de la ducha.

Nunca me he atrevido a preguntarle por ese día, si se masturbó, ni cómo fue. De otras de estas ocasiones sí llegamos a hablar tiempo más tarde, pero de aquel día nunca fui capaz de preguntarle. Siempre pienso que me dejé llevar demasiado, que podía haber acabado mal, vamos. Alguna de mis amigas llegó a decir que hasta aprovechó de mí, que me utilizó. Que me usó como un objeto, un consolador o una muñeca para masturbarse, abusando de mi confianza y del momento. Pero él, yo y cualquiera debería saber que aquella vez, como todas, fue plenamente consentido. Yo me dejé, sin ningún género de dudas, y lo hice porque quise, por puto placer... En fin, sé que se masturbó, que terminó las masturbación que yo le había empezado, debo admitirlo. Lo sé sin ninguna duda porque cuando él salió, yo entré disparada al baño. Me quité el pijama, -lo tenía húmedo, no mojado; afortunadamente no se me había escapado nada, por lo que no habría visto lo mojada que me había puesto. Me quité también la chaqueta y la camiseta empapada, y abrí el cesto de la ropa sucia para meter allí el pijama y la camiseta. Entonces lo vi: él había dejado allí también su pijama. Lo cogí. Estaba empapado, húmedo y con restos blancuzcos y viscosos perfectamente visibles. ¡¡¡Se había corrido en el pijama!!!

Supuse que se habría terminado de masturbar sin quitárselo. Ardiendo de deseo, absolutamente cachonda, me preguntaba con su corrida en mi mano si habría estado todavía pensando en mí mientras se le escapaba el semen de su duro cipote. Había un manchón enorme de lefa fresca en el pijama, que estaba muy mojado, mucho más de lo que yo lo vi fuera, claro. Casi todo lo había absorbido la tela, pero había todavía un pequeño charco, algo deshecho, pero todavía cremoso y caliente... ¡Claro que me lo tragué! Mordí, lamí, estrujé la tela, le saqué todo el jugo, hasta la última gota, mmm, taaaan salado y sabroso... ¿Cómo no iba a hacerlo? Y me masturbé sobre las bragas mientras le bebía, probando su fruto por vez primera, metiéndome la tela bien dentro de la raja. Fue alucinante, mi olor se entremezcló con el suyo, realmente eran parecidos, o compatibles, sentí que mi sexo se fundía con el suyo… oler su semen caliente era casi como si estuviese oliendo mi propia ropa interior. Era alucinante aquel parecido olfativo. Quizás por eso me resultaba tan fácil, y tan agradable, y tan excitante comerle… ¿Quizás por eso me gustaba tanto?

Increíble… ¡acababa de comerme el semen de mi cuñado! Casi recién salido de su dura polla, casi se lo había sacado yo misma... Mmmm me masturbé de nuevo, dos veces, porque realmente también yo lo necesitaba. Ya no estaba en absoluto calmada, ya no estaba indiferente ni despreocupada nunca más. Bajo el agua caliente, magreándome las tetas y el cuerpo cachondo, pensaba en él y quería follármelo...

Salí de la ducha relativamente satisfecha, y mucho más tranquila. El pijama de Guille quedó hecho un trapo, pero lo devolví a su sitio, intentando dejarlo como lo encontré. Mis bragas sí que estaban hechas un auténtico guiñapo: mil veces más mojadas, estrujadas y empapadas con mi flujo viscoso y espeso, me di cuenta de que había llegado hasta a eyacular un poco... Bien, decidí tener con él el mismo detalle que él tuvo conmigo: se las dejé, tapadas por mi camiseta, en el cesto de la ropa sucia del baño. Salí y, de nuevo, entro él al baño... Siempre lo hacía, era automático. De eso me había dado cuenta mucho tiempo atrás, casi al principio, casi desde siempre… ¿cuánto tiempo llevábamos así? ¿cinco? ¿seis años?

Me di cuenta que siempre buscaba una excusa para, si era posible, entrar al baño justo después de mis duchas. Si alguna vez no lo tuve claro, ese día quedó demostrado el motivo: buscaba mis bragas cuando todavía estaban calientes, y cuando podían tener su humedad más fresca... Ese día se encontró con una buena. Una prueba viva de que lo que él sentía por mí era plenamente correspondido. Sí, tardó en salir... y, cuando salió, utilizando su misma estrategia me colé de nuevo en el baño. Revisé el cesto: su pijama estaba arriba ¿habría comprobado que yo lo había dejado limpio? ¡Qué vergüenza! Aunque no debería dármela ante él, que era el único que lo sabía, porque precisamente él había dejado mis braguitas limpias como la ropa de un cirujano, y mi camiseta empapada por un líquido espeso, amarillo y viscoso. La cogí rápido, lamiéndola a fondo… esa segunda vez estaba realmente reciente, todavía caliente y casi sin empezar a deshacerse.

Volvía a saborear su olor, todavía más fuerte e intenso. Lo tragué y lo llevé conmigo... mmmbiennn... Nunca comenté con él aquel día, ya digo. Y no lo hice porque creo que, para ese momento, llegué demasiado lejos. Increíblemente lejos pensando el momento: entonces aún era impensable que nada pasase, juro que hasta entonces nunca había llegado a pensar en alcanzar hasta las últimas consecuencias con él. Pero si hasta entonces era impensable… cada vez lo era menos. Tardamos poco más en salir de su casa, y pasamos el día fuera los tres. Esa noche volví a dormir en su casa. Llegamos tarde, pero él se empeñó en poner una lavadora, algo aparentemente inexplicable dada la hora. Pero yo sabía que estaba, literalmente, lavando sus trapos sucios... 

  

Mi cabeza bullía, mareada de estos recuerdos, transportada de fogonazo en fogonazo, hasta volver de nuevo a la realidad del piso de mis tíos. En el sofá, con la cabeza hirviendo de imágenes sexuales, sudando exageradamente ya por las axilas, el sexo, los muslos, la tripa, las manos, la cara y el cuello, los pechos. A pesar de ir bastante ligera de ropa, es cierto, tan solo braguitas y ese mínimo camisón. Tumbada allí, con mi primo. Para entonces, realmente tumbada sobre mi primo, ya. Sobre mi primo Pablo, tan joven, al que le sacaba una vida de ventaja. ¿Qué pretendía? ¿Por qué mi cabeza salía con eso, con esos recuerdos de Guille…? Hasta entonces, y mira que había hecho locuras ya en mi vida, mi cuñado había sido la puerta más infranqueable, el tabú que más me había costado superar. ¡A mí, que me para entonces me follaba ya sin problema todo lo que se me pusiera por delante, sin pensar! A mí, que al fin y al cabo había ingresado a la vida sexual poniéndole los cuernos a mi prima (así, aunque entré tarde, lo hice por la puerta grande y, sin duda, dispuesta a recuperar el tiempo perdido). Recordar aquello, con un primo ya salvajemente adolescente, por primera vez a solas con él, por primera vez deseable… tan brutalmente prohibido para los cánones sociales, familiares, educativos que todavía en algunos rincones de mi cuerpo remordían mi conciencia…

Ya era mayorcita y ya tenía experiencia suficieciente para entender dos cosas como comprendí, de golpe, en ese momento. La primera, que deseaba a mi primo (que a ver, a diferencia de su hermano Carlos, que sí había despertado mi deseo en alguna ocasión, con Pablo, cinco años menor que él, jamás me había pasado… hasta aquella noche en que, estando yo caliente de semanas sin sexo, me di cuenta de lo follable que era también, por primera vez). Y la segunda, que como la cosa se pusiera tonta, desde luego que no me iba a tirar varios años mareando la perdiz como hice con mi cuñado. Si total iba a pasar, que pasara cuanto antes. Pero no, no iba a pasar, claro. Me dije. No podía pasar, bajo ningún concepto. Vale que mis calientes pensamientos habían vuelto a desatar mi desenfreno erótico, tan dormido durante los últimos días. Vale que lo que estaba sintiendo en ese momento no era ya el inocente gustito de unas cosquillitas (estaba realmente mareada por el calor, mi coño empezaba a palpitar, mis pezones se habían rebelado, los notaba contra la tela floja del poco discreto escote del camisón, incluso el izquierdo peligrosamente al borde de ese escote...)

Pero no quise darme prematuramente por vencida. De alguna manera sabía que si se iba a desatar una guerra, yo la iba a perder, como siempre, porque así lo quería. Pero no, mi primo no, él no… Debía evitar iniciar la guerra…

Tarde.

Dejé caer mi brazo, que todavía mantenía en alto para evitar el contacto, sobre sus piernas, entre sus muslos... Para mí cayó como una losa, para él nada había cambiado, aprentemente. A pesar de que por primera vez yo entraba en contacto con él, piel con piel (lo que para mí fue algo explosivo). A pesar de que tenía una teta a punto de quedarse al aire bajo su mano izquierda (lo que para mí era superexcitante). A pesar de eso, él siguió como si nada, sin parar de hacerme cosquillitas.

Caricias cada vez más explícitas que recorrían ahora si cabe más mi brazo, plenamente expuesto. Desde la muñeca hasta mi hombro y mi axila, tocando esas partes de mi piel a las que nunca antes había tenido acceso... Me mojé (más) la primera vez que noté cómo las yemas de sus dedos esparcían el sudor de mi axila por mi antebrazo. Técnicamente, era la primera vez que Pablo se mojaba en mí. Es cierto que el movimiento de mi brazo había sido plenamente consciente. Si algo le había provocado mi súbito contacto directo con sus muslos había sido confianza. Pero no, mi primo no, él no… A ver, una cosa es que yo quisiera forzar un poco la máquina. Mi etapa de sequía casi me obligaba a aprovechar aquella pequeña oportunidad… Pero es que yo no iba a ir desatar una guerra contra él. Además, si lo hiciera, si perdiera la cabeza hasta tal punto… él nunca entraría en ello. Si es que estaba claro, no tenía edad casi para pensar en ello (auqnue naturalemente que lo haría, como cualquier chico, claro)

¿Por qué entonces esos pensamientos? ¿Por qué entonces bajar el brazo? No sabía, necesitaba sentir ese contacto físico. Ese punto de placer, nada más… Me estaba excitando con ello. ¿Era lo que quería, no? Aunque… ¿era normal tanta excitación? Sentí pavor, mi cuerpo estaba reaccionando de una manera que sólo podía significar una cosa, y sólo tenía una salida posible. Si al menos fuese su hermano Carlos… Joder, pensar que no le pondría trabas a liarme con su hermano, ya era toda una revelación para mí. Una ráfaga de aire fresco entró por la ventana abierta, y la noté deliciosa, refrescando mi cuerpo caliente. Demasiado caliente estaba, pensé. Peligrosamente caliente.  

Mi mano izquierda resbaló desde mi tripa, donde descansaba, hacia el sofá. Levanté las piernas que tenía estiradas sobre los cojines, y las abrí de par en par, buscando el más mínimo soplo de aire fresco que pudiese refrescar mi entrepierna. Y, a ser posible, secar la pequeña mancha de humedad que se había empezado a formar en las braguitas... Lo notaba muy claramente, había empezado a mojar, poco a poco pero sin parar. Tenía el chochito húmedo, aunque mantenía dudas de si realmente la tela había llegado a mojarse. Con poco disimulo, volví a subir mi mano izquierda, siguiendo el contorno de mi muslo. “Tan sólo quiero comprobar si he mojado más de lo aconsejable”, me dije con falsa frialdad científica. Pegada al borde de mis bragas, mi mano avanzó y estiré mis dedos. Hasta el centro, hasta la entrada misma de mi coño, cubierta allí por la tela doble y reforzada que tienen las braguitas en el punto más sensible. ¡Estaba empapada! La mancha no era muy grande, vale, pero podía sentir las gotas espesas saliendo de mi interior. Conocía bien mi cuerpo y sus reacciones, y ese tipo de humedad indicaba que iba a crecer aún más, a expandirse de manera inmediata, si no lograba cerrar el grifo antes. Sin embargo, y a pesar de que toda evidencia me debía haber hecho detenerme y cortar aquello en seco, sólo el leve roce de la yema de los dedos con la hipersensible entrada inferior a mi cuerpo, aunque fuese sobre las braguitas empapadas, me debió volver loca.

Perdiendo por completo el sentido, clavé más los dedos, metiendo las braguitas en mi coño y refrotando bien dentro, lo que me provocó un brutal espasmo que me recorrió todo el cuerpo, hasta las puntas de los dedos de la otra mano, dotando a toda mi piel y todo mi cuerpo de una increíble hipersensibilidad. Pablo pareció no notar nada, pero para mí cada milímetro de mi piel se hizo consciente de su situación. Sentía todo el contacto de mi coño, de todo mi coño, con las bragas,. De las paredes de mi vagina con la tela que movían mis dedos en mi interior. También la piel de mi vulva y mi pubis sentían el roce de mi largo pelo púbico aplastado y movido por la tela de las bragas, que se estiraba hacia abajo cada vez que yo tiraba más de ella hacia dentro de mi sexo. Notando como, uno a uno, los pelos de la parte superior del pubis empezaban a escapar de la protección de mi ropa interior.

Desnudándome poco a poco y progresivamente… aquello era imparable, porque yo cada vez abría más las piernas, la tela de la falda del camisón se iba recogiendo en mi regazo cada vez más, descubriendo poco a poco más de lo que era capaz de ocultar. Y yo notaba ese aire fresco tan agradable que chocaba contra el sudor de mis piernas, un sudor que se iba haciendo más copioso cuanto más se acercaba, por mis muslos, al volcán que ya era mi sexo. Un volcán con el coño a punto de entrar en erupción: la lava de mi flujo manando por la boca de entrada (y de salida) a mi cuerpo, resbalando mezclada con ríos de sudor, untando las paredes interiores de mis nalgas. Resbalando por toda mi raja y expandiéndose bajo mis glúteos, mojando mis bragas ya al completo; leves corrientes de aire conseguían subir por mi tripa, donde mi suave y tierno vello se erizaba también empapado en sudor. Mis pezones querían rasgar la tela del camisón: el izquierdo había rebasado finalmente el borde del escote y aparecía ya, asomando su enorme cabeza, por encima de la tela de mi camisón, amenazando con arrastrar tras de sí al resto del pecho.

Acababa de pasar ya, podía considerar que se me había salido una teta. Siempre se dice que cuando se ve el pezón se ha visto la teta, y mi pezón, quizás no al completo, pero sí su enorme botón y media areola, más que suficiente… todavía no todo pero, sin duda, lo más importante y jugoso, había quedado al aire y estaba a la vista de Pablo. Yo no sabía si me lo estaba mirando, el pezón, o quizás el dedo que sutilmente me estaba haciendo… pero en el momento en que su mirada pasase fugazmente por allí, podría considerar sin lugar a duda que mi primo pequeño me habría visto la teta... No me importó. No pensé siquiera en taparme, en recolocar me indecorosa postura. Al revés, quería mostrarme. Estaba excitada, y que me viera desnuda me excitaba todavía más. Necesitaba excitarme más, y no me importaba que fuera con él. Había pasado, comprendí que había pasado ya.

No debí levantar las piernas, lo pensé cuando lo hacía, la postura era imperdonable, de consulta de ginecólogo, con camisón corto, y las patas recogidas y abiertas. De espaldas a él, vale, pero cachonda como una perra y con una teta al aire. Pablo… ¿cómo podía ser? ¿cómo había llegado esto? Pero entones yo ya no podía ni quería hacer nada para detener aquella locura... Al menos  conseguí frenar la búsqueda de mi mano izquierda dentro de mi coño cuando me di cuenta de que se me terminó de salir la teta fuera por los bruscos y forzados movimientos. Eso sí, no acerté a hacer lo que realmente debía de haber hecho, bajar las piernas y colocarme el escote. Y no lo hice porque precisamente mi mano derecha, ardiente, bañada en sudor, cayó en la cuenta de dónde estaba, y mi deseo desatado decidió seguir adelante, prescindiendo de mi voluntad:

-Te voy a hacer yo también  cosquillitas a ti, Pablo, ¿vale? que yo nunca te las hago...

Él callaba. Yo no tenía ni idea de qué estaría pensando, mientras las puntas de mis dedos empezaban a recorrerle con extrema suavidad los muslos. Muslos jóvenes, hipersuaves, extraduros, tersos, tensos, frescos y calientes a la vez. El contacto con su piel fue algo exagerado, como si nunca hubiese tocado otra piel. Aunque, ciertamente, tenía una piel especial, con algo de masculino y femenino al tiempo… Pero fue la proximidad con su paquete, absolutamente masculino, en grado sumo, lo que me excitó de manera especial.

Sin quererlo, pero sin poder evitarlo, mi cabeza volvió a pensar en Guille, en sus muslos, en meterle mano allí y cogerle la polla, y luego, locamente, pensé en los jóvenes muslos de mi primo Carlos, duros, musculosos, menos peludos que los de mi cuñado, pero más fuertes, perfectamente fuertes, insultantemente jóvenes… Sin darme cuenta había dejado de hacer cosquillitas a Álvaro, y empecé a hacerle otras cosas: las puntas de los dedos dejaron paso a los dedos, a todos los dedos luego, a los dedos enteros más tarde, a la palma de la mano y los dedos presionando por fin. Apretando, pellizcando, cogiendo y buscando, explorando... Poco a poco fui subiendo, hasta llegar en mi exploración al borde de la tela de sus cortísimos pantaloncillos... No quería reconocerlo, pero sabía bien qué era lo que estaba buscando: tenía que haber chocado ya con su polla, por pequeña que fuese: Y entonces, acompañada de un ahogado suspiro de mi primo, perceptible por el soplido y por su movimiento, pero sin sonido, se la toqué. Por vez primera pasó, y fue brutal.

No solo por la sensación, sino por la increíble sorpresa que me llevé: no me cupo duda, la tela de los pantaloncillos era gruesa, debajo estaban los calzoncillos, estaba segura aunque no lo hubiese visto. Pero se produjo el contacto, y fue con el dorso de la mano. La palma seguía recorriendo aquellos muslos tan juveniles, tan apetitosos; no le hacía cosquillas, ni le masajeaba. No, de hecho ya ni le acariciaba. Le estaba metiendo mano con todas las de la ley, sobándole de la manera más impúdica y menos inocente. De eso él ya no podía tener duda alguna. Mientras, mi otra mano seguía rascando las bragas en el interior de mi vagina, y yo seguía calentándome y acumulando presión como una olla a vapor... Si siempre me cuesta tomar la iniciativa, si siempre caliento hasta reventar al más pintado para obligarle a él a actuar, no fue así con mi primo, con él no. Con el fui yo. Yo empecé, y una vez que empecé, ya no fui capaz de parar. Así que, cuando en esos movimientos sobatorios de mi mano derecha, el dorso de la misma contactó con los huevos -pequeños y duros me parecieron bajo su ropa- la mano no se detuvo. Más bien al contrario, que aprovechó el movimiento, prolongándolo, encontrando así, por fin, el duro mástil que estaba unido a los testículos de mi primo. Mi pequeño primo. ¡Increíble! Menuda sorpresa… ¡¡¡vaya tranca!!! Nunca lo habría sospechado… aunque claro, nunca antes había pensado en la… de Pablo, claro. La polla de Pablo.

La polla de mi primo. Mi mano subió por su ingle, sobándole la polla por encima de la tela, hasta el nacimiento del muslo. Recorriendo, con todo el lateral derecho de mi mano y de mi dedo meñique, que se estiró hasta límites impensables para la ocasión, su largo tronco, sorprendentemente largo. La verga erecta de mi pequeño primo. Parecía tenerla en total erección. Le había hecho empalmarse, y ahora le estaba metiendo mano. Tenía que parar.

Su polla… En realidad, me resultaba imposible saber su tamaño, lo estimé grande, largo desde luego, sin duda enorme para un crío como él. Descomunal desde luego, en comparación con lo que me esperaba: me esperaba una pequeña pilila, encogida y asustada. Pensé tocarle aquella minucia de refilón, quizás sí me atrevería a más en una fugaz pasada a mano llena. Un mero divertimento, para darle a mi querido primo un susto, uno de esos fogonazos de descubrimiento de la sexualidad. Su prima mayor jugando a médicos. Una polla infantil que para mí no significaría nada, aunque para él supondría mucho. Error de cálculo uno: yo estaba muy caliente, pensando en otras pollas claro. Es cierto que, aunque no quería admitirlo entonces, había valorado ya la posibilidad de intentar dormir esa noche en el cuarto de Carlos en lugar de con Pablo, como había dejado organizado mi tía que haríamos.

Porque Jorge, pese a lo horrible que me pudiese resultar pensarlo, era follable. Y yo aquella noche me moría de ganas de ser follada... que vale que no pudiera pensar algo así de mi primo, pero nunca había que dejar las puertas cerradas, y menos en casos de necesidad como el mío en ese momento. Esto era un deseo que sin duda reprimía en lo más hondo de mi mente en esos momentos, si era consciente de ello no quería serlo. Pero, recordando con frialdad, desde luego mis deseos desde el primer momento tenían que estar más que claros. Error de cálculo dos, y éste fue el mortal: claro, lo que no esperaba era encontrar lo que me encontré, un miembro en plena madurez, totalmente apto y a disposición, preparado. Una erección completa, brutal, como he dicho. Una verga de caballo. Y es que eso sí pude notarlo, sin lugar a dudas, lo tenía tan duro, muy, muy duro, durísimo... El tamaño, la posición, la dureza. Estaba convencida de que esa polla estaba ya preparada para hacer maravillas, para empezar a dar y recibir placer. Aunque sin duda estaría sin estrenar: mi primo tenía apenas edad de empezar a hacerse pajas como un mono, quizás ni eso. Me preguntaba, descubriendo mi ignoracia sobre ciertos aspectos de la sexualidad masculina, si estaría en edad de eyacular siquiera.

Pudieran o no producir semen sus apretadas pelotas, he conocido (y conocido a fondo), a muchos tíos hechos y derechos con mucha menos polla que lo que acababa siquiera de sentir con la punta del dedo meñique. Y he de decir que alguno era capaz de hacer maravillas con la cuarta parte que lo que Pablito tenía entre las piernas. No, no,no… Aquél había sido un error fatal para mí. El tamaño. Yo no podía decir que no a ese tamaño. Me entraron temblores y sudores fríos. Me di perfecta cuenta de que mis calores y mi ardor sexual habían cambiado su objeto de deseo. De un más que hipotético primo mayor Carlos, me descubrí obsesionada por aquél que tenía ahora a mi lado. Me estaba poniendo cachonda única y exclusivamente con mi primo Pablo, sí. Con él, con el contacto con su cuerpo, con el deseo de su sexo. Ya no necesitaba pensar en otras pollas, sólo la que tenía pegada a mi mano me bastaba. Es más, me sobraba. Nunca quise voluntariamente que pasase lo que pasó. Quiero decir, que no lo busqué. Fue un juego, un juego idiota y absurdo, suicida. Como digo, una hipótesis imposible mezclada con una provocación. Pero lo imposible se hizo posible, y ese niño me había puesto cachondísima. Estaba cachonda ya, pero él me había puesto a mil, y yo ya no podía parar. Y, como me pasa siempre en estos casos, tampoco estaba dispuesta a hacerlo si podía evitarlo, claro.

-Hazme un poco de cosquillitas también por el cuello, anda- le dije. Jadeando, por si quedaba duda, y recostando mi cabeza en su pecho.

Noté entonces que mi primo respiraba muy agitado, y el corazón le latía a mil. En verdad, yo no le iba muy a por detrás. Estaba nerviosísima, siempre me pongo muy nerviosa cuando está punto de pasarme por primera vez con alguien. Aunque algo como lo de aquel día lo he sentido muy pocas veces. Tenía el corazón a punto de salírseme por la boca. Ooooohhh ¿Qué él también estaría nerviosísimo? Pues lo estaría. Pero a pesar de los nervios no dudó ni un segundo en bajar su brazo derecho hacia mi cuello.

Mmmmmm Pablo seguía tocando partes de mi cuerpo donde nunca antes había estado su mano, que empezó a masajear abiertamente hombros y cuello. Yo había dejado atrás las cosquillitas al tocar sus muslos, ahora era él quién, siguiendo el camino que yo había marcado, me tocaba de manera más evidente. Dudé si era su habilidad para dar masajes o mi debilidad por recibirlos lo que me estaba provocando tanto placer. Supuse que las dos cosas, mezcladas con un ardiente deseo por que tocara a manos llenas mi piel desnuda. Animado sin duda por mi visible y callada aceptación, empezó a masajearme también con la mano izquierda, que había olvidado ya mi brazo derecho y las cosquillas. La llevó también al cuello y se centró con las dos manos en masajeármelo, junto con los hombros y el nacimiento de los brazos. Me encantaba cómo lo hacía, con toda la pasión sexual del momento concentrada en sus dedos... que dejaba resbalar por mi piel, entrando a menudo en los pliegues sudados de mis axilas, tras comrpobar que aquello me hacía gemir hondamente. Unos gemidos que eran, sin lugar a dudas, ni más ni menos que una clara expresión de placer sexual.

Me estaba tocando como nunca, y sin duda también me estaba viendo lo que nunca me había visto. Seguramente no exagero si digo que mi primo Pablo debía de haberme visto cientos de veces en bikini, en bikinis de todo tipo… Y, por mucho que hubiera alcanzado a verme, evidentemente cualquier cosa estaría siempre a años luz de lo que le estaba ofreciendo sin tapujos aquel día. Porque estando de inicio más cubierta que con cualquier bikini, había estado desde el principio mucho más provocativa. Pero es que en esos momentos… en fin, para esos momentos Pablo ya me tenía deseando enseñarme toda. Quiero decir, que no es que ya no me importara enseñar una teta, ¡es que moría por que me la viera! Que me la viera y que me lo dijera, todo aquello me tenía brutísima y quería cada vez más morbo para poder elevar la tensión. Justo entonces pasó. Quizás fue una señal, no sé, quizás sólo accidente.

Bueno, expliqué anes que yo tenía mi teta izquierda ya casi completamente al aire. Sí, ése sólo casi podía permitir, todavía, dar marcha atrás a todo, parar y fingir que nada había pasado, que nada había sido visto. Siempre dudaré si pudo ser realmente un accidente. En verdad no creo que pudiera haber sido no intencionado, ese leve pero rudo y duro empujón que su mano dio contra mi tirante. Tan preciso, tan efectivo… Aquella tira de tela que se había atascado en mi hombro, impidiéndome enseñarle el pecho al cien por cien, cayendo por fin -me parece increíble todavía pensar en mí desnudando a Pablo, y en mi primo desnudándome a mí. Pero es el recuerdo más claro que tengo de lo que hizo: me bajó el tirante, y el lado izquierdo de mi camisón cayó completamente, quedando mi pecho izuqierdo también totalmente al aire. Bajo su atenta mirada, mientras me seguía masajeando el cuello, y hombros, alargando a veces sus dedos largos por el nacimiento de los brazos, las axilas y, también por delante, el nacimiento del pecho… Sin duda deseando tocarme, igual que yo lo deseaba, alcanzar con sus dedos lo que ya tenía al alcance de sus atónitos ojos...

- Ohhhhhhh – Sólo pude gemir.

O más bien hice lo que quise hacer, gemir, gemir por él y para él. Mi cuerpo se moría ni más ni menos que por eso, porque me tocase toda. Me ponía tan cachonda que me estuviese viendo por fin la teta, completamente, conscientemente para él y para mí. Conscientes de nuestra consciencia mutua, sin pudor ni disimulos, los dos disfrutando intensamente, prolongando un momento que sólo podía finalizar ya, acabar cortándose de un modo brusco y abrupto: o el me tocaba o era yo la que debería recoger ya la tela de mi escote sobre mi seno desnudo.. Pensé, deseé, que él se abalanzara ya sobre mi pecho. Pero no sé si por miedo, estupor, o por un innato control del estímulo sexual, para amplificarlo, para hacerlo más deseado y por ello más intenso él seguía y seguía su masaje sin terminar de dar el paso.

Mucha gente es capaz de jugar con eso, estirar la situación para llevar el deseo al límite. Yo misma lo hago a menudo, pero ¿podría acaso un crío como Pablo tener esa capacidad? ¿Es que, como yo, había nacido con un innato sentido para el sexo? ¿Es que acaso nos vendría de familia? Y así mi juego terminó de volverse en mi contra, mientras Pablo seguía su masaje, con sus manos ignorando mi pecho desnudo como si nada, con total normalidad. Para entonces era yo misma quien no aguantaba un segundo más. Deseaba ponerle más cachondo aún, para ir un poco más allá y, al mismo tiempo, me resultaba imposible contenerme a mí misma para no ser yo quien diese el paso que lo precipitase todo por el abismo…

-       Mira, Pablo- le dije.

Subiéndome del todo el camisón, llevé mi mano izquierda, que no había dejado de masturbarme a través de las bragas durante todo ese rato, al interior de las mismas, desde la parte de arriba. Y lo hice tratando de que me viese lo más posible. Levantando la tela mojada que se pegaba a mi cuerpo, a mi húmedo y sudoroso pubis, para meter, arrastrándolos, mis largos y ávidos dedos. Entremezclándolos con los duros pelos que enmarañaban mi coño, alargando la mano hasta meterme dentro, bien dentro, tres dedos, empujando la mano hacia fuera para llegar mejor y más dentro, más fuerte y más hondo, de manera que quedara un hueco entre la palma de la mano y mi cuerpo. Así, con las braguitas semi bajadas, yo misma podía ver el nacimiento de mi coño, la selva peluda que cubría mi pubis bajo mi vientre liso y terso.

Y él, situado más arriba todavía, tenía que tener aún mejor vista: una perfecta panorámica de mi cuerpo, con la teta al aire bajo su mano -que aún no se decidía a alcanzarla- y mi coño recibiéndome y mostrándole algo que sin duda nunca habría visto en vivo (y eso suponiendo que alguna amiga suya le hubiese enseñado algo, cosa que dudaba, pero nunca hubiera sido una teta así, grande y madura como la mía, y mucho menos un coño así, tan peludo, caliente, húmedo, experimentado y ávido de sexo como el mío...)

Le pedí que mirase justo cuando me empezaba a bajar las bragas. Tuvo que ver perfectamente cómo mi mano se perdía en mi entrepierna, mis dedos buscando mi interior. En realidad ya me miraba, tenía los ojos clavados en mi pecho sin poder sacarlos de allí, enganchados a ese prominente pezón que le saludaba orgulloso, brutalmente hinchado, encaramado en el promontorio de mi abultada areola... Supuse que la teta me la tenía que estar mirando, y el resto me lo hubiese terminado viendo de todas formas. Pero me parecía importante sacarle de su embobamiento para que no se perdiese nada. Y, además, necesitaba que supiese que quería que lo viese, que de hecho lo hacía sólo para que él lo viese... Sorprendentemente, no tuve ningún problema en mostrarme así, casi sin venir a cuento, salida como una puta delante de mi pequeño primo, tan solo un adolescente...

Para mí lo único importante fue que funcionó, por supuesto que funcionó. Me pareció notar el estremecimiento de su ingle, lo que no hizo sino aumentar mi ansia por su cuerpo. Me decidí, ya perdida, ya sin vuelta a atrás. Abrí la mano, la pegué al comienzo del bulto, al filo del pantaloncillo, y fui bajando, apretando la mano fuerte contra su miembro duro, sin cerrarla, sin hacer más esfuerzo que una firme presión, que me permitió, eso sí, sentir cada milímetro de su verga bajo mis manos, dura, extremadamente dura: ya lo he dicho, y no me cansaré de repetirlo, porque estaba tan dura que sorprendía. Parecía una barra de acero, no gruesa, cierto, pero sí larga, quizás no tanto como quería pensar, no sé, pero desde luego sí sorprendente para un chiquillo así. Tenía tamaño de verga adulta, y eso a su edad lo volvía un hiperdotado, y yo… ¡yo que pierdo el coño por los hiperdotados se la estaba tocando! Aquello, claro, terminó de desbocarme.

-       Puedes bajar un poco más si quieres - le susurré, en un gemido de placer exagerado.

¡Puedes bajar un poco más si quieres! Casi lo mismo que le dije a Guille cuando le pedí subir por mis muslos más de lo debido, aquella primera vez... y Pablo tuvo exactamente la misma reacción que mi cuñado: sin dudar un segundo, su mano emprendió el dulce camino. Despacio y suave, pero segura. Aquél fue el preciso instante en que apareció mi prima, deteniendo entonces el avance de Guille. Pero aquí nada ni nadie iba a detener el avance de Pablo: era absurdamente temprando como para empezar a preocuparse siquiera por el posible regreso de su hermano.

Maravilloso, pensé: después de tantos años la vida me volvía a poner en una situación semejante a la que viví con Guille… siempre me hubiera gustado saber qué habría pasado, hasta donde habríamos llegado… estoy convencida de que sus dedos me habrían tocado el coño, me habrían penetrado y que, al desnudarme yo, él me hubiese comido tan ricooo… uffff… seguro que, al menos, habríamos ahorrado mucho tiempo los dos. Así yo, excitadísima, como si de alguna manera por fin me estuviese cobrando esa deuda que el destino me dejó a deber aquel día con Guille, aceleré también el ritmo de mi masturbación, revolviendo los dedos dentro de mi coño. Siempre a más, a más. Y, elevando de esa manera mi propia temperatura, me decidí así con la otra mano a entrar en la zona prohibida.

Mi dedos se alargaron tanteando el borde inferior del pantalón, tensado junto a sus huevos, y, ágiles, se metieron bajo la tela. Sortearon el borde del slip y, guiándose por el calor, que parecía venir de un infernal incendio, se enroscaron en torno a la base del pene de mi primo. Para entonces mi atónito primito ya me había cogido la teta izquierda con su mano izquierda. Y como mi propia osadía hacia su cuerpo le dejó claro que no iba en broma, no dudó en reaccionar como debe reaccionar un hombre. Aunque su mano derecha seguía todavía sobre mi hombro derecho, la otra mano, cerrada sobre mi pera hinchada y desnuda, empezó a apretar, palpar, pellizcar, masajear, deleitar y deleitarse. Sorprendentemente, con enorme habilidad, y más para ser la primera vez que tocaba una teta… Y no podía ser de otra manera, estaba cien por cien convencida de su total virginidad a todos los niveles.

Y repito, en el hipotético caso de que hubiera tocado una teta, habría sido una teta de su edad, que eso ni era teta ni era nada a esas alturas, jamás una ubre en plenitud sexual y excitada como la mía. Que, todo sea dicho de paso, tengo muy buenas tetas... jijiji, así caí una de las primeras veces que follé ya por fin con mi cuñado, cuando entre masajes y descaros míos me dijo aquello de "Laura, es que tus tetas no son de este mundo" y me hizo tanta gracia y me halagó tanto que se las acabé enseñando, se las acabé dejando tocar y acabamos como acabamos...

En fin, decía que a pesar de su virginidad y garantizada inexperiencias con tetas como la mía, no la trataba como si fuese una esponja, una pelota o un trapo, aplastándola y maltratándola, como hacen la mayoría de salidos que he conocido (de todas las edades), incapaces de tocar un pecho como es debido. Y lo digo yo, que me he dejado tocar por mucho inútil… ¡y no sólo por dinero! jijijij Supongo que lo mío es vocacional. Pero no me quiero liar otra vez ahora, claro está, desde luego que no ahora que Pablo por fin me estaba dando una sobada de tetas, y sin duda una sobada de las que pasarían a la historia. Y mientras, yo… ¡estaba empezando a tocar su polla! Porque allí seguía, mis dedos consiguieron rodear la base del miembro, sorteando sus testículos hinchados que bombeaban sin descanso, tensándose con cada roce de mis dedos.

Tenía la base del tronco algo más gruesa, allí y sobre sus huevos crecía un vello largo, suave, poco espeso. El falo erecto se afinaba un poco justo al arrancar, y parecía mantener el mismo grosor ya hasta la punta, que desgraciadamente mi mano todavía no era capaz de alcanzar, debido a que por mi postura tenía que retorcer la muñeca para poder meterle mano por la pernera del pantalón. 

-       Uuuuaaahhhh primito, ¡qué gusto me estás dando! – me anticipé a soltar, dejando de lado la brutal sensación que le debía estar provocando el juego de mi mano directamente sobre su polla. Necesitaba darle sensación de seguridad, de que lo que estábamos haciendo estaba bien, de que podíamos seguir adelante.

Sentí que, al escuchar mis palabras, aceleraba su frenético masaje, y mi pezón estaba tan duro y caliente que debía de estar a punto de perforar su mano. Lo sentía clavarse en mi propia carne cuando me apretaba la teta con la palma de la mano ¡¡¡¡¡qué gusto!!!!!

–      Estás muy cachondo ¿verdad, Pablo?- le pregunté sin pudor.

Él me contestó con un gruñido, una especie de mugido incomprensible, mientras mi mano abandonaba su pantalón. No por nada, me estaba partiendo la muñeca intentando tocarle bajo la pernera. Saliendo, fui consciente por un momento de lo inverosímil de la situación. Todavía no había llegado tan lejos, podía pararla... casi no había llegado a tocarle… Bueno, podía llegar a convencerle de que nunca lo había hecho, más bien. De que había sido nada más que una caricia involuntaria sobre el pantalón. ¿Involuntaria? ¿Sobre el pantalón? ¿Mientras me estaba viendo masturbarme a mí misma, y su mano seguía en mi teta? Porque, además, el maldito de él no se paró cuando yo lo hice.

Al contrario, sentí que avanzaba con su mano derecha, que estaba parada, y la metía bajo mi camisón, que en esa parte aún seguía enganchado por el tirante a mi hombro. Me empezó a tocar la otra teta. Suspiré hondo, muerta de placer por su atrevimiento, mientras sentía otro débil chorro escapar entre mis muslos.

-       Que digo que tienes la polla durísima, Pablo - dije gimiendo entre jadeos…

Y ni sé por qué lo dije, me daba igual, me moría del gusto. Me estaba haciendo lo mismo en las dos tetas, qué manos, qué manera tan caliente de tocarme... simplemente me salió esa barbaridad, en una explosión de placer provocada por el contacto con su segunda mano. Me abrazaba tan fuerte desde atrás, jugando con mis dos tetas, sus manos se movían con una sensibilidad y una fuerza deliciosas, y yo estaba a punto de reventarme el coño con la otra mano. No iba a aguantar mucho, con ese nivel de excitación, de masturbación, y esa manera de tocarme y de desearme de Pablo.

Con la mayor naturalidad del mundo, mi primo frenó un instante el masejeo sobre mi seno derecho, para sacar la mano de dentro del camisó y apartarme delicadamente el tirante que todavía sujetaba mi camisón por ese lado. Todo mi torso quedó al aire, por fin. Para él, que de inmediato volvió a aplicarse al máximo con sus dos manos sobre mis peras hinchadas. No podía hacerlo, sé que no debía de hacerlo, lo que quería hacer podía llevarme a una situación en la que sí que no iba a ser capaz de dar marcha atrás. A esas alturas, podía dudar por completo de la capacidad de mi primo para detenerme. Pero me temo que, para entonces, ya me había vuelto loca, porque yo misma también era incapaz de parar. ¿O quizás sería suficientemente fuerte como para jugar un poco más antes de cortar? ¿Quería convencerme de que era capaz? Hoy día veo absurdo que realmente pudiera pensar eso en serio. Ya sólo la paja que me estaba haciendo había llagado demasiado lejos, y no podía pararla.

Comprendí que tenía un problema si mi única salida era correrme, ya que iba a necesitar para ello más excitación por parte de Pablo. Eso a pesar de que él se aplicaba al máximo con mis tetas. Pero iba a necesitar algo más, mi cuerpo de puta jugaba a pedírmelo una y otra vez... No, no, no ¡NO!

Lo que tenía que hacer era parar de una vez. Un orgasmo mío le volvería loco y me dejaría demasiado desarmada, a su merced. Pero era absurdo pensar: mientras debatía conmigo misma, mientras trataba de detenerme, mi cuerpo actuaba por sí mismo. Mi mano derecha reposó por unos instantes sobre su cuerpo, tratando de recuperarse de la difícil posición a la que la había obligado para meterme en su pantalón. Naturalmente, la extendí sobre su miembro, o se extendió, porque no fui consciente de estar allí hasta que ya lo estaba. Acariciándole más fuertemente que antes, sobre la tela dura y gruesa que odié porque no me dejaba sentirle. De repente me parecía absurdo que mi primo hubiera sido capaz de desnudarme por arriba y yo estuviera allí peleada con su ropa. Le bajé como pude el pantaloncillo, brutal y soezmente. El calzoncillo se removió también atrapado en la maraña de ropa que empujó mi mano hacia abajo, dejando a la vista su monumental verga. Era tal su trempada que aquello saltó como un resorte.

No… no sabía… cómo había llegado a aquello…

Temblé de excitación viéndosela, como si en lugar de la suya fuese mi primera vez. Lo había hecho, no era capaz de creerlo... Pero mi insólito atrevimiento había tenido un premio igual de inesperado: tenía ante mí un monumento, porque era un auténtico monumento. Realmente grande, como me había parecido, y más. Además, grande sobre todo para su edad. He estado con montones de hombres hechos y derechos, y doy fe de que la media es de largo muchísimo más pequeña que el tamaño de la de Pablo con aquella edad. Y a ellos no les va a crecer ya más; en cambio Pablo tenía todavía toda la etapa de desarrollo físico por delante.

Todo el mundo sabe que ese desarrollo físico incluye también el desarrollo de los atributos sexuales. Ya entonces era consciente de que tenía que crecerle todavía… ¡más! Por si fuera poco su tamaño, y esto era algo bastante más anormal, era muy, muy bonita. Eso fue algo que me sorprendió gratísimamente, y es que tras haber probado muchas pollas, pequeñas y grandes, más grandes incluso que la de Pablo en aquel momento, y puedo decir que muero por las pollas, que me encantan, muero puramente de deseo sexual, me apetece tocarlas, comerlas y metérmelas por cada agujero de mi cuerpo, …puedo decir también que raro es que me gusten estéticamente en sí. Bueno, muchas no están mal. Pero simplemente es eso, que no están mal. Sexualmente pueden ser una pasada, pero a diferencia por ejemplo de unas buenas tetas, un buen culo o un buen coño, es tan difícil encontrar un falo bonito…

Y he aquí que de pronto me encuentro desnudando a mi primo Pablo, lo que ya era una locura de por sí, y que resulta que tenía entre las piernas una herramienta colosal y, además, bellísima: el prepucio conteniendo apenas el glande rosado, empapado por completo en líquido seminal, luchando por salir de la piel, blanquísima y tan, tan suave, tersa y estirada, como si no se hubiera pajeado jamás. Lo que igual era hasta cierto, en cualquier caso me deleitaba pensando que la mía podía ser la primera mano que tocaba esa erección, ardiente, caliente, duríiisima. Podría clavar clavos en una madera con esa polla. Y cómo olía... Pablito se había quedado descompuesto, casi había parado de tocarme las tetas; sólo me las apretaba, aferrándose a ellas como si en ello le fuese la vida. Y yo miraba como una estúpida esa polla, como si fuese la primera que veía una en mi vida. Embobada, como sin saber qué hacer con ella, como si fuese la primera verga que tenía en mi mano, que pese a ello se enroscó sin dudar en torno al duro falo que me miraba a la cara fijamente, soltando líquido transparente por su único ojo. Sin más, le empecé a masturbar con mano experta su mástil, muy suavemente, ayudando al rosado capullo a aparecer, orgulloso, coronando aquella maravilla.

Quizás si no hubiese sido tan bella, tan perfecta. Quizás si hubiese sido pequeña, sucia, y fea. Quizás así hubiese resistido realmente la tentación de tocarla, o me hubiese conformado con jugar realmente un poco con él. Jugar a la prima mayor, iniciando a su primito de una manera casi inocente y que, más que secreta, quedaría inmediatamente sepultada en el destierro del olvido por parte de los dos. Pero quedé impresionada por su tamaño y tan deslumbrada por su blancura y su perfección. Casi parecía una escultura de mármol blanquísimo, por lo dura, por la blancura de su piel, por su elegancia sublimada (lo que la diferenciaba de una escultura era su calor, pues era ya un trozo hirviente de carne). Tan impresionada, que al instante deseé llegar hasta el final, deseé follármelo con un deseo total, absoluto, imparable, irracional. Consternada por aquella revelación, horrorizada al constatar lo irreversible de mis actos, no pude ni quise ya robarme aquella oportunidad que me brindaba el destino. Haría lo que tenía que hacer, por una vez no quería pensar. No iba a perder varios años engañándome a mí misma, como hice con Guille. Todavía ahora me estremezco recordando la determinación que me animaba en aquel momento. Por muy envuelta en lujuria que estuviera, me resulta ahora inaceptable, inconcebible. Y, lo cierto, me sentía en ese momento mucho más asustada que emputecida.

Pese a ello, seguí tocándole la polla. Pablo se estremecía cada vez que mis dedos sudorosos recorrían su columna, rodeándola por completo pero con suavidad, sin dejarle escapar pero sin ejercer presión alguna, casi por miedo a dañar aquella piel mística que se veía tan fina, tan transparente. Bajé la mano hasta abajo, viviendo en un éxtasis todo aquel recorrido que mis dedos realizaron. Me estaba poniendo brutísima tocar así a mi primito. Llegué a la base, rodeada de pelos largos y finos, castaño oscuro, casi sin rizar, sueltos, escasos, pero pelo al fin y al cabo. Pelo que ya poblaba su pubis y sus huevos, y se ensortijaba sudoroso en torno a su cipote, a mis dedos, también empapados de sudor.

Todo mi cuerpo sudaba copiosamente, el calor era insufrible y yo parecía una estufa, sentía resbalar las gotas por mis axilas, por mis muslos, mi espalda, mi vientre y mi culo empapados, mi cara, pegada a su cuerpo, perlada de gruesas gotas, y la boca que se me hacía agua, literalmente... Pablo recogía mi sudor con sus manos y lo esparcía por mi cuerpo en su masaje, o en su sobada, que ya no sabía cómo llamar a aquello. El ruido del chapoteo de sus manos mojadas de mí sobre mis tetas y mi torso se mezclaba con el húmedo hurgar de mis dedos en mi coño y el leve sonido acuoso que la todavía suave masturbación de mi mano empezaba a producir en el rabazo duro de mi primo. Aquel miembro, aquel pubis poblado ya de vello, al igual que sus bolas… mi primito era ya un hombre. Un hombre extraordinariamente dotado y, por cómo se seguía mojando su capullo, dejé de poner en duda que había alcanzado ya la plena maduración sexual, y estaba más que preparado para… Ooooohhh, ¡joder! Tuve que reconocerme que estaba dejando de estar asustada, mientras notaba que estaba cada vez más emputecida…

-       Pablo, la tienes enorme... ¡¡¡y preciosa!!! – volví a soltarle, exclamando el piropo con mi sonrisa más melosa.

Él ya había dejado por completo de tocarme y solamente se agarraba a mis tetas, con mis brutos pezones, inasibles de puro erectos, escapando entre sus apretados dedos, como si se estuviese agarrando a ellas con peligro de caer al abismo. A ese abismo donde yo le acompañaba (le guiaba) sin posible salvación. Pero, ¿de qué me escandalizaba? ¿De hacerlo con la familia? Lo había hecho ya con Guille hasta aburrirme...

¿Con un primo? También con mi primo David, por muy homosexual que fuera, además... Vale, es verdad que David tenía mi misma edad, eso siempre facilita las cosas. Desde luego, lo de que éramos primos, eso a ninguno de los dos nos preocupó en absoluto. ¿Era acaso el fugaz deseo que acababa de sentir también por su hermano Carlos? ¡Pero si había estado ya en tríos con hermanos muchas veces!¿El problema con Pablo era entonces su edad? Sí, cierto que lo de la eda era un problema evidente. Pero ¿qué pasaba con Begoña? Otra prima, sí, ¿y qué? Me he pasado por la piedra a tanta gente… En fin, es mi forma de ser, de pensar, de follar. ¿Realmente era grave? Begoña le sacaba unos años a Pablo, es cierto. Poco, pero suficiente para marcar la diferencia. Que, además, en una mujer a esas edades las cosas son más diferentes, cuando me acosté con Begoña nunca la vi como seguía viendo a Pablo en ese momento. ¿Seguía siendo su edad cuestionable? No sabría decirlo, pero lo cierto es que no tuve ninguna duda respecto a lo que hice. No me costó absolutamente nada la primera vez, fue tan natural… Pasó porque tenía que pasar, y no tuve todo este rollo raro como con Pablo. Fue un juego muy explícito desde el primer minuto, se notaba que las dos queríamos, así que ¿por qué podía sentir el menor remordimiento por aquello? Ni por las otras veces con ella, claro, que fueron bastantes, y las que vendrán, espero. Me complace extraordinariamente hacerlo con ella, me parece una pasada poder estar con un cuerpazo así, joven y cargado de deseo. Así que espero poder mantener lo nuestro, aunque nunca se sabe, a su edad se cambia tanto, y entendería que pronto dejara de mostrar interés por mi cuerpo. Al fin y al cabo, está en momento de disfrutar de muchas cosas mejores, igual que yo hice cuando viví ese momento. Bueno, con Bego hay otra cosa, claro… quizás no debería ni nombrarlo, pero ya que quiero desmontar tabús, ¡qué coño! Con lo de Bego no puedo estar más tranquila. Lo digo porque, básicamente, mi relación con ella cuenta con su consetimeinto materno. Su madre, mi tía política, vive sola con ella, ya que mi tío murió hace unos años. El caso es que una de las veces que nos lo montamos Bego y yo, fue compartiendo habitación con ella y su madre en un viaje de esquí. Ese día en el que ya desaparecieron casi todas las pocas dudas y pudores que me quedaban.

Ese momento me hizo ver muy claro todo el potencial de mi cuerpo, estallando bajo una madre y una hija dándome placer... Supongo que, en buena parte por esa experiencia, para cuando entré en casa de Pablo y Carlos yo estaba plenamente convencida de que ya todas mis dudas y pudores hacía mucho que habían desaparecido. Pero se ve que no era así. Bien, pues estaba claro que ese día con Pablo iba a desaparecer el resto, pensé. Porque lo que ya no podía hacer, era decir que no al trozo de carne que mi primo me estaba brindando en bandeja de oro. Me vi fornicando con él, ¡podía hacerlo! Una joya del calibre que gastaba Pablo no podía dejarse escapar. Además… ¡desvirgarle! Ser la primera en montar esa maravilla de la Naturaleza. Al fin y al cabo Pablo, me repetí, con ese glande que no dejaba de manar líquido, claramente estaba ya en la plenitud de su desarrollo sexual. Aunque acabase de llegar a esa plenitud aquella misma mañana, el suyo era ya un sexo adulto. ¿Podía acaso tener la soberbia de rechazar algo así? Verle como un niño era, sin más, un prejuicio mío. Un estúpido prejuicio que su cuerpo desmentía por completo.

No podía cometer la estupidez de rechazarle, de perder aquella oportunidad. Y no solo por mí, sino también por él, que estaba mostrándose tan absolutamente generoso, complaciente y sensible conmigo (o es que acaso mi desfachatez le había desmontado y empujado contra la espada y la pared). Pero él tenía que probar las mieles del sexo ya, cuanto antes, era su momento y lo merecía. Y yo… yo merecía... Ahhhhhh ¡mierda! Sentí un primer chorro largo de un verdadero inicio de orgasmo escapando. Sabía que ver su polla me iba a poner al límite, y un primer aviso de una brutal corrida me acababa de llegar.

Me gustara o no, mi cuerpo avisaba de que tenía que frenar, o me iba a ir sin darme cuenta, era una imposición puramente física y, por la pegajosa humedad que me acababa de empapar la mano, la cosa venía húmeda...

Mmmm... también él lo estaba, ese líquido que le salía del capullo era tan denso, blanquecino y espeso, que ya parecía casi más un resto de semen deshaciéndose después de la eyaculación, que líquido preseminal. Quizás fue una insensatez, una más, pero juro que me movía un cierto “interés científico” por aquel extraño fluido. El caso es que acerqué mi lengua. Le rocé el capullo, sentí su olor, su sabor, metiendo la punta por el orificio de su verga. Cogiendo un poco del preciado líquido, lo degusté: muy caliente y espeso, mucho más sabroso que tantísimas corridas que me he bebido...

-       Y está muy rica, además...- seguí adelante soltando barbaridades. ¡Cómo era capaz de decirle algo así!

Cualquiera diría que era una zorra, con razón. Mi pobre niño, debía de estar al límite y eso que yo todavía no había empezado. Que ya me había decidido, eso lo tenía claro; por inverosímil que luego me pudiera parecer, lo cierto es que en ese momento era así. Quería hacerle la primera mamada de su vida, y quería conseguir además que se acordase de ella para siempre. Y no solo por ser la primera, sino por ser la mejor que iba a recibir jamás. Y, además, se la iba a hacer su deseada prima. Porque comprendí entonces, al verle desnudo -su plenitud sexual, era ya un adolescente, y sería un adolescente salido como todos, pensando en el sexo- comprendí, supe que me deseaba. Pablo también me deseaba. Él y yo siempre tuvimos muy buena relación. Yo, mi intimidad, mi desvergüenza para enseñar ciertas cosas, siempre con esa necesidad de provocar casi instintiva… Tenía que ir a por él, comerme esa polla. Además, necesitaba animarme lo suficiente para decidirme también a...

Mi coño palpitó de solo pensar en tener aquella maravilla dentro. En fin, cada paso a su tiempo. De momento, abrí bien la boca, aunque decidí ir poco a poco. Para empezar, le di un sensual beso en la punta del rabo, empapando mis gruesos labios en sus fluidos. Semen, presemen, lo que coño fuera, primero abrazando apenas la punta muy muy lentamente con mis labios carnosos y retirándome en un sonoro chapoteo de flujos y saliva, que solté gozosa para añadir todavía más humedad y calor a nuestros húmedos y calientes cuerpos. Volviendo enseguida para acaparar todo lo que emergía de su prepucio a medio bajar dentro de mis labios, avanzando la lengua para frotarla contra su piel. ¡¡Por favor, qué sensaciooooón!! Álvaro se revolvió bajo mi cuerpo, pero agarrotado, casi sin respirar. Dudé si aguantaría mucho tiempo una mamada en condiciones, o se me vendría encima enseguida. Descarté de inmediato un garganta profunda, y casi enseguida pensé en la sensatez de ir despacio, por muchas ganas que yo tuviese. Si era su primera vez, debía entrar poco a poco y, sobre todo, evitar que su inexperiencia nos llevara a un final prematuro. Mi mano derecha descendió entonces.

Mientras mi boca se retiraba, estiré los dedos palpando sus huevos, que se hinchaban y se deshinchaban como bombeando. Los tenía más bien pequeños, y muy, muy calientes. Se los agarré, estrujándoselos con cuidado, aprovechando el movimiento para apretar con la palma de mi mano la base del miembro, tirando hacia abajo de la piel. Su capullo, tenso y empapado como estaba, emergió al completo del prepucio.

-       !Ah¡- gritó él, en un leve suspiro.

Un diminuto chorro saltó por su agujero, apenas un centímetro de altura. Claro y fluido, sin duda esto sí ya era líquido seminal. No, no había sido una corrida, joder, habría sido decepcionante una corrida así de una tranca de ese porte. Aunque debía entender que seguramente su cuerpo tampoco estaba preparado todavía para ir mucho más allá. Joder, no sé, desconozco por completo cómo es el desarrollo sexual de los tíos claro, pero en ese momento pensé que, pese al cipotón que gastaba mi primito, seguramente no sería todavía, lo que se puede decir, un semental.

Aunque, para ser sincera, era injusto atribuir tan sólo a su inexperiencia y juventud el temor de que no me aguantase lo suficiente: ¡pero si yo misma estaba a morir! Lamiendo de nuevo el capullo para volver a probarle, comprobé que era un líquido si cabe más espeso que el anterior, blanquecino, ya nada tenía de transparente: era casi amarillento, aunque sin la consistencia de la lefa. Mi lengua se estiró y relamí su capullo de cabo a rabo con la punta, desde el extremo del frenillo hasta meterla otra vez en el agujero, y luego recorriendo cada milímetro de los dos lóbulos, recogiendo aquel manjar. Crema pura, nata de la mejor que paladeé como uno de los más exquisitas producciones de semen que había probado nunca, aún quizás sin serlo. Y doy fe de que era ya entonces experta catadora de semen, incluso experta en cata comparada, cata ciega...

-       Mmmmm...- jadeé sin poder contenerme.

Olvidando mis temores sobre la capacidad de aguante de mi primo por mi descontrolada excitación, estiré la lengua más aún y esta vez le repasé con fuerza todo el capullo una y otra vez hasta hartarme. Hasta conocerlo como puedo conocer la polla de mis mejores amantes. Con toda mi lengua, lamiendo y rodeando y frotando y empapando de mis babas todo ese largo mástil, fui siguiendo mi saliva que escurría abundantemente por aquel tronco empalmado. Recogiéndola y extendiéndola con mi lengua bien abierta, bien estirada...

Estuve un buen rato con este juego previo, chupando y lamiendo como si de un delicioso helado se tratara. Y mientras, no sentía ni respirar a mi primo, sólo su polla parecía viva. Entonces decidí llevarlo todo hasta el final, porque de veras estaba convencida que Pablo no aguantaría mucho más, y en realidad yo tenía ya ganas de acabar también. Me había excedido en mis juegos y tocamientos, y mi coño sediento pedía también su recompensa, así que no quería frenar mucho más un éxtasis que sentía ya inminente. No me preguntaba lo que vendría luego, porque creía que, una vez más, mi coño había decidido ya por mí: sólo me quedaba decidir cuándo iba a levantarme para sentarme encima del pene de Pablo. Respiré hondo intentando grabar en mi cerebro aquellas sensaciones, jurándome que iban a ser únicas. Cerré de nuevo la mano derecha con fuerza alrededor de mi primo, masturbándolo con firmeza, intentando juntar la fuerza necesaria para el salto definitivo. Sentía su miembro palpitar en esa mano, mientras en la otra podía sentir mi propio sexo latir como un volcán al borde de la erupción.

No me decidí aún, o bien fue un deseo mayor el que me llevó a abrir bien la boca una vez más para meterme el glande dentro. Bajando tan solo un poco, debía recordar siempre que no podía ir demasiado rápido, y quería también saborearle bien para conocer cada detalle de su cuerpo y poder recordarlo siempre. Porque realmente, merecía la pena, ya dije que su glande no es que fuese especialmente grande, su polla era larga y de buen grosor, pero se afinaba hacia la punta. Sin embargo, era tan alucinante su textura, tan tensa, dura, firme, de una potencia extraordinaria… tan delicioso su sabor, como increíble era que esa polla que me estaba comiendo perteneciese a mi pequeño primo. Aquella gloriosa sensación me provocó otro espasmo orgásmico, y ahí ya no dudé que me iba a llegar algo grande. Prometía una corrida brutal, múltiple y muy muy húmeda. Pero eso no me asustó, al contrario: mi primito se iba a estrenar con algo que muchos no ven en toda su vida, una buena eyaculación de una tía. Y eso es algo más vistoso que la corrida del mayor semental, aunque recuerdo alguna que... ¡¡¡¡¡Oooohhhoooo mejor no recordar mucho, que me voyyyyyy!!!!!

¡Al borde del abismo llegué! ¡Joder! ¿qué cojones había sido aquello? No sé por qué, tuve una especie de extraña visión, como si le estuviese chupando la polla a su hermano, en vez de a él... me resistía admitir que aquella noche había empezado a desear intensamente a Carlos, a desearle ya con esa una intensidad patológica que solo de vez en cuando me ataca, pero que resulta siempre de consecuencias fatales... 

Avisada por mi inminente corrida, aterrada de ser finalmente yo la que reventase como una primeriza a la que le acabaran de partir el himen, mientras que mi primito iba aguantando uno tras otro todos mis asaltos, tuve que arrancar la mano de mis entrañas, y dejar de chupar en el acto la polla que él estaba empezando a empujar hacia mi garganta. Aproveché para mirarle. Estaba, literalmente, embobado. Se había quedado con la boca abierta, babeando. Babeando encima de mí. Tal cual, cuando me giré, vi un grueso hilo de saliva saliendo de su boca, lo sentí caer en mi mejilla, y chorrear por mi cuerpo hasta perderse junto a mis pechos, casi evaporándose de lo caliente que estaba yo. Porque estaba tan cachonda que mi cuerpo se moría ya por el calor, la humedad, los líquidos viscosos de nuestros cuerpos, empapados en un sudor que empezábamos a compartir incluso a través de la ropa.

Hora era ya de compartir absolutamente todos nuestros fluidos. No podía soñar en follarle ahora con el coño a reventar como lo tenía. No aguantaría ni la entrada, sería humillante. Pero igual me daba, porque el deseo que mi cuerpo me urgía a satisfacer llegado este momento, era otro: el deseo de besar a mi primo Pablo fue ardiente, imperioso, absolutamente imposible de resistir. Abrí la boca, recogiendo con la lengua la baba que seguía manando de su boca, guiándola y metiéndola en mi boca, poniendo mis labios bajo su barbilla para recoger toda su saliva. Sabía a saliva, claro, a saliva de otra persona, con ese sabor tan familiar pero tan extraño. Se me llenó la boca de su líquido, la tragué saboreándola. Era justo lo que necesitaba, líquido viscoso, caliente como el esperma, imaginé la delicia que sería tener aquella lengua y aquella boca empapada y abrasadora comiendo mi coño. Y, precisamente con la mano que acababa de sacar de mi interior, totalmente encharcada de mi pegajoso flujo, le cogí la cabeza y se la bajé, apretando su boca contra la mía, dándole y recibiendo uno de los mayores morreos que hubiera podido disfrutar jamás. El más ansioso, el más húmedo, a boca llena, con las lenguas en brutal frenesí, los labios besando y los dientes mordiendo, chupándonos la cara entera, empapándonos el uno en la otra.... Le restregué la mano sucia de mi humedad por todo su pelo. Lo sentía mojado de sudor y de mí, viscoso y pegajoso. Nos resbalábamos de sudor, de baba y de flujos.

Mi mano derecha seguía masturbando locamente su polla, que pese a mis temores ahora no daba signos de agotamiento ni flaqueza. La única señal de precocidad en su sexo era, precisamente, ese extraordinario vigor sexual que estaba demostrando a edad tan temprana. No sé cuánto tiempo estuvimos así. Pablo había adquirido ya plena autonomía, me magreaba las tetas y me morreaba sádicamente, actuando por sí mismo sin necesidad alguna de seguirme, tomando de hecho casi la iniciativa. Noté otra explosión dentro de mí... instintivamente bajé la mano a mis bragas. Mi mano izquierda nuevamente -la derecha seguía en la polla de él- la metí por debajo de mi pierna izquierda buscando mi empapado coño. Aparté con urgencia a un lado la tira de tela, hecha un trapo. Mis labios mayores, pegajosos de pelo mojado, salieron disparados abriéndose como movidos por un resorte. Reventando como el capullo de una flor, con fiereza dejaron salir tras ellos a los labios menores y al clítoris empalmado, como si fuese una pequeña polla. Me metí dentro cuatro dedos, casi más para agarrarme aquello e impedirlo vibrar, hasta que el dolor superó al placer abortando automáticamente, quién sabe por cuánto tiempo, la riada que sentía en mi interior. Pero sentí que no podía aguantar tanto sin estimularme, así que, pese al miedo de explotar entre sus brazos, en su boca, empecé de nuevo a tocarme tímida y torpemente. Me limité a acariciarme la entrada con el meñique, mientras con el índice y el pulgar me apretaba el clítoris, haciendo una mini masturbación a aquel pequeño miembro. Pensé que así sería capaz de aguantar quizás un poco más. Pablo seguía empotrado en mi boca, sentía su lengua en mi campanilla, la saliva chorreaba por mi cuello, empapando mis tetas. Mi camisón resbalando encharcado de sudor, mío y suyo, esparcido por las manos de mi primo en su incesante ir y venir por mis excitadísimos pechos. La manera de explorar mi boca con su lengua, las sensaciones que me provocaba eso… ¡dios! Era casi como volver años atrás, a las primeras veces que me enrollaba con Nurita, clandestinamente, en cuartos de baño de discotecas y sucios garitos: mis primeros besos de verdad, los primeros morreos que me hicieron sentir cuánto de sexo puede encerrar un beso. Fue Nurita la que me enseñó a besar, después de haber perdido el tiempo con no sé cuántos tíos a los que había abierto mi boca y mis piernas. Incluso con Mer, mi gran amiga y con quien me estrené, y a quien besé antes que a Nur. Pero con nadie como con ella, recuerdo perfectamente cómo me abría la boca y me buscaba, vivíamos las dos del aliento de la otra en esos besos, nuestras salivas se mezclaban con nuestras lenguas hasta ser una, mientras ella se empapaba las manos de mí hundiéndolas en mis bragas… Y ahora, ahora, me decía, notaba de nuevo esa misma adrenalina, ese mismo placer desatado de forma simultánea por los más dispares rincones de mi cuerpo.

Con Pablo; con mi primo. Sentí un nuevo reventón en mi interior... el éxtasis, el calor, lo increíble del momento, la brutal necesidad de sexo de mi cuerpo... no sé, todo era ya demasiado exagerado. Aunque esta nueva explosión no parecía haber acercado mi orgasmo como había temido. La había sentido recorrerme de arriba abajo, casi juraría haber oído el ruido que hizo, como un violento portazo...

Inmediatamente al portazo, siguió otro ruido, sordo y metálico a la vez, como unas llaves cayendo al suelo, sobre una alfombra...

Y luego, una voz.

- Jodeeeeeeer...

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nyctidromus y Julio Solis reaccionaron
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Julio Solis
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Me gusta, poco a poco voy entendiendo. 


   
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nyctidromus
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@laualma que buen relato me ha encantado

scripsit nyctidromus

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laualma
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@nyctidromus jo, llevaba mogollón de tiempo sin entrar aquí y acabo de ver este mensaje tuyo, y me siento fatal por no haberte dado las gracias, porque siempre me gusta contestar los mensajes de los lectores, especialemente si son piropos, jijijiji

pues eso, en serio, que me encanta que os guste lo que escribo, al fin y al cabo una de las gracias es que lo  disfrutéis y, a ser posible, poneros bien calientes...

y nada, que un besito

Lau

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laualma
(@laualma)
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por cierto @nyctidromus esa foto de perfil que te has puesto es nueva? bueno, no recuerdo habértela visto en su momento, aunque es cierto que llevo muchísimo sin entrar aquí...

lo digo más que nada porque me encanta esa polla, está más que apetecible jijiji ¿es tuya?

mmmmmmm

;P

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laualma
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@julio-solis Gracias Julio! me alegro que te guste, espero que siguieras leyendo y te pusieras bien cachondo ;P

perdona por no haber contestado antes, pero es que he pasado mucho tiempo sin entrar aquí

una buena palmadita en ese culito de tu foto!

Lau

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nyctidromus
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@laualma me agradas si te pones cachona pensando en saborear es polla

scripsit nyctidromus

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nyctidromus
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@laualma si es mia LAU y si quieres es tuya también

scripsit nyctidromus

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laualma
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@nyctidromus ¡joder! ¿pero cómo no me voy a poner cachonda con eso? ¡menudo cipote que gastas precioso!

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laualma
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@nyctidromus uffff... ojalá pudiera ser mía jijiji se me hace la boca agua!!! qué pena que mandes siempre la misma foto, no me importaría nada verla desde otros ángulos, es preciosa joder, es mi tipo de polla ideal, tan gruesa y rotunda ¿se te pone más dura todavía, más tiesa?

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nyctidromus
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@laualma si mami se me pone bien gorda, no tengo como fotografiarla, cuando pueda te enivio algo más, me agrada que te mojes con mi polla saludos

scripsit nyctidromus

sanguine et pulvis
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laualma
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@nyctidromus joder, qué bruta me pones ¿pero cómo no me voy a mojar con esa belleza mi amor?!!!

ojalá cumplas tu promesa, precioso

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Julio Solis
(@julio-solis)
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@laualma Gracias por contestar, me fascina leer al final de cuentas termino masturbando y gracias por la palmadita que riiiico


   
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laualma
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@julio-solis uffff no sabes lo caliente que me pone saber eso, es que siempre es una pasada imaginaros en plena masturbación mientras me leéis y pensáis que me estáis follando a mí directamente... es tan raro, pero tan caliente también recibir todos esos regalos vuestros tan cremosos y sabrosos mmmmm me poneis a mil!!!

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Julio Solis
(@julio-solis)
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@laualma Es bueno saberlo que te calientas tambien tu relatos me hace imaginar las cosas y eso es lo que me calienta.


   
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laualma
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@julio-solis bueno, es que en realidad lo que pasa es que yo también soy muy caliente, y en cuanto me pongo a pensar en algo que tenga mínimamente que ver con sexo, pues me pongo cachonda y ya no puedo parar...

Para mí que me leáis e imaginéis al leerme que hacéis cosas conmigo, y se os llegue a poner dura con eso y acabéis masturbándooslas por mí, pues sinceramente, para mí es como si me follarais.

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Julio Solis
(@julio-solis)
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ooohhh que rico al saber que eres bien caliente, me imagino como te masturbas bien riiico mmmmmm que riiico


   
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laualma
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  • @julio-solis uffff soy muy compulsiva con la masturbación sabes? me encanta tocarme y todos los días me hago por lo menos uno o dos dedos, aunque haya follado

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Julio Solis
(@julio-solis)
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que bien


   
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